SERVICIOS MUNICIPALES /PATRIMONIO HISTÓRICO
II JORNADA DE PATRIMONIO CULTURAL DE TEROR (2005)
Ponencias: «El patrimonio artístico de Teror»
ESCRITURAS EXPUESTAS Y PATRIMONIO HISTÓRICO EN LA VILLA DE TEROR
Dr. Manuel Ramírez Sánchez
Área de Ciencias y Técnicas Historiográficas
Departamento de Ciencias Históricas
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
El estudio de la escritura y sus variantes gráficas a lo largo de la Historia de la humanidad, pero principalmente en los períodos cronológicos más lejanos, ha sido objeto de atención por parte de filólogos e historiadores desde hace varios siglos. En España, las principales aportaciones al estudio de la cultura escrita a través de la inscripciones no ha venido, hasta el momento, de la mano de los especialistas en Epigrafía, sino de la mano de aquellos paleógrafos cuyas investigaciones han trascendido de los soportes escriturarios habituales en su especialidad y se han interesado por las filacterias, escrituras expuestas, letreros pintados, etc. Entre estos autores debemos destacar a Francisco M. Gimeno Blay, Catedrático de la Universidad de Valencia, que ha estudiado las filacterias en la pintura bajomedieval (siglos XII al XVI) de la antigua Corona de Aragón o en la ciudad de Valencia en el siglo XV. Sus trabajos no se han detenido en documentar los testimonios que se conservan, ni en incorporarlos a los exhaustivos anexos con los que suele acompañar sus artículos, sino que van más allá: el estudio de las escrituras “de aparato” como historia social de la escritura. Precisamente, su primer acercamiento a los textos epigráficos se produjo a partir del estudio de las inscripciones de aparato bajomedievales de Valencia. Mención aparte merecen sus reflexiones sobre las “escrituras transgesoras”, que presentó en un congreso dedicado a la historia de los graffiti, organizado por el Seminari Internacional d’Estudis sobre la cultura escrita.
Antonio Castillo Gómez, profesor de Historia de la cultura escrita de la Universidad de Alcalá, también se ha interesado por el estudio de las inscripciones y filacterias, particularmente de la ciudad de Alcalá de Henares, en los estudios que ha realizado sobre la cultura escrita en esta ciudad durante el Renacimiento, o en trabajos centrados en un territorio más amplio, dedicados al estudio de las distintas variantes formales de escrituras públicas y privadas en España durante el siglo XVI. Particularmente interesante es su trabajo dedicado al estudio de las inscripciones de aparato que el cardenal Cisneros encargó que fuesen colocadas en Alcalá de Henares y en Torrelaguna para celebrar la institución de dos pósitos del trigo. En él, Castillo no se queda en la simple lectura ni en las formas gráficas del texto, sino que trasciende al ámbito de lo simbólico, intentando esclarecer el programa expositivo hábilmente trazado por Cisneros, con el fin de instrumentalizar el espacio urbano con una finalidad propagandística.
En suma, los trabajos de los autores citados confirman la idea que manifestara J. Mª de Navascués en su Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, cuando decía que “la escritura es un fenómeno social único y es siempre la misma dentro de un mismo sistema con independencia de la materia escriptoria y de la geografía”. Sólo es necesario ahora que este tipo de estudios trasciendan del ámbito de los siglos XII al XVI y se extiendan a otros periodos de nuestra historia escrita. Sin embrago, los estudios sobre las inscripciones modernas y contemporáneas en España son aún muy escasos. En este apartado debemos destacar las publicaciones de Mª J. Rubio Fuentes, dedicados a la epigrafía de Alcalá de Henares y su entorno, desde la Antigüedad hasta el siglo XIX. Se cuentan por miles las inscripciones que se conservan en España de los siglos XVII y XVIII, sin que nadie les preste mayor atención, a no ser que sean escrituras edilicias, en cuyo caso pueden despertar la curiosidad de algún historiador del Arte. Pero hay regiones en España donde las escrituras expuestas no fueron relativamente abundantes, lo que hace que el número de las que se han conservado sea igualmente inferior. Tal es el caso, por ejemplo, de Canarias, que experimenta la extensión del “hábito epigráfico” a partir del siglo XVIII.
Por su parte, las inscripciones del siglo XIX también permanecen ignoradas, por ejemplo, en nuestros cementerios. El asunto no tendría mayor importancia si no fuera por el hecho de que estos espacios públicos son objeto de explotación económica, por lo que aquellos espacios funerarios decimonónicos que ninguna familia reclama, son “amortizados” y pasan a incorporarse de nuevo al mercado. Y en el interim estas sepulturas o nichos son vaciadas, previa destrucción de la losa o lápida funeraria. En pocos años, buena parte de estas escrituras últimas del siglo XIX habrán sucumbido ante la especulación, sin que previamente se haya realizado una mínima labor de inventariado y catalogación de éstas que, al menos, permita su conservación fotográfica.
En Canarias, gracias a la realización de un proyecto de investigación financiado por el Vicerrectorado de Investigación y Desarrollo Tecnológico de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, quien esto escribe ha podido acometer el estudio de las inscripciones de época histórica de la isla de Gran Canaria, marcando como hito cronológico terminal el final del siglo XIX. A partir de la realización de dicho proyecto de investigación, actualmente en la fase de redacción final, ha estudiado un buen número de inscripciones, en su mayoría funerarias, que, hasta la fecha, no habían sido objeto de atención por los historiadores. Y para el caso concreto de las inscripciones funerarias del siglo XIX ha podido constatar cómo, en sólo dos años, un número importante de inscripciones que ha tenido ocasión de documentar a finales de 2002 ya no existen, al haber sido reutilizados en fecha reciente las sepulturas.
El patrimonio epigráfico de la Villa de Teror es, ciertamente, muy escaso. No tanto porque no hayan llegado hasta nuestros días todas las escrituras expuestas que en su momento se ejecutaron, como por el hecho de que, posiblemente, éstas no fuesen excesivamente abundantes. En cualquier caso, del análisis de los testimonios que se conservan es posible acercar a la sociedad canaria varios ejemplos que confirman la importancia que tiene el estudio de este tipo de documentos históricos para un mejor conocimiento de nuestra historia más inmediata. No hace falta destacar aquí, porque historiadores como Armando Petrucci ya lo han hecho con mejores palabras, el interés que tiene el estudio de la práctica epigráfica en época moderna y contemporánea, no sólo para hacer una Historia de las mentalidades de las elites o de la alta burguesía, sino como acercamiento a las prácticas escriturarias, ya sea también in absentia o in presentia, de grupos sociales marginales, en cuyas lápidas funerarias se observa la ausencia de los modelos gráficos presentes en las inscripciones de las elites y la abundancia de arcaísmos gráficos y textuales que, en algunos casos, llegan al idiotismo gráfico. Ciertamente, esta situación debió ser más habitual en zonas rurales o, como en el caso de Gran Canaria, en regiones donde el hábito epigráfico, incluso en el siglo XIX, estaba muy lejos del existente en otras ciudades españolas que gozaban de una mayor tradición epigráfica.
BIBLIOGRAFÍA
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GIMENO BLAY, F. M., “Materiales para el estudio de las escrituras de aparato bajomedievales. La colección epigráfica de Valencia”, Epigraphik 1988, pp. 195-216.
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NAVASCUÉS Y DE JUAN, J. Mª, El concepto de Epigrafía. Consideraciones sobre la necesidad de su ampliación, Madrid 1953.
