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Ponencias: «La Cultura del Agua»

SERVICIOS MUNICIPALES /PATRIMONIO HISTÓRICO 
III JORNADA DE PATRIMONIO CULTURAL DE TEROR (2006)
Ponencias: «La cultura del agua»

“ANÁLISIS GEOGRÁFICO-ESTADÍSTICO DEL PATRIMONIO HIDRÁULICO DE TEROR EN EL CONTEXTO DE GRAN CANARIA”

Antonio A. Ramón Ojeda.
Doctor en Geografía.
Profesor asociado de la ULPGC.

En 2002, y después de 10 años de trabajo, se dio por finalizada la etapa de inventariado del patrimonio etnográfico insular, concluyendo así el Inventario de Bienes Etnográficos Inmuebles de Gran Canaria, finalmente popularizado bajo la denominación de “Carta Etnográfica de Gran Canaria”. Coordinado por la FEDAC y la ULPGC, este documento es el producto o resultado material de la labor de muchas personas, y a fecha de hoy incluye ya 9.160 bienes etnográficos.

Este banco de datos ha permitido por vez primera realizar un balance general del patrimonio etnográfico de Gran Canaria, así como de cada uno de los municipios de la isla, haciendo posible el análisis del mismo desde diversas perspectivas: histórica, geográfica, etnográfica, etc.

En el conjunto de bienes etnográficos, el patrimonio hidráulico es con diferencia el que más destaca en términos cuantitativos. Es éste un patrimonio rico y variado, abundante, en el que el grancanario ha depositado no pocos esfuerzos a lo largo de la historia. ¿Por qué? Su existencia responde a diferentes razones, su localización, es resultado de diversos factores, y todo ello se presta a un análisis pormenorizado de carácter espacial, pero también histórico.

El patrimonio hidráulico ha sido construido para satisfacer la demanda cada vez mayor de agua para riego, siendo la agricultura el principal motor de construcción de la infraestructura hidráulica y el principal destinatario de los caudales de agua que por ella transcurren.

Unas precipitaciones escasas e irregulares han motivado la necesaria inversión en infraestructuras para abastecerse de agua en los momentos de mayor carestía y poder así reducir el efecto condicionante del medio sobre la implantación de actividades agrícolas. De haberse dado unas condiciones climáticas distintas, donde las lluvias anuales hubieran sido más copiosas y estuvieran repartidas de forma regular a lo largo de todo el año, sin duda el número de bienes hidráulicos no habría sido tan cuantioso.

La distribución general de los elementos hidráulicos está en completa consonancia con el dibujo espacial de los elementos agrícolas y del poblamiento. Estas tres variables: patrimonio hidráulico, bienes agrícolas y poblamiento, presentan una ocupación común del espacio y se encuentran directamente vinculados entre sí, tal y como lo demuestra la representación cartográfica de las mismas.

Los factores del medio que condicionan dicho modelo espacial son los mismos en todos los casos, destacando sobre todo la orografía y las condiciones climáticas que afectan directamente a la disponibilidad de agua. En lo particular se puede hablar de variables concretas como la ya referida pendiente, que actúa como elemento disuasorio y limitante; también los pisos altitudinales, a los que se asocian diversas variables climáticas como precipitaciones y temperaturas, así como la componente geológica del sustrato y la propia morfología del terreno, estructurada en múltiples cuencas hidrográficas de distribución radial, factores todos ellos que influyen en la ubicación espacial del patrimonio hidráulico.

Asimismo, existe un modelo de distribución espacial del patrimonio hidráulico claramente “altitudinal”, dado que el sistema tradicional de abastecimiento y riego está basado en la única fuerza de la gravedad, de tal manera que los elementos de captación, como fuentes y nacientes, se encuentran en cotas altitudinales más elevadas que los elementos de almacenamiento o destinatarios, que están en zonas de costa o medianías. Para conectar unos y otros se construyen elementos de distribución, representados fundamentalmente por las acequias, que a favor de pendiente consiguen conducir las aguas hacia las cotas más bajas, donde se localizan los cultivos.

Estos cultivos, sobre todo los existentes en la costa, que se destinan a la producción de tomates y plátanos, han sido fundamentales para el desarrollo experimentado por el patrimonio hidráulico en los últimos 120 años, toda vez que se trata de una agricultura fuertemente capitalizada que, apoyada en una legislación de Aguas favorable, ha favorecido las inversiones en materia de infraestructuras hidráulicas, sobre todo pozos y canalizaciones.

