Tal y como afirma en su obra Apuntes terorenses (1990) el cronista de la Villa de Teror, Vicente Hernández Jiménez: “Las Rosadas es una hondonada entre dos peñones, cubierta por una vegetación de laureles, castaños, álamos, helechos, codesos, escobones, zarzas, naranjos, manzaneros. En tiempos pasados, en el cauce y márgenes del barranco y barranquillos se desarrollaban ñameras, berros y violetas salvajes. Unos barranquillos surcan las laderas de Las Rosadas y desembocan en el barranco principal de Tenoya: Quiebramonte, Los Morales, Las Cuevas, La Madrecilla, Los Gazapos, La Grama y La Sinanga. Hasta hace cuarenta años, estos barranquillos por la existencia de innumerables remanentes y minaderos, daban una agradable sensación de frescura”.
Esta abundancia de agua ha dado lugar a la instalación de molinos de agua – actualmente en desuso – así como a la proliferación de bienes etnográficos relacionados con la actividad agrícola y ganadera, tales como bancales o cadenas, estanques, acequias, pozos, eras, alpendres, etcétera.
De los primeros, aún se pueden observar los restos del llamado Molino de Arriba, o de don José Santana -construido en torno a mediados del siglo XIX- del Molino de En medio o de “Cho Pancho Pulido”, y del Molino de Abajo -también conocido como Molino del Puente de Las Rosadas o Molino de María Manuela- del que se conservan gran parte de las piezas y herramientas propias del oficio, tal y como señala Juan M. Díaz Rodríguez en su libro Molinos de agua de Gran Canaria (1988).
“Mi visita a las Rosadas me hizo conocer una pequeña zona de Teror singularmente pintoresca. El paisaje en aquel punto tornase hosco y ceñudo; abundan los espinosos cactus, se ven palmeras, que en otros sitios son escasas. En los riscos se abren las concavidades de algunas cuevas habitadas, mansiones troglodíticas con un establo o una pocilga junto al ingreso. Entre los árboles, los mirlos saltan y silban”.
Francisco González Díaz. Teror (1918)