PETRUCCI, A., La scrittura. Ideologia e rappresentazione, Torino 1986 (traducido al francés, Jeux de Lettres: Formes et usages de l’inscription en Italie, 11e-20e siècles, Paris 1993).
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RAMÍREZ SÁNCHEZ, M., “La epigrafía de época histórica de Gran Canaria: resultados preliminares de su estudio”, XVI Coloquio de Historia Canario-Americana (Las Palmas de Gran Canaria, 2004), En prensa.
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REVUELTA POPULAR Y PATRIMONIO: ¿EVITÓ EL MOTÍN DE 1808 LA RUINA DEL ACTUAL TEMPLO PARROQUIAL DE TEROR?
Dr. Vicente Suárez Grimón
Catedrático de Historia Moderna
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
La iglesia actual de Teror se comenzó a construir en agosto de 1760, dándose por concluida en el mismo mes de 1767. Sin embargo, como diría el ingeniero Lorenzo Cáceres en 1803, el templo tardó muy poco en manifestar los defectos de su edificación: “el mal no pudo estar oculto mucho tiempo, se presentó cuando aún la obra no había podido hacer su natural asiento”. Así, a mediados de la década de 1780, comenzó a amenazar ruina rajándose sus paredes y formando las filtraciones de agua un “estanque” en un sótano debajo del coro y una pieza de la sacristía. Los peritos que examinaron el edificio juzgaron que el templo podía arruinarse debido a: “la mala situación del lugar, tener éste movimiento y correr hacia los lados y barranco principal por los varios trozos de tierra que dicho barranco ha llevado, estando profundo y sin firmeza alguna y ser la tierra gredosa y resbaladiza”. Para evitar la ruina se tomaron algunas medidas como cortar el agua del Barranquillo de la Higuera, cegarlo, enlosar los alrededores de la Iglesia y empedrar toda la Plaza.
Tales medidas no consiguieron detener la amenaza de ruina porque a mediados de la década de 1790 los daños anteriores se habían incrementado: “aumento de aperturas (y) los techos verdes en muchas partes”. Aunque se propuso el arreglo del techo levantando “todo el tejado, quitar la cal que tenía debajo y volverlo a tejar de nuevo, teniendo las canales la mayor parte en vano y algunas filas con cal para impedir las salpicaduras del agua y que no se introdujese ésta en la madera y acabase de corromperla”, las obras no se llevaron a cabo, posiblemente por falta de tejas.
Durante la celebración de las fiestas del Pino de 1800 comprobaron los responsables de la fábrica parroquial el mal estado que presentaba el techo del templo y dos de los cuatro arcos que sostenían la media naranja, al estar abiertos por las claves y otras partes. Las diligencias de reconocimiento no se llevaron a cabo hasta el año 1801, coincidiendo en su dictamen tanto los peritos de albañilería y carpintería como el arquitecto Luján Pérez y el ingeniero Lorenzo Cáceres: el templo se hallaba en mal estado y expuesto a “una próxima ruina”, resultando su composición más costosa que una obra nueva y aún así tampoco quedaba garantizada su seguridad. Con tal dictamen, el obispo Verdugo clausuró el templo y habilitó una iglesia provisional en las casas destinadas al alojamiento de la diputación que enviaba el Cabildo eclesiástico a solemnizar las fiestas del Pino.
Con la clausura del templo, el Obispo decretó la construcción de uno nuevo en el paraje de las Capellanías, Caldereras y Montaña de San Matías, adjudicando para ello todos los diezmos correspondientes a la jurisdicción de Teror. Este proyecto no agradó a sus vecinos, partidarios de la reforma de la antigua iglesia, y por mediación de su síndico personero, don José Manuel Rivero, introducen en 1805 un recurso de queja en la Audiencia oponiéndose a la pretensión de Verdugo. La Audiencia, que interviene en el asunto por “recurso de fuerza”, en vista que el Obispo, Cabildo eclesiástico y mayordomo de fábrica no ejercitaron su derecho, mandó hacer un nuevo reconocimiento dando comisión para ello al Alcalde Mayor de la isla Bayle Obregón. Aunque Luján Pérez vuelve a mostrarse partidario del derribo de la iglesia antigua y de la construcción de otra nueva en las Capellanías, la Audiencia acuerda el 13 de julio de 1809 que “se ejecute la reedificación de la iglesia de Teror”.
Antes había tenido lugar el motín de 1808 que fue la suma de varios levantamientos ocurridos entre los meses de septiembre y diciembre. Al margen de la reivindicación de la composición de la iglesia antigua, los ánimos se caldearon como consecuencia de la retención en Las Palmas hasta fines de septiembre de la imagen del Pino que había sido llevada a la ciudad el 16 de julio de 1808. La primera alteración tiene lugar cuando la imagen regresa a Teror y es colocada, en contra de lo previsto por las autoridades, en la iglesia antigua. El segundo se produce un domingo, al término de la misa mayor, para trasladar el Santísimo desde la iglesia provisional a la antigua. Con ocasión de la visita del Alcalde Mayor a Teror para hacer un nuevo reconocimiento del templo y proceder al traslado del Santísimo y la imagen del Pino a la “iglesia chica” vuelven a alterarse los ánimos, al igual que otra mañana en la que expulsan al párroco de Teror. Unos días más tarde, y por el retraso en el comienzo de las obras de restauración que les había prometido el Alcalde Mayor, se presentaron a media noche los vecinos de Valleseco en la Plaza y, al toque de caracoles y campanas, procedieron al traslado del Santísimo y de la imagen del Pino a la iglesia antigua. La detención y encarcelamiento de Antonio Herrera, vecino de Valleseco, como cabecilla del levantamiento encrespó los ánimos de los vecinos de Valleseco, quienes durante varios días celebran reuniones en el Lomo de La Laguna para preparar una expedición que acudiese a la ciudad con sus garrotes a liberar el preso. El día señalado fue el 13 de diciembre de 1808 pero el proyecto fracasó por no haberse reunido gente suficiente.
Acto seguido se produjo la represión de los amotinados con el envío de una partida de tropas a Teror, al tiempo que la Audiencia decretaba la reparación de la antigua iglesia. Las obras se llevaron a cabo durante 1810, efectuándose el traslado del Santísimo desde la “iglesia chica” el 28 de agosto de 1811 con asistencia del obispo Verdugo que a la sazón se hallaba en Teror.
En conclusión, la iglesia construida en 1767 no fue derruida debido a la presión ejercida por los amotinados en 1808. El origen del motín parece estar en la ruina de la iglesia. Sin embargo, la decida participación de los vecinos del pago de Valleseco, que no olvidemos contaban con su ermita de San Vicente, puede hacernos pensar que en un hecho de índole religioso pueda estar encubriendo otro de carácter socio-económico. Esto es, los repartos de tierras que a principios del siglo XIX se estaban llevando a cabo en la Montaña de Doramas y en los que no fueron incluidos los vecinos de Teror, en particular los de Valleseco, al considerar la Audiencia que los terrenos de los Tableros pertenecían a la jurisdicción de Moya y no a la de Teror.