Se puede decir que el sistema hidráulico asociado al cultivo de exportación constituye un patrimonio reciente, frente al patrimonio hidráulico “tradicional” más asociado a la agricultura de subsistencia y el policultivo de medianías. Mientras que el primero, sustentado en el asociacionismo, se basa en fuertes capitalizaciones que han permitido un rápido desarrollo y proliferación de las obras hidráulicas “modernas”, con un dinamismo constructivo mucho más acelerado; por el contrario, el patrimonio hidráulico asociado a la agricultura de subsistencia responde más a un modelo individual o de pequeñas comunidades, donde se construye de forma más pausada por una insuficiencia manifiesta de recursos materiales y humanos.

El patrimonio hidráulico, directamente asociado a la actividad agrícola, ha experimentado un crecimiento acelerado desde finales del siglo XIX y durante la primera mitad (incluso las dos primeras terceras partes) del siglo XX. Esta nueva etapa constructiva, que viene a suceder a otras anteriores, es el principal motivo de la relativa “juventud” del patrimonio hidráulico de Gran Canaria.

Como ha ocurrido reiteradas veces a lo largo de la historia, las infraestructuras, tanto hidráulicas como de otro tipo, se renuevan y sustituyen de manera sucesiva, de tal forma que puede afirmarse que existe un patrimonio visible que, de alguna manera, esconde a su vez un patrimonio etnográfico histórico, más antiguo, que ha sido reutilizado y reformado, desapareciendo bajo estas obras que podrían denominarse “de actualización”.

Los procesos de construcción y reformas sucesivas que experimentan los elementos hidráulicos se deben fundamentalmente a la reutilización de dichos bienes patrimoniales, algo que a su vez está motivado por la pervivencia de la funcionalidad de este tipo de infraestructuras, que permaneciendo útiles para el isleño justifican las continuas reformas a que se ven sometidas.

Por supuesto, la antigüedad del patrimonio juega en contra de la pervivencia del mismo, pero esta circunstancia se matiza cuando las diferentes construcciones logran mantener su funcionalidad. Mientras el patrimonio se encuentre en uso, los riesgos de deterioro se minimizan, pero en cuanto un bien etnográfico es abandonado, rápidamente acaba arruinándose.
Las alternativas para la salvaguarda del patrimonio, hidráulico o no, pasa por una nueva valorización del mismo, especialmente a raíz de su pérdida de valor funcional. Si la actividad que justifica la razón de ser de los bienes inmuebles decae, y éstos pierden funcionalidad, automáticamente dejan de realizarse las necesarias obras de mantenimiento. Es preciso, pues, buscar un nuevo valor del patrimonio, imposible de estipular si no es entendido desde la perspectiva de la memoria histórica que estos bienes representan. Por supuesto, es difícil entender y hacer entender el valor que pueden tener muchos de los elementos que figuran en el Inventario Etnográfico, pero si se consigue inculcar una cultura de protección hacia estos bienes, no sólo por parte de las administraciones públicas, sino incluso de mano de los particulares, es posible que se avance hacia una integración y conservación del patrimonio etnográfico inmueble.

Elementos hidráulicos de Teror
Tipología Núm. de bienes
Acequias 11
Acueductos 8
Aljibes 1
Campanas 2
Cantoneras/troneras 12
Conjunto hidráulico 7
Estanque de tierra 7
Estanques 78
Estanques cueva 10
Fuentes 9
Galerías 1
Lavaderos 10
Pozos 7
Presas 3
Tomaderos de agua 1

“NECESIDAD Y LEGALIDAD: DOS CARAS DEL CONFLICTO POR EL AGUA ENTRE TEROR Y EL HEREDAMIENTO DE TENOYA”.

Vicente Suárez Grimón.
Departamento de Ciencias Históricas de la ULPGC.
Catedrático de Historia Moderna.

El 29 de abril de 1483 la isla de Gran Canaria queda incorporada a la Corona de Castilla. En virtud del derecho de conquista, la Corona se arrogó la propiedad de su territorio experimentando éste una primera distribución mediante el sistema de “repartimientos” con autorización regia, encargándose de llevarlos a cabo el gobernador Pedro de Vera en virtud de la comisión dada por los Reyes Católicos el 4 de febrero de 1480. De esta manera, Pedro de Vera distribuyó el 15 de junio de 1485 entre diferentes personas los terrenos del valle de Tenoya, dándoles para su riego toda el agua del barranco entonces llamado de Arucas y hoy de Tenoya. Las irregularidades cometidas en éstos y posteriores repartimientos dieron motivo a diferentes quejas que la Corona atendió mediante la real cédula de 31 de agosto de 1505 por la que se comisionó al licenciado Juan Ortiz de Zárate para que reformase o confirmase dichos repartimientos según fuese procedente. Informado de lo ocurrido, Ortiz de Zárate confirmó en 3 de enero de 1508 los repartos realizados en el valle de Tenoya, ratificando para el riego de dichas tierras el agua del barranco con toda la que además se pudiera aprovechar por dicho barranco y aguas vertientes a él, mandando, en virtud del poder que tenía de la Corona (de la reina Juana), que nadie tomase agua alguna del barranco de Tenoya ni de las otras que se pudieran aprovechar, aguas vertientes al mismo, debiéndolas haber y tener para sí y para sus herederos y sucesores los dueños de los terrenos de Tenoya.

La asignación del agua del barranco de Tenoya a los terrenos de la costa no generó mayores problemas hasta que, repartidas y roturadas a lo largo del siglo XVI con el carácter de “sequero” las tierras de medianías y cumbres colindantes con los barrancos de la Madre del Agua y de Arbejales (Teror), sus dueños o cultivadores comenzaron a regarlas “clandestinamente” con el agua que debía correr hacía la costa, obligados por la necesidad y, como diría la heredad de Tenoya, valiéndose del “poco celo de los propietarios de Tenoya y las dificultades de vigilar cuidadosamente los barrancos”. La “necesidad” de los unos a aprovechar las aguas que nacían o discurrían por sus tierras y la “legalidad” de los otros para reclamar toda el agua que les había sido asignada en la reformación de Ortiz de Zárate, acabarían enfrentándose cuando el paso del tiempo puso de manifiesto una realidad incuestionable: la merma o disminución de las aguas que llegaban al valle de Tenoya como consecuencia del descenso que desde comienzos del siglo XVII experimentaron los caudales de agua por efecto del retroceso de la superficie forestal ante el avance de las tierras de cultivo. Las partes en conflicto, no obstante, dieron otra interpretación al problema pues, para los de Tenoya, la merma de las aguas se debía al aprovechamiento “clandestino” que hacían los de Teror, en tanto que para éstos el motivo no era otro que la extensión del riego en las tierras de Tenoya en cantidad superior a la establecida en la reformación de Ortiz de Zárate. Con tales interpretaciones el acuerdo no fue posible iniciándose desde el segundo cuarto del siglo XVII un largo conflicto que no se “cierra” hasta que en 1915 el Tribunal Supremo reconoce el derecho de aprovechamiento de las aguas diurnas a los heredamientos de Teror surgidos después del contrato de arrendamiento formalizado en 1739 con la heredad de Tenoya. Esta conflictividad “sorda” o de reivindicación ante los tribunales de justicia se vio acompañada por una conflictividad “ruidosa” o de reivindicación en las acequias mediante la revuelta violenta o el motín como sucedió en 1721 y 1750. Como se trataba de un asunto que afectaba a la colectividad, el fracaso de la conflictividad “sorda” o de la vía administrativa es lo que acaba provocando la aparición de la conflictividad “ruidosa”.

“RESUMEN HISTÓRICO FARMACOLÓGICO-TERAPÉUTICO DELAS AGUAS DE TEROR”.

Eduardo Navarro García.
Profesor de Farmacología.
Dpto. de Farmacología. Facultad de Medicina de la ULL.

Las Aguas de Teror están situadas en la cuenca del Barranco de Tenoya. Esta cuenca tiene su origen en la montaña de Constantino, al pie de las laderas de Cuevecillas y Calderetas. Por la época de la conquista de Gran Canaria existían en esta zona de la isla muchas fuentes, unas templadas, otras frías y otras de “Agua Agria”. Según Viera y Clavijo el número de fuentes y manantiales existentes en la jurisdicción de Teror se acercaba a las 200.  Pascual Madoz (1845-1850) no cuantifica el número de manantiales, y sólo se ocupa de la Fuente  Principal, de agua acidula gaseosa, situada a unos 100 pasos de la población, cuyo consumo es general en aquella villa y aún en toda la isla, por sus saludables y maravillosos efectos.  Según Pedro de Olive (1865) a mitad del siglo XIX en Teror el número de nacientes era de 141.