TEROR EN LA EXPOSICIÓN DE LA CATEDRAL
D. Julio Sánchez Rodríguez,
Delegado Episcopal del VI Centenario de la diócesis de Canarias
Párroco de Ntra. Sra. de las Nieves de El Palmar (Teror)
Teror es uno de los municipios que más obras de arte aportó a la exposición “La Huella y la Senda”, inaugurada en la catedral de Santa Ana el 30 de enero de 2004, permaneciendo abierta hasta el 30 de mayo del citado año. Pinturas, esculturas, orfebrería y documentos pertenecientes tanto a inmuebles como comunidades de religiosas e incluso a particulares del municipio: la basílica de Nuestra Señora del Pino, la ermita de la Peña, el monasterio del Cister y la comunidad de religiosas misioneras de la Sagrada Familia conformaron un conjunto de gran calidad artístico-devocional al aportar incluso obras desconocidas para los terorenses.
En el capítulo primero titulado “Las Raíces”, se expusieron tres cuadros – uno de ellos inédito-, así como, estampas y novenarios, de propiedad particular, alusivos a Nuestra Señora del Pino. La comunidad de religiosas misioneras de la Sagrada Familia contribuyó con el lienzo de “Nuestra Señora de Candelaria”, que por primera vez, tras su restauración pudimos contemplar y admirar en toda su hermosura. Esta obra tiene un gran interés porque representa la vera efigie de la antigua imagen de La Candelaria desaparecida en el temporal de 1826. Tratándose de un lienzo perteneciente al legado de don Santiago Beyro Martín, sacerdote del siglo XVIII que vivió en Santa Cruz de Tenerife. Obra anónima tienerfeña ejecutada hacia 1750 en la que se representa la imagen mariana de cuerpo entero ante un fondo de cortinaje compuesto por damascos rojos para dar profundidad, ataviada con los ropajes habituales: saya o basquina, jubón, mangas y manto, además del rostrillo que enmarca su rostro y del mantito que envuelve al Niño en sus brazos. El monasterio del Cister aportó el lienzo de “Nuestra Señora del Pino con barcos”. Obra anónima canaria realizada hacia 1762, donado al monasterio por Néstor Álamo. Lienzo que también fue restaurado para la exposición. Su denominación se debe a la vestimenta que lleva la efigie, en la que se advierten varios navíos, reflejando el antiguo terno de los navíos -donado en el siglo XVIII- que poseía la Virgen del que sólo hoy en día se conservan en el camarín de la basílica, las mangas del vestido de la Virgen y una parte del correspondiente al Niño. El tercer lienzo fue cedido por la basílica de Nuestra Señora del Pino y en él se representa “La aparición de Nuestra Señora de La Peña”. Obra anónima realizada hacia 1771, donada por el presbítero Don Diego Álvarez de Silva. Articulado en dos planos, en cuya zona superior, destaca la representación de la vera efigie de la patrona de Fuerteventura, la Virgen de la Peña, a la que se rinde culto en su santuario de Vega de Río Palmas (Betancuria), mientras que en el plano inferior sobresale la aparición de la Virgen a los franciscanos San Diego de Alcalá y fray Juan Torcaz. Entre los documentos expuestos en el primer capítulo destacaron las estampas y novenarios a Nuestra Señora del Pino, aportación de particulares, entre la que cabe mencionar “La novena en obsequio y culto de María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra”, autoría de don Fernando Hernández Zumbado, única Novena que se reza en la actualidad y que fue compuesta por el prebendado de la catedral e impresa en Madrid en 1782, precedida por un grabado de la aparición de la Virgen en el pino de Teror.
En el capítulo segundo, titulado “La aventura cristiana”, se expusieron dos de las grandes sorpresas de la exposición: el lienzo de “Adán y Eva arrojados del Paraíso”, propiedad de las dominicas misioneras de la Sagrada Familia y la talla de “Nuestra Señora de las Nieves” de la ermita de la Peña de El Palmar. El primero de ellos, desconocido por la historiografía hasta que fue expuesto en la exposición tras su restauración, se atribuye al gran artista canario Juan de Miranda, enriqueciendo el variado catálogo de piezas que se adscriben a este artífice. Pues por su singularidad iconográfica destaca dentro del contexto histórico de las Islas al reproducir un asunto poco trabajado por los pintores locales durante la época Moderna. En él impresiona la fuerte carga expresiva de Adán horrorizado por las consecuencias de su pecado. Siguiendo el pasaje bíblico (Génesis 3, 17-19), la pintura se ajusta al modelo iconográfico más generalizado para representar la escena, aunque la inclusión en ellas de diversos elementos y particularidades, enriquecen notablemente el mensaje ético y moral que trasmite. Por lo que respecta a la talla de “Nuestra Señora de las Nieves” que se venera en la ermita de La Peña (El Palmar) es una pequeña imagen, que una vez despojada de su vestimenta, fue catalogada como flamenca por la Dra. Doña Constanza Negrín Delgado, de la Universidad de La Laguna. En su estudio demuestra que fue realizada en Malinas entre 1510-1520, aunque su cabeza fue modificada en fechas posteriores a su ejecución. Este hallazgo es de gran importancia porque la convierte en la imagen más antigua de Teror, incluso más que la talla de Nuestra Señora del Pino.
Al capítulo cuarto, “El esplendor de la fe”, la basílica del Pino aportó tres hermosas imágenes barrocas, atribuidas a la gubia del escultor de escuela sevillana Benito de Hita y Castillo. Se trata de los arcángeles “San Rafael” y “San Gabriel” y la de “San Ramón Nonato”. Imágenes que fueron encargadas por el tesorero de la catedral don Estanislao de Lugo para el nuevo templo de Ntra. Sra. del Pino, construido en los años sesenta del siglo XVIII. Estas tallas suponen un ejemplo más de las constantes relaciones artísticas entre Andalucía y Canarias, pues numerosas son las piezas artísticas que conservamos en las Islas importadas de aquella comunidad peninsular. La figura de “San Rafael” se representa en actitud andante portando el cayado en su mano izquierda, mientras que en la otra blande su atributo iconográfico más característico, el pez. Ataviado con vestido y capa de ricos estofados, en sus antebrazos sobresalen sendas conchas, como si de un peregrino se tratase. Por lo que respecta a su pareja, la talla del arcángel anunciador de la buena nueva, “San Gabriel”, se le representa también plena de efectismo y con vestimentas dinámicas pero sin la actitud de marcha. La imagen de “San Ramón Nonato” es representada con capa roja, aludiendo al cardelanato que obtuvo el santo, la custodia y la palma del martirio con tres coronas. Para esta advocación -devoción del obispo fray Valentín Morán, de la Orden de la Merced- se construyó uno de los cinco retablos que decoran la basílica, actualmente presidido por la talla de San José. Como ya demostré en mi libro “La Merced en las Islas Canarias”, este retablo y el actual del Señor atado a la columna fueron realizados por el maestro José de San Guillermo, mientras que los otros tres restantes fueron trazados por el maestro Nicolás Jacinto. Dentro de este capítulo y en el apartado dedicado a “Los sacramentos” se mostraron también dos sencillos “Candeleros de altar”, pertenecientes a un juego de seis que posee la basílica. Realizados en el último tercio del siglo XVIII en plata en su color lisa con pie cuadrado, sobre el que se eleva un grueso cuerpo convexo que se prolonga sin interrupción en otro cuerpo cónico, nudo de jarrón en forma de pera invertida y mechero cilíndrico. La importancia de estas piezas de orfebrería radica en que presentan marcas, además del sello de Gran Canaria presenta un segundo punzón que presenta esquemáticamente una figura de perro dentro de su propio perfil. Prueba evidente de que su autoría es canaria, como demostró en su estudio el Dr. Don Jesús Pérez Morera de la Universidad de La Laguna.