Antiguamente, lo que se conocía como “Fuente Agria,” se componía de tres manantiales denominados “el Principal”, “el del Agua Agria”, y “el del Molino del Medio”. Actualmente, de los tres, sólo está en activo el denominado “Manantial Principal, y que da lugar a la conocida como “Agua de Teror”. Sin embargo, a principios de la década de los noventa, fueron alumbradas unas aguas del manantial “Hoya de La Palma” situado en Barranco de Las Rosadas del término municipal de Teror. Este agua, calificada, como “mineral-natural”, recibe el nombre de “Fuenteror”. Se trata de un agua de baja mineralización  y sin gas carbónico.

Las Aguas de Teror brotaban, según Viera y Clavijo (1785), levantándose como hirviendo en forma de ampollitas de aire. Son muy diáfanas y cristalinas, sin color ni olor, su sabor es agrio y agradable.

Viera (1785) clasificó a las Aguas de Teror como pertenecientes a las aguas llamadas “acidulas.” Más tarde Orfila (1844) las clasificó dentro de las llamadas “acidulas gaseosas.” También fueron conocidas como “Aguas de Teror”.  A continuación el Dr. Padilla  (1899) las denomina “Aguas carbónicas de Teror”, debido a la gran cantidad de burbujas de gas carbónico que desprenden y las considera pertenecientes al grupo de las “Aguas bicarbonatas sódicas”. Como la temperatura tomada a la salida del manantial es de 20ºC, no han sido clasificadas como “Aguas Termales”. Sin embargo ya en 1880 existían baños en sus alrededores, considerándose como aguas minero-medicinales. Siendo desde esta época, hasta la actualidad, consideradas como excelentes “Aguas de Mesa”.

En el año 1912 fueron clasificadas por el Dr. Canivell como “aciduladas bicarbonatadas clorurado férreas”. Siendo en el año 1917 el Dr. José Cabrera quien las clasifica como “Aguas acidulogaseosas de Mesa.” Como aguas “Aguas oligometálicas, de mineralización escasa, acidula bicarbonatadas, alcalinas y alcalina ferrosas”, por el Dr. Ulex, en 1844. A partir de esta fecha y hasta la actualidad las aguas de Teror han sido clasificadas, por diferentes investigadores, en diferentes laboratorios, como “Aguas bicarbonatadas- clorurado-sódicas” o como “Aguas bicarbonatadas-cloruradas-sódico-cálcicas”.

Aunque desde la época de la conquista, se hablaba que las Aguas de Teror eran utilizadas por los antiguos canarios como aguas medicinales, la primera cita sobre las propiedades curativas de un agua en las Islas Canarias, la aporta el Obispo Cristóbal de la Cámara y Murga en la obra “Constituciones Sinodales de 1631.”  En 1687, el cronista e historiador Tomás de Arias Marín y Cubas en su obra “Historia de la Conquista de las Siete Yslas de Canaria” habla de la capacidad que tenían las aguas de Teror para sanar diversas enfermedades.

Cuando el Obispo Pedro Manuel Dávila y Cárdenas publicó, sus “Constituciones Sinodales en el año1737”, realizó una detallada descripción de todos los pueblos de Gran Canaria y también habló de las Aguas de Teror. En el siglo XVII, Fray Diego Henríquez escribió sobre el agua medicinal y saludable de Teror.

Ya en el año 1785 Viera y Clavijo describe las propiedades medicinales de las “Aguas de Teror y durante todo el siglo XIX, así como en el XX, han sido innumerables las manifestaciones populares, sobre las excelentes propiedades medicinales de las Aguas de Teror. Esta fama dio lugar a que en la segunda mitad del siglo XIX, se construyese en las proximidades del manantial los “Baños Minero-Medicinales de Teror”.

En la Exposición Universal de Bruselas celebrada en el año 1910, obtienen la “Medalla de Plata”. Mientras que en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 obtienen la “Medalla de Oro”.