Finalmente, en el capítulo quinto “Mensajeros del Nuevo Mundo. La Obra evangelizadora de Canarias en América”, se mostró un juego de “Sacras” de estilo rococó en plata repujada en su color sobre alma de madera realizadas con anterioridad a 1778 en la ciudad de Méjico. Las tres sacras se colocaban delante del altar para que el sacerdote pudiese leer determinadas partes de la misa sin recurrir al misal. Un escudo episcopal (torre coronada por una flecha), con mitra y báculo, grabado en la sacra central bajo las palabras de la consagración, nos habla del comitente de las piezas, el obispo don José María Urquinaona y Bidot, quien las donó a la basílica de Teror por su gran devoción a Nuestra Señora del Pino. Este obispo fue el promotor de las grandes peregrinaciones insulares a la villa mariana. Por ello, el municipio le dedicó una de sus calles, la trasera del palacio episcopal.
EMBLEMAS HERÁLDICOS EN EL ARTE DE TEROR
D. Juan Gómez-Pamo Guerra del Río
Licenciado en Geografía e Historia
Técnico del área documental de El Museo Canario
Los emblemas heráldicos, las armerías, hacen su aparición en Europa Occidental en los albores de la Baja Edad Media, tienen su máximo esplendor y desarrollo a lo largo de los siglos bajomedievales, cuando su adopción y uso adquieren una gran libertad y se integran en la vida diaria y en casi todas las manifestaciones artísticas. Su recepción en Canarias se produce ya en el Renacimiento, en un momento que algunos especialistas califican de periodo de decadencia del sistema heráldico. Se perciben entonces esos emblemas como una herencia del pasado, como algo exclusivo de la nobleza, con unas reglas predeterminadas y un conocimiento cercano a lo hermético.
En Canarias podemos agruparlos en emblemas institucionales, eclesiásticos y familiares.
Las instituciones que portan emblemas heráldicos son la Corona, que además es la única legitimada para conceder armas en la nueva mentalidad postmedieval, los Cabildos de las islas realengas y, mucho más tarde, algunos ayuntamientos. La generalización de la adopción de armerías propias por los municipios no se producirá hasta el siglo XX. Los emblemas eclesiásticos se refieren a los propios de los obispos y a los de las órdenes religiosas. En Canarias las más importantes son las de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, que no tienen presencia en Teror, donde si hay un convento cisterciense desde el siglo XIX. Las armerías familiares o gentilicias son las más extendidas, están formadas por las pertenecientes a las familias consideradas hidalgas.
Trataremos de analizar la presencia de estos emblemas heráldicos o armerías en el patrimonio de Teror.
– Armas institucionales
Lógicamente las armas municipales no aparecen hasta el siglo pasado, están presentes en la fachada de las casas consistoriales y en el edificio de Aguas de Teror. En la Plaza de Teresa de Bolívar también podemos ver los emblemas heráldicos de los cabildos de Tenerife y Gran Canaria.
– Armas eclesiásticas
En la fachada del convento del Cister figura el emblema de esa orden: de plata, una cotiza, de sinople y gules alternados, a su diestra una cruz flordelisada de gules y una mitra de oro, y a su siniestra un brazo vestido, sujetando un báculo de oro, con dos flores de lis a ambos lados de su extremo superior, del mismo metal. En las hojas de la puerta principal están tallados una mitra y un báculo en cada lado.
Teror cuenta con emblemas heráldicos de los obispos de Canarias más relacionados con las obras de la Basílica, así como de algunos Pontífices que tuvieron un papel destacado en la historia del templo y de la devoción mariana. Las armas de San Pío X y de Pío XII aparecen en sendas vidrieras. Las del Papa Sarto: de azur, un áncora en su color, puesto en palo, sobre ondas de plata y azur, superado de una estrella de seis puntas de oro. Jefe de plata, con el león de San Marcos, alado y nimbado de oro, sosteniendo con su pata derecha un libro abierto con la inscripción: “Pax Tibi Marce Evangelista Meeus». Las del Papa Pacelli: de azur, el monte de tres cúspides de plata, terrasado de sinople, sumado de una paloma contornada de plata, sosteniendo en el pico un ramo de olivo de sinople. Campaña de ondas de plata y azur.
En el convento del Císter, heredero del capitalino convento de bernardas descalzas de San Ildefonso fundado por el obispo Cámara y Murga, existe un retrato de este prelado en el que figuran sus conocidas armerías y que probablemente proceda de aquel desaparecido monasterio.
Dos escudos episcopales tallados en piedra en varios bloques están colocados en lo alto de la fachada de la basílica. Uno corresponde a Fray Valentín de Morán y Estrada, de la Real orden militar de Nuestra Señora de la Merced. Incluye sus emblemas familiares de Morán, Estrada, Menéndez y el emblema de la orden de la Merced en el pequeño escudo superior.
El otro pertenece a Francisco Javier Delgado y Venegas, obispo de Canarias, de Sigüenza y arzobispo de Sevilla, patriarca de las Indias y presbítero cardenal de la Santa Romana Iglesia. Porta también las armerías familiares y en el escudete superior las armas de la Universidad de Alcalá, de la que había sido alumno. Del mismo prelado existe un escudo con sus armas en una fachada lateral del palacio episcopal. Mientras que, colocadas sobre el acceso principal a esta construcción se ostentan las ramas de Fray Joaquín Lluch y Garriga, que también combinan emblemas familiares con los de su orden, era carmelita descalzo, y sus devociones. Así aparecen el Ojo Divino, el Sagrado Corazón de Jesús, una mata de garriga y, en escusón, el emblema de la orden del Carmelo. Además de los atributos episcopales lleva 3 condecoraciones correspondientes a la gran cruz de Isabel la Católica, la cruz de primera clase de la orden civil de Beneficencia y la orden militar ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.
En la fachada del citado convento del Císter, además de la armas de la orden figuran las del obispo Pozuelo que reproducen las de su sello y que incluyen las armas familiares de Pozuelo y Herrero, con sus emblemas parlantes del pozo y las herraduras. En la sacristía de la Basílica de Nuestra Señora del Pino figuran las armas del obispo Fray José Cueto y Díaz de la Maza.
– Armas familiares
El vecindario de la villa de Teror estuvo formado en sus primeros tiempos por labradores que cultivaban sus tierras, poco a poco se fueron creando patrimonios mas importantes y algunos hacendados, vecinos de la ciudad de Las Palmas, dispusieron de extensas propiedades agrícolas en el término, a las que venía en verano o especialmente para las fiestas de Nuestra Señora en septiembre.
En la solería de la primitiva iglesia parece ser que hubo lápidas blasonadas, en consonancia con el uso como enterramiento que tuvieron los templos de las islas hasta principios del siglo XIX. Así, según el genealogista Fernández de Béthencourt, existió una lápida en la capilla mayor, labrada con las armas familiares, sobre los restos de Salvador de Quintana Villanueva y Juana de Ribera Dávila, matrimonio fallecido a mediados del siglo XVII. Lápida blasonada que desapareció en una de las transformaciones del templo “como consta de un certificado expedido en 15 de setiembre de 1710″.