El primer investigador que estudió la composición química de las Aguas de Teror fue Viera y Clavijo en el año 1785. En el año 1844 el científico Orfila realizó un análisis cualitativo de las Aguas de Teror, más minucioso que el de Viera, obteniendo para dichas aguas unos resultados similares a los obtenidos por él mismo para las Aguas de Firgas.

El primer análisis químico cuantitativo de las Aguas de Teror se aporta en el año 1844 por el investigador Dr. Ulex en Alemania. En base, al análisis practicado, estas aguas fueron consideradas oligometálicas.

El primer análisis cuantitativo para declarar las aguas minerales de Teror como “Minero-Medicinales”, fue realizado por El Dr. Francisco Canibell en Las Palmas de Gran Canaria en Abril de 1912, Siendo clasificadas como “aciduladas bicarbonatadas clorurado férreas”.

El primer estudio de un agua Minero-Medicinal de Canarias que se hace tomando valores de referencia fue realizado por el Dr. Ortiz Landazuri, con Aguas de Teror, en el Instituto de Higiene de Canarias Orientales en el año 1927.

Debido a la gran cantidad de ácido carbónico que contienen, poseen actividad tónica, aperitiva y digestiva. Así mismo sobre el sistema hepato-biliar presentan actividad detergente y litotrícica debida al bicarbonato sódico. Tienen acción sobre heridas y afecciones de la piel en las que, aguas ricas en sales producirían irritación. Sobre el sistema genito-urinario poseen acción diurética, antilitiásica y antiinfecciosa.

Se consideraron aguas con acción antiséptica, antiinflamatoria, sedante, antiespasmódica y antihemorrágica. En forma de lavativas poseían acción laxante. Actualmente se están cuantificando por primera vez y a nivel experimental las acciones farmacológicas de las Aguas de Teror, en la Unidad de Hidrología Médica del Departamento de Farmacología, de La Facultad de Medicina de La Universidad de La Laguna.

Están indicadas como aguas de mesa. Por sus acciones sobre tracto gastrointestinal son usadas en inapetencias, gastralgias y en dispepsias.  En las litiasis ejercen una acción preventiva, ya que se ha observado, que personas que consumen Aguas de Teror de forma habitual no suelen padecer dichas afecciones. En afecciones de matriz, en trastornos de la regla, en infecciones de las vías urinarias y gonorreas. Por su acción antiinflamatoria se han empleado con buenos resultados en afecciones pulmonares crónicas, en laringitis y bronquitis. También han sido útiles en afecciones crónicas de la piel que necesiten medicación calmante, debido a que son poco irritantes.

“MANIFESTACIONES RELIGIOSAS DE LA ACCIÓN DEL AGUA EN LA SOCIEDAD CANARIA DEL ANTIGUO RÉGIMEN”

Manuel Hernández González.
Profesor titular de Historia de América de la ULL.

Para el campesino que trabaja diariamente la tierra y vive de ella, en el marco de una sociedad agraria de la Edad Moderna, el trabajo agrícola constituye un rito en sí mismo, no sólo porque se efectúa sobre el cuerpo de la tierra madre, y porque desencadena las fuerzas sagradas de la vegetación; sino, también, porque implica la inserción del labrador en un ciclo anual con ciertos períodos benéficos o nocivos. El éxito o fracaso depende de una serie de ceremonias encaminadas a promover el crecimiento de la cosecha, por lo que la agricultura le parecía como algo delicado, sujeto a mil acontecimientos y mil desgracias que el hombre religioso estima de origen divino. Las sequías, las plagas, los temporales son, para él, manifestaciones de la ira divina para la expiación de sus pecados, debido al incumplimiento del pacto contraído. En todas estas fórmulas, el hombre ve la dimensión sacra de las mismas, la integración de ellas y de él mismo en ese espacio cósmico, al que debe someterse y por el que debe guiarse si quiere obtener una buena cosecha. Desde esa asunción de tales fenómenos, las cabañuelas constituyen formas de saber el futuro a partir de observaciones de hechos concretos, realizadas en determinadas épocas del año.

Cada vez que la sociedad tiene la evidencia de una sequía, aparece el temor a la mala cosecha, y en consecuencia al hambre. Frente a esa constatación, la preocupación del colectivo social insta, ante el miedo al desastre, a la adopción de medidas concretas, básicamente religiosas. Se invoca la protección de los poderes sobrenaturales, mediante rogativas, novenas y procesiones.