En la cripta de la Casa de Colón podemos contemplar una losa armoriada de esta misma familia, procedente de la iglesia de Teror, la de doña Beatriz Ventura Lorenzo Béthencourt y Ayala, mujer de Juan de Quintana Montes de Oca. En ella están talladas las armas de Rodríguez de Vivar, Quintana, Rivera, Dávila, Montes de Oca, Acosta, Béthencourt, Ayala y Heredia. Doña Beatriz, según el citado genealogista, murió a los 24 años en 1709 y fue sepultada en la capilla mayor de Teror
El coronel Antonio Lorenzo de la Rocha Béthencourt, sobrino de doña Beatriz, dirigió las obras del nuevo templo parroquial de Teror, por lo que obtuvo del obispo de Canarias derecho a sepulcro principal en la capilla mayor, junto a las gradas del presbiterio. Allí permanece una lápida con sus armas familiares. Estas se disponían en un escudo cuartelado, 1º y 4º de plata, un león rampante de gules; 2 y 3º de oro, cuatro palos de gules; sobre el todo, un escusón de azur, con un castillo de oro en cuyo homenaje asoma un caballero armado de espada y rodela, todo de plata, acompañado de ocho estrellas del mismo metal. Estas armas están rodeadas de quince banderas multicolores, doce de ellas sarracenas y tres cristianas, y tienen como divisa: “por la Fe y por el Rey los moros fago fugir o todos han de morir».
La casa Manrique de la plaza, ostenta, a cada lado de su balcón, dos escudos de armas. El de la izquierda porta las propias de los Guesquier, Manrique, Amoreto, Bethencourt y Franchi, linajes reunidos en la familia Manrique. El escudo de la derecha lleva las armas de Trujillo y Osorio, en alusión al linaje por el que les venía la gran propiedad de la que disfrutaban, el cortijo de Osorio. Las armas solas de Manrique aparecen también en la fachada de la Casa de los Patronos de la Virgen y en el chaflán de la casa construida para María Manrique de Lara y Massieu.
Como recuero a la esposa de Simón Bolívar, María Teresa Rodríguez del Toro, cuyo linaje procedía de la villa, se colocó un escudo con sus armas en la citada plaza a ella dedicada por Néstor Álamo.
No hemos pretendido un repertorio completamente exhaustivo de los emblemas heráldicos de Teror, es de suponer que en el tesoro de la Basílica y en el convento del Císter, figuran más emblemas en distintos soportes. Podemos mencionar algunos significativos, los dos escudos acolados bajo una corona real que figuran en el retablo de la iglesia del convento del Císter y los dos candeleros de mesa de plata, en la iglesia de Nuestra Señora del Pino.
LA MÚSICA Y EL FOLKLORE EN HONOR A LA VIRGEN DEL PINO
Dña. Isabel Saavedra Robaina
Licenciada en Geografía e Historia
Coordinadora de la Escuela Municipal de Educación Musical de Las Palmas de Gran Canaria
Colaboradora del Departamento de Musicología de El Museo Canario
La devoción que el pueblo canario ha manifestado a lo largo de los siglos a la Virgen del Pino, ha dado lugar a un rico y variado patrimonio que se ha generado desde los ámbitos más diversos de la creación musical. Partiendo de las primeras noticias referentes a los músicos de la catedral de Las Palmas que atendían la liturgia de esta advocación mariana en Teror, podemos hablar de un amplio e interesante recorrido por todo tipo de composiciones cultas y folkóricas.
La música en la liturgia de la Natividad de la Virgen María
La festividad de Nuestra Señora del Pino de Teror, como las de tantas otras advocaciones marianas españolas, se ubicó el día 8 de septiembre, que en el calendario litúrgico gregoriano se corresponde con el de la Natividad de la Virgen. Esta importante fiesta cristiana tiene su liturgia especial, con cánticos, antífonas, himnos, etc. alusivos al nacimiento de la Virgen y a la importancia que tal acontecimiento encierra para la cristiandad. Las plegarias de las horas canónicas de maitines, laudes, vísperas y completas cobraron en dicho día especial solemnidad y, por ello, los cantores y músicos eran los encargados de interpretar los cantos propios del repertorio gregoriano específico para esta fiesta y la polifonía consiguiente. Entre estas piezas debemos destacar el himno Ave, maris stella, el cántico del Magníficat y la antífona mariana Salve Regina, como pilares básicos en el marco litúrgico de la festividad del Pino.
Los músicos de la catedral de Las Palmas
Desde que la fiesta del Pino adquirió un mayor relieve, sin duda por imperativo del sentir popular, comenzaron los desplazamientos de músicos de la catedral de Las Palmas a Teror para atender la liturgia. En principio, como impulso espontáneo relacionado con la gran devoción que el pueblo canario le fue cobrando a la Virgen del Pino, y luego mediante una regulación expresa del cabildo catedral. La primera noticia que tenemos sobre licencias concedidas a los músicos de la catedral para ir a atender la solemnidad en Teror se produce el 4 de septiembre de 1620. A partir de entonces es frecuente encontrar en las actas capitulares de la catedral este permiso a principios de septiembre para organizar con ornato las fiestas del Pino, con asistencia de un escogido grupo de cantores e instrumentistas de la catedral seleccionados por el maestro de capilla.
El archivo de música de la catedral de Las Palmas conserva numerosas obras litúrgicas marianas polifónicas y hasta policorales, algunas de las cuales sin duda se llevarían a Teror para ser cantadas. Las más relevantes del siglo XVII son las de los maestros de capilla Miguel de Yoldi, Juan de Figueredo Borges y Diego Durón, adscritas a la estética del barroco hispano. Ya en el siglo XVIII, será el maestro Joaquín García quien, trayendo un estilo musical completamente nuevo caracterizado por la retórica instrumental tardobarroca, conferirá a estas obras una dimensión más solemne y enriquecida. Su sucesor Francisco Torrens, cuya música apunta a las nuevas estéticas del clasicismo, creó nada menos que siete piezas marianas del ciclo de la Natividad de la Virgen, para diferentes agrupaciones vocales e instrumentales.
En el contexto del siglo XVIII surge en la catedral de Las Palmas la figura de Mateo Guerra (Las Palmas de Gran Canaria, 1735-1791), un compositor local que dedicará su vena creadora a la Virgen del Pino. Entre la docena larga de obras que de él conservamos, existen al menos cuatro piezas destinadas a Teror: dos diferentes Salves para voces y orquesta, un Ave, maris stella en el que coro y orquesta alternan con un coro gregoriano, y un excelente villancico de calenda titulado Qué nueva alegría (1785). En esta obra y en una de las Salves (1773), el compositor indica expresamente en la portada de su manuscrito “Para Teror”.
Ya en el siglo XIX, serán numerosos los compositores catedralicios que aporten nuevas creaciones al repertorio terorense, como José María de la Torre Parlar y los maestros Miguel Jurado Bustamante y Benito Lentini, entre otros.
Las aportaciones de los músicos desde mediados del siglo XIX
Tras la supresión de la capilla de la catedral, tuvo que organizarse la música con un grupo de profesionales externos que eran contratados por el templo para cubrir las grandes festividades. Este mismo grupo, emanado fundamentalmente de la propia catedral, acrecentaba sus ingresos atendiendo otras fiestas religiosas y civiles, entre ellas la de Teror. Al fundarse la Sociedad Filarmónica (1845) se consolida este grupo de músicos, el cual firma un contrato con la catedral para atender las diferentes celebraciones litúrgicas, contrato que duraría hasta los tiempos del Concilio Vaticano II. Pero lo de ir a Teror siguió siendo una «obligación moral» aparte, soportada por un grupo más reducido de aquellos filarmónicos y sus sucesores.
Figura central de la música en Canarias a caballo entre los siglos XIX y XX fue el maestro de la orquesta filarmónica Bernardino Valle Chinestra. Las creaciones que Valle dedicó a la Virgen del Pino son muestras de un rango musical superior con respecto a lo que a partir de entonces se haría. Una obra significativa fue la que compuso con motivo de la “coronación” de la Virgen en Teror por el obispo Fray José Cueto en 1905: una brillante versión de la antífona mariana del tiempo de la Resurrección, Regina Coeli laetare, alleluia, para coro a cuatro voces y orquesta u órgano, que resonó el 8 de septiembre de ese año en el templo terorense. Pero su obra más solemne para Teror fue el Himno que compuso con ocasión de la proclamación de la Virgen del Pino como Patrona de Canarias en 1914, con letra del canónigo Miguel Suárez Miranda, en la que incluso se alude a la gran guerra mundial iniciada ese año.
En tiempos de Valle vivió vinculado a la Filarmónica y como director de la Banda Militar de Las Palmas el grancanario Santiago Tejera Ossavarry (Las Palmas, 1852-1936). Siendo muy joven compuso un Himno marcial para tocar en Teror, al que el poeta Julián de Mena le aplicó en 1923 una “letra en honor de la Santísima Virgen del Pino”. Asimismo, en 1877 escribió Tejera un Himno de la peregrinación a Teror para dos voces con acompañamiento de órgano, con letra de Santiago Beyro. Este himno a la Virgen fue expresamente compuesto para cantarlo no en la fiesta propiamente dicha, sino por los pueblos de Gran Canaria que, en peregrinación extraordinaria, concurrieron al santuario de Nuestra Señora del Pino de Teror el día 23 de septiembre de 1877. De fecha más tardía fue su nueva música para el Himno a la Santísima Virgen Nuestra Señora del Pino que, con letra del canónigo Miguel Suárez Miranda, había musicado ya Bernardino Valle en 1914, y que Tejera recompuso según su fantasía en agosto de 1928, para cantarlo en Teror en la festividad de ese año. Está escrito para voces comunes al unísono y órgano o armonio.
El violinista concertino de la orquesta filarmónica de Las Palmas Agustín Conchs, tuvo parte principal en la creatividad musical que se generó durante la Segunda República en torno a la Academia Musical y Masa Coral de Gran Canaria y a las fiestas canarias organizadas por el pintor Néstor. Entre sus composiciones encontramos una bella plegaria para voz y piano u órgano, titulada Virgen del Pino, hecha en colaboración con el letrista y tenor Juan Alberto Monzón, que se cantó incluso para el descenso de la Santísima Virgen en septiembre de 1962.
Profesor del conservatorio de la Filarmónica y director de la Banda Militar de Las Palmas desde 1929, fue José Moya Guillén, autor de numerosas obras, entre ellas del Himno popular a Ntra. Sra. la Virgen del Pino con letra del relevante poeta grancanario Ignacio Quintana Marrero.
Por su parte, José Jiménez Mentado (Bañaderos, 1915 – Las Palmas, 1997), músico militar y primer fagot de la orquesta filarmónica, aparte de notable pedagogo de solfeo y armonía, contribuyó a solemnizar las fiestas de Teror al menos con dos obras de su cosecha: un Ave Maria a dos voces y piano u órgano (1960) y un Andante (Intermedio Religioso) para orquesta, ambos en homenaje de la Santísima Virgen del Pino.
Un caso singular en este panorama lo constituye la figura de Sor Concepción Alzola (Las Palmas, 1909 – 1993), discípula de Santiago Tejera Ossavarry y del pianista Cástor Gómez Bosch. Las plegarias religiosas que compuso estuvieron vigentes durante muchos años en los conventos del Sagrado Corazón en los que estuvo. Circunscritas a la época preconciliar, encontramos dos bellas obras, de expresiva sencillez, dedicadas a la Virgen del Pino, con letras de M. Alarcón y de ella misma.
Los repertorios para banda
No podemos pasar por alto los repertorios religiosos para banda que se han generado con motivo de las fiestas del Pino. La banda de Teror, fundada en 1885, solemnizó las fiestas con su concurrencia, siendo obligada todos los años la interpretación del Himno de la Virgen. Los tres himnos fundamentales fueron los de Tejera, Valle y Moya Guillén, si bien este último fue el de vida más efímera, dado que desde 1954 fue sustituido, hasta hoy, por una versión para banda de la canción parrandera Ay, Teror, qué lindo eres, de Néstor Álamo, que se suele tocar todos los años al terminar el pregón de las fiestas.
También hay que mencionar las bandas de otros pueblos que han asistido en muchas ocasiones a las romerías y ofrendas, interpretando plegarias, marchas procesionales o himnos expresamente compuestos para ello por sus maestros. En este contexto podemos citar obras que van desde la “marcha regular” Nuestra Señora del Pino del maestro Félix García Arocha hasta las más recientes de Víctor Ureña Revuelta, director que fuera de la banda de Telde, como su pasodoble-marcha A Teror, estrenado en la ofrenda del Pino el 7 de septiembre de 1975, o incluso sus arreglos para banda de las canciones terorenses de Néstor Álamo como Caminito de Teror.
Romerías y canciones folklóricas
El auge de la fiesta de la Natividad de la Virgen en torno a Nuestra Señora del Pino en Teror se produjo, indudablemente, debido al fervor popular que esta advocación fue ganando desde el siglo XVI. Desde tiempos antiguos acudían campesinos y costeros con sus familias, sus viandas y enseres, y también con sus timples, laúdes, bandurrias y guitarras a la gran fiesta mariana de la isla. La mayoría de las letras cantadas pertenecían al repertorio común de la lírica tradicional heredada; pero entre este caudal encontramos también creaciones poéticas populares referidas a la Virgen y su fiesta. Muchas han sido las coplas populares en cuartetas para isas y folías que se han incorporado a través del tiempo al repertorio de los romeros terorenses. Algunas de estas letras han sido aprovechadas luego por ciertos autores para sus canciones, expresamente creadas para las parrandas que acudían a la gran romería y que luego han sido difundidas por diversas agrupaciones como Mary Sánchez y los Bandama, la Rondalla “Roque Nublo”, la Agrupación Folkórica “San Cristóbal”, Los Gofiones, etc.
Es bajo los auspicios del presidente del Cabildo grancanario, Matías Vega Guerra, en torno a 1950, cuando éste encomienda a su secretario Néstor Álamo Hernández (Guía, Gran Canaria, 1906 – Las Palmas, 1994) revitalizar y dar magnificencia a las romerías del Pino con apoyo del Cabildo y los Ayuntamientos insulares, siguiendo el modelo de las grandes cabalgatas de Reyes de ambientación tipista que organizó el pintor Néstor Martín-Fernández en Las Palmas en las postrimerías de la Segunda República. Néstor, que ya para las fiestas de su homónimo pintor había compuesto y estrenado con éxito su canción Sombras del Nublo, compondrá entonces una serie de canciones canarias y ranchos parranderos para las fiestas del Pino que todavía hoy mantienen su vigencia y prestigio, no sólo por su acierto melódico, sino también por su vena poética de corte popular.
Las letras de Néstor Álamo hablan de la Virgen, de su belleza y del fervor que despierta, pero también escenifican con gracia y color los quereres y sentires de los romeros, sus pasiones y su picaresca, en el camino hacia el santuario de la Virgen. Entre sus creaciones destacan los ranchos parranderos Ay, Teror, qué lindo eres, P’al Pino y Caminito de Teror.
El estilo de canción canaria creado por Néstor Álamo ha tenido una enorme repercusión en la creatividad de otros autores en la segunda mitad del siglo XX. Numerosas son las rondallas y parrandas que han incorporado a sus repertorios canciones de creación propia, entre las que ocasionalmente encontramos letras alusivas a la romería de Teror y a la Virgen del Pino. Un ejemplo muy digno de esta corriente lírica populista es la compositora Herminia Naranjo, autora de exitosas canciones como ¡Qué bonito es mi Teror! y Si conmigo te vienes al Pino, que incluso ocasionalmente se han atribuido por error a Néstor Álamo. Dentro de estos repertorios populares es asimismo significativa la Plegaria a la Virgen del Pino con letra y música de Pino Monzón.
No debemos olvidar, finalmente, al prolífico Manuel Martín Pérez, autor de canciones para todas las ocasiones posibles que interpretaba con su orquestina. Suyo es el vals-canción A Teror de romería, tanto por lo que se refiere a la música como a la letra, alusiva a la Virgen del Pino y a la devoción que los romeros le tributan.
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Como habrá podido observarse, la festividad de Nuestra Señora del Pino en Teror ha generado a lo largo del tiempo un cúmulo de ejemplos artístico-musicales de todo tipo que constituyen una indudable riqueza patrimonial. Ella forma parte ya del alma y del sentir de los canarios que, año tras año, acuden a la villa mariana de Teror con la devoción y la alegría que da tono a la gran fiesta popular y espiritual de Gran Canaria.
LA EVOLUCIÓN SOCIOECONÓMICA Y URBANA DE TEROR DURANTE EL ANTIGUO RÉGIMEN
D. Pedro Quintana Andrés
Doctor de Historia Moderna
Profesor de Enseñanzas Medias
La fase colonizadora de Gran Canaria supuso una ruptura con la formación social prehispánica, dentro de la cual el término de Teror se había conformado como un territorio básico para el abastecimiento de madera, frutos del bosque y zona de tránsito para el pastoreo entre las áreas de herbajes de invernada y estío. La ausencia de núcleos de población de cierta entidad en la jurisdicción no impidió una presencia de aborígenes sobre el territorio, tal como se muestra en las diversas referencias históricas sobre restos de estos habitantes prehispánicos. La cultura material y las viviendas serán los elementos con mayor perdurabilidad en el tiempo, además de ser éstos los citados con alguna periodicidad en las fuentes documentales durante el Antiguo Régimen. Algunas viviendas y restos de construcciones de los antiguos habitantes de la isla se localizaban en Troyanas, Valsendero o el propio núcleo de Teror, pues la simbólica aparición de la Virgen del Pino se encontraba asociada a posibles manifestaciones de ritos aborígenes.
Los inicios del Quinientos implicaron la introducción de la estructura productiva insular dentro del engranaje expansivo del sistema mercantil-capitalista europeo donde la isla, como el resto del Archipiélago, representó un papel determinado por la riqueza mineral de sus suelos, la abundancia de aguas, la mano de obra barata –incluida la tomada como esclava mediante cabalgadas en la cercana costa africana- y la relativa cercanía a las áreas de demanda. La exportación azucarera fue el primigenio motor de ese proceso de explotación del medio, en donde cada área insular desempeñó una función de complemento dentro del organigrama socioeconómico regional. La producción en Teror se diversificó en esta fase no sólo por la introducción de productos, técnicas de cultivo y de explotación del suelo sino también por la propia división interna del trabajo. Gran parte de su productos agrarios se dirigieron al abastecimiento del mercado interno, en especial hacia Las Palmas y, en menor medida, Telde. La posición geoestratégica del término de Teror en el centro-norte insular, la feracidad de los terrenos y la abundancia de su acuífero fueron factores relevante para la atracción hacia la zona de mano de obra y capitales. El cereal –trigo, cebada- predominante en las áreas de secano, se unió a los cultivos de huertas, de árboles frutales o la ganadería, sobre todo la menor pastoreada en las áreas de cumbre. A dichas actividades se añadieron la explotación maderera de los densos montes del lugar y de la Montaña de Doramas; la apicultura; las peguerías; una inicial industria molinera; o las actividades relacionadas con la construcción (albañilería, carpintería, cabuquería). Las explotaciones agrarias de subsistencia abarcaron un amplio espectro de la población, convirtiéndose este sector en sostenedor de una mano de obra en la reserva destinada a ulteriores expansiones productivas. También el monte fue un espacio de subsistencia para una fracción de los vecinos al basar sus ingresos en el carboneo, la elaboración de pez, la recogida de pinocha o de frutos fundamentales para complementar su pobre dieta alimenticia. El volumen de población en el lugar aún fue escaso con bajas densidades en comparación a las áreas en plena expansión económica –Telde, Gáldar-, quedando limitado su emplazamiento a los espacios limítrofes con las áreas boscosas aún sin roturar. La ocupación territorial fue dispersa a causa de la propia distribución de las tierras, el agua y las peculiaridades de las vías de comunicación. Los núcleos de población de cierta importancia eran Teror o El Palmar, aún con débiles efectivos poblacionales y conformados por agrupaciones de casas más o menos dispersas.
A fines del Quinientos la caída de las exportaciones azucareras implicó una grave crisis económica en Gran Canaria cuya hegemónica posición regional quedó reducida ante el auge alcanzado por Tenerife o La Palma dentro del nuevo sistema productivo del Archipiélago. El policultivo se extendió por la isla siendo una de las áreas con mayor arraigo la de Teror, lugar donde las tierras aumentaron a costa de los espacios ganados al bosque, sobre todo en la franja comprendida entre los 400-700 metros de altitud. A comienzos del Seiscientos se introdujeron nuevos productos agrarios en la isla –millo, papa- dirigidos al mercado de abastecimiento local y hacia los grupos con una débil capacidad económica, una amplia fracción de la población. Las apuntadas características edafológicas y acuíferas en el término de nuestro estudio fueron dos factores de especial relevancia para entender la multiplicación y abundancia de las cosechas, así como la progresiva erradicación del barbecho, hechos relevantes para evaluar el progresivo peso económico alcanzado por el lugar dentro del tejido productivo insular. Ahora los procesos roturadores del monte debieron generalizarse a costa de las tierras concejiles –tomadas legalmente o no- y los terrenos de los grandes beneficiados con los repartimientos tras la conquista, además de los entregados con posterioridad por el propio Cabildo insular. La positiva tendencia demográfica experimentada no sólo se fundamentó en un aumento de las cifras aportadas por el crecimiento vegetativo, sino también en la más que probable prolongación en la esperanza de vida –gracias al incremento y diversificación de la dieta- y la llegada de numerosos emigrantes del resto de Gran Canaria, casi todas familias jóvenes neolocales. Los campos de cultivo comenzaron a cubrir las zonas comprendidas entre los 400-600 metros de altitud, destinándose las parcelas de las cotas inferiores al cereal y los árboles frutales mientras las superiores se especializaban en el millo, hortalizas y, ya a fines de la centuria, de papas. La artesanía siguió basándose en las actividades ya mencionadas aunque todas ellas experimentan una gran intensificación, en especial la molinería –dirigida su producción de gofio y harina hacia el mercado local y Las Palmas-, con numerosos molturadores construidos o comprados desde mediados del siglo XVII por miembros del grupo de poder local. Los beneficios generados por el policultivo permitieron la presencia de un nutrido sector de medianos propietarios agrarios cuyo grupúsculo más