Para el hombre de a pie, tales desgracias no podían venir más que de la ira divina por la maldad de los hombres. Es, en este sentido, notorio su sentimiento de culpabilidad. Una buena cosecha no podía ser frustrada sino por los designios de Dios. El miedo desarrolla ese concepto de culpabilidad. Se concreta en la creencia general de que las calamidades son algo más que accidentes naturales: son la respuesta, en forma de castigo, de la Divinidad ante nuestros pecados.

Frente a esa realidad, ante las malas cosechas, la sequía y el riesgo consiguiente del hambre, no quedaba otro remedio que sentirse culpable y postrarse humildemente ante el Creador con el objetivo de lograr la reconciliación. Se debía pagar las culpas mediante una ofrenda piadosa para así eludir la cólera divina. Era la única forma que los hombres veían para evitar la catástrofe. La rogativa se convierte en su única esperanza para que Dios se apiadase. Pero su maldad era tal que debe ser practicada con continuidad. Escasos son los años buenos, numerosos los de cosechas catastróficas o malas. La impresión que la Naturaleza le proporciona al canario del siglo XVIII es casi por entero negativa, dada la rareza, en amplios períodos, de excelentes cosechas. Ante ello, el novenario es una práctica que tiene todos los ribetes de ser un remedio casi estacional, utilizado en todos los pueblos contra los desaires de la meteorología, que exige santos protectores que intercedan ante el Altísimo. En algunos casos se puede observar la pervivencia de prácticas que la Ilustración considera supersticiosas y sacrílegas, como las experimentadas en La Gomera y El Hierro.

En todo el Archipiélago se establece una escala de valores en  la eficacia de la rogativa. Primero, incumbe a los santos protectores de la localidad, aquellos que han demostrado su éxito en la defensa del lugar. Pero a medida que la situación se hacía más difícil y la necesidad de lluvias más imperiosa, se tenía que recurrir a la Patrona de cada isla, a su mediadora universal, la que, en frase de Álvarez Rixo, «era la sanidad y sánalo todo de las gentes”. Su conducción a la capital fue el medio más invocado por sus habitantes para remediar la sequía. Se ejerce, por tanto, en función de las necesidades de la población. Las distintas escalas y categorías de santos responden a la gravedad de la sequía, y a la incapacidad de los mediadores para reconciliar a los isleños con Dios. Esa jerarquización de intercesores nos muestra las diferentes escalas de valores y poderes que, en sus preocupaciones colectivas, dan los isleños a los santos, depositando por entero su fe, cuando la imprecación global de la isla se trata, en aquella que, por entero, les representa que tiene su confianza. La traída de la Virgen a la capital supone, ante los ojos de los tinerfeños un alivio, aunque como en este caso la rogativa no fuese positiva. Ello es así porque, en la primera petición de clemencia divina, siempre se invoca a los santos locales, puesto que parece que se trata de un problema de dimensiones aparentemente comarcales. Sin embargo, cuando la gravedad persiste, parece como si, desde el punto de vista de los creyentes, la indisposición ante la Divinidad fuese general, y, ante ella, sólo la intercesión de su máxima mediadora se imponía como única solución posible de alivio a su fatiga. Es importante constatar la dimensión insular del patronazgo, ya que la isla es el máximo nivel de exposición de la rogativa. La tierra es la expresión directa de esa necesidad de mediación. Otros niveles más altos son impensables, y se cree que no tienen fuerza ante el Altísimo. Polémicas como la invocación directa a la Divinidad, o de un patronazgo de dimensiones nacionales, como podría ser el caso de la Concepción o la Virgen del Pilar, no tienen apoyatura ninguna en las peticiones populares. Cualquier intento de imposición, en este sentido, está condenado al fracaso, mostrando los grupos populares o bien su oposición, o bien su más absoluto desinterés.