conspicuo se localizó en el pago de Arbejales, de donde surgieron algunas de las familias de mayor raigambre del término y de la propia isla. La prosperidad de estas parentelas se basaba en la tenencia de la tierra y la comercialización de la producción, a la que unieron su participación diversos campos económicos –caso del préstamo de dinero-, en la administración local o en las instituciones eclesiásticas. Al unísono, el grupo de poder local y los grandes propietarios asentados en la ciudad iniciaron una progresiva amortización de bienes cuyo resultado fue delimitar a escasas familias gran parte de las tierras de mayor feracidad del término. A ellas se unieron las parcelas vinculadas a favor de capellanías, patronatos, conventos o a la Fábrica parroquial gracias al fervor generado desde fines del Quinientos alrededor de la Virgen del Pino, verdadero foco de atracción de peregrinos y fieles de toda la isla cuya presencia en el lugar generó cierto movimiento de capitales invertidos en sus alojamientos, consumos, limosnas y necesidad de transporte. A lo largo de la centuria el desarrollo económico tuvo su reflejo en el crecimiento urbano de Teror y sus diversos pagos. El núcleo cabecera del término se extendió alrededor de la iglesia y a lo largo de las vías de comunicación con Arucas, Las Palmas o Santa Brígida. Los sectores del poder o la propia iglesia vendieron algunos solares a censo para facilitar el asentamiento de una población cuya misión sería servir de futura mano de obra para la explotación de los terrenos agrícolas propiedad de los enajenadores, pero también vecinos contribuidores de sustanciosas rentas en metálico o en esfuerzo. El número de pagos creció allí donde el crecimiento agrícola demandó una nutrida mano de obra –San Isidro, Toscón, Miraflor-, mientras otros densificaron su población gracias a la extensión de los cultivos de subsistencia y abastecimiento al mercado interno (Valleseco, El Palmar). El crecimiento poblacional tiene su reflejo más evidente durante este período en la proliferación de obras en la parroquia y en el número de ermitas fundadas por el vecindario o miembros de la élite insular –con la intención de perpetuar su memoria y hacerse alguien entre sus paisanos como forma de distinción-, con el presunto deseo de cubrir las necesidades espirituales de numerosos fieles (San Isidro, San Matías). Casi todos los núcleos se conformaban por un poblamiento intercalar donde las huertas y parcelas de labor se alternaban con casas de cubiertas a dos aguas conformadas por un par de estancias cuya dimensiones oscilaban entre los cincuenta y ochenta metros cuadrados. En el núcleo de Teror y Arbejales se ubicaban las viviendas de cierta relevancia registradas en el término, casi todas de alto y bajo, propiedad de hacendados, absentistas y medianos agricultores. El elevado número de pequeños y medianos productores agrarios no correspondía al porcentaje de tierras poseídas por ésta, proporción divergente a la obstentada en este aspecto por el sector del poder.
En el Setecientos las reiteradas crisis agrarias registradas en Gran Canaria -1701/1703 o 1719/1721- y el crack de las exportaciones vitivinícolas implicaron una intensificación del policultivo, pero también la extensión de la subsistencia para un elevado sector de la población. Las sucesivas crisis quebraron las economías familiares de numerosos campesinos cuyo resultado fue la enajenación, incautación o dejación de sus tierras para afrontar deudas, la necesidad de alimentar a sus familias o emigrar. Los poderosos fueron los principales agraciados al acumular numerosas parcelas y viviendas de los grupos empobrecidos, pero también al lograr reducir el número de beneficiados ante la concentración de rentas agrarias. Todas estas parcelas volvieron a entregarse a sus antiguos propietarios pero ahora bajo acuerdos contractuales de medianería o arrendamiento a largo plazo, facilitando la pauperización de las capas medias y bajas de la sociedad terorense con la caída de sus ingresos, la dependencia de los poderosos y la presión ejercida por una reducida élite social sobre la renta agraria. Al unísono, la economía del término siguió fundamentada sobre el policultivo, cada vez más extenso y circunscrito al binomio maíz-papa, paralelo a la demanda urbana y local cuyo resultado fue el crecimiento de las rentas medias generadas por fanegada, todas ellas encauzadas, principalmente, hacia el grupo de poder conformado por los grandes hacendados y la iglesia, percibiéndola esta última a través del diezmo. A ellos se sumaron los medianos propietarios locales beneficiados por su connivencia con los poderosos a los cuales ayudaban a sostener el statu quo imperante a cambio de verse favorecidos con cargos en la administración local, en la gestión de las rentas eclesiásticas o en el arriendo de las principales haciendas, para a su vez subarrendarla obteniendo pingues beneficios.
Todo ello supuso la ralentización de las tendencias demográficas registradas con anterioridad, aunque la positiva trayectoria del crecimiento vegetativo seguirá siendo de especial relevancia hasta fines del Setecientos.
La crisis del Antiguo Régimen se tradujo en Teror en una continuación de los procesos económicos esbozados en el Setecientos, aunque con el agravante de añadirse un desajuste inflacionario galopante. El resultado de ambos problemas fue la destrucción de los ingresos y ahorros de la mayoría de los vecinos del lugar, profundizándose la desarticulación del tejido económico familiar, el analfabetismo y las enfermedades relacionadas con la pobreza, caso de la lepra o la pelagra. Esta recesión generalizada no impidió la consistencia de la producción agraria del término dentro del conjunto insular, además de proseguir la abundante fluctuación de capitales a favor del sector del poder. Los niveles de pobreza del vecindario propiciaron algaradas, muchas veces justificadas por temas colaterales, y una evidente presión sobre las tierras sin roturar, como las localizadas en los alrededores de la Montaña de Doramas. La actitud de esta masa angustiada por la necesidad benefició a los intereses de los grandes propietarios al favorecerse los repartos del monte realengo, legalizarse las usurpaciones y, a la larga, recaer parte de los pocos bienes entregados a los sectores desposeídos en manos de los poderosos a causa de débitos o imposibilidades de inversión de los beneficiados. El estancamiento de los efectivos poblacionales en esta fase se debió a múltiples causas: la emigración de numerosos vecinos ante la imposibilidad de conseguir tierras de labor o el estéril fraccionamiento de la propiedad familiar incapaz de sostener una mínima unidad familiar; la desviación de los flujos de las migraciones interiores hacia otros términos insulares con un crecimiento económico sostenido; o la prolongación de la edad de matrimonio, la generalización del celibato o la imposibilidad de formar familias neolocales. A su vez, la unidad familiar no pudo cubrir sus necesidades sólo con las labores del cabeza de familia o con la renta obtenida de la explotación agraria, debiendo, como ya se hacía desde la fase anterior, emplearse en labores de medianería o subarrendando terrenos de los grandes propietarios. Muchos de ellos debieron dirigir su fuerza de trabajo hacia las elaboraciones artesanales a tiempo parcial, como ya hacían la mayoría de las mujeres integrantes de la unidad familiar. En todo caso, en esta fase temporal Teror afianza su predominio dentro de las áreas de medianías de Gran Canaria, basándose este poder agrario en la extensión del policultivo cuyos beneficios fueron la base de la prosperidad económica de algunas familias cuyas inversiones en su lugar de origen, Las Palmas y otras comarcas de Gran Canaria buscarán aumentar sus ganancias y favorecer su posición sociopolítica en los inicios del nuevo estado burgués surgido a partir del segundo tercio del Ochocientos.
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