La rogativa se constituía como un acto o un conjunto de actos por los cuales los hombres se humillaban ante su Creador, suplicándole la exoneración de la deuda contraída e incumplida. Su cumplimiento estaba por encima de todas las circunstancias, y de las doctrinas canónicas de la Iglesia, que se subordinaban en tales momentos a la gravedad de la situación. Es curioso observar, dentro de la mentalidad popular, la estrecha relación que se establece entre fiesta y derroche. El sacrificio a la Divinidad se acompaña, para la devolución de los favores recibidos, de un gasto, lujo y boato desproporcionado, ya que da la impresión de que si no se efectúa de esa manera se le ofende. Parte de un sentimiento de culpa por la ofensa cometida por parte de la comunidad. La aceptación de la maldad intrínseca del ser humano, principio y fin de la maldición divina, confirma el pensamiento del prelado de que la purificación del alma es el único vehículo factible para la curación de la enfermedad, a pesar de que el ejercicio de las indulgencias mantuviera ese carácter expiatorio, que contribuye a dar a la fe popular un cariz meramente exculpatorio, dada «la naturaleza innata del pecado en el hombre». La penitencia se impone como el único remedio.

Existían dos comportamientos irreconciliables, el del ilustrado que pone en cuestión las creencias populares, tratando a sus contrarios de pobres salvajes, y  el de quien defiende y se ve sorprendido por su cuestionamiento, ante lo que no ve otra posibilidad que la herejía, por lo que lo denuncia. Para el pueblo, los matices teológicos eran incomprensibles, no se los planteaba; la Virgen simplemente era la que les salvaba de las calamidades. Poner en cuestión esas creencias era en sí muy peligroso. El laico cultivado o el sacerdote racionalista pueden convertirse en agentes del descreimiento. La tolerancia hacia las expresiones populares esconde, por un lado, el miedo latente a no provocar las formas de devoción popular; y, por otro, no sembrar el desconcierto y la duda entre el pueblo llano con opiniones indiscretas. Esa comprensión nos explica hasta qué punto aparecen intrincados, en el mundo de la Contrarreforma, la defensa del orden establecido y el respeto por los valores populares. Quizás ahí estribe su acierto, y el uso que la Iglesia y los grupos sociales conservadores han hecho de ello en los siglos XIX y XX. No en vano, el burgués de la Revolución Liberal, una vez cubiertos sus objetivos, se sirve de nuevo de las ideas religiosas para consolidar sus privilegios.

Sin embargo, paradójicamente, la situación es muy diferente en Gran Canaria, donde las bajadas de la Virgen del Pino desde su parroquia de Teror a Las Palmas son incesantes a causa de la sequía en el siglo XVIII, originando en no pocas ocasiones serias controversias entre la religiosidad popular y la ortodoxia del cabildo catedralicio  Dieciséis fueron sus bajadas a Las Palmas en el siglo XVIII por la falta de agua.

No sólo la prolongación de la sequía proporcionaba a los isleños temor ante la amenaza del hambre. También la tempestad sembraba de pánico los cimientos de la sociedad, con más gravedad, si se quiere, porque se podía perder la vida en cuestión de segundos. Los huracanes, las lluvias torrenciales y los rayos sacudían las conciencias de la gente, que, incapaz de controlar sus designios, se arrodillaba en plegaria ante sus advocaciones, para salvarse de lo que consideraba la ira divina. ¿Cómo catalogar la desgracia que les enviaba Dios? De pronto, una fuerte sequía, y, cuando llovía, grandes inundaciones. Para las mentes populares, la climatología se convertía en algo intrincado e inexplicable, sólo comprensible si ser miraba con la vista puesta en los designios divinos. ¿Qué podía ser, si no, esos vientos que bramaban y lo cegaban todo, sino la plasmación de la venganza divina? Los temporales eran, sin duda, momentos en los que la trama del miedo se hacía más imprevisible. Sólo contra ellos se podía o bien hundirse ante el pánico, o rezar a la Divinidad, invocando la vuelta a la calma. Parecía claro que formaba parte del plan divino, pero aún así se consideraban consecuencias de la actuación del diablo. Como las personas, los fenómenos naturales podían estar endemoniados. Se vivía, pues, con un alto grado de intensidad, que no la poseía la sequía. La gente asociaba el toque a rebato de las campanas como un procedimiento para alejarla o disminuir su intensidad. Se creía que su acción disolvía la nube o hacía temblar s los demonios, que huían despavoridos. En todo caso servía para cohesionar bajo su protección a una colectividad frente a un peligro común, por lo que era invocada también ante a los nublados. La torre de la iglesia era ideal para su prevención. Con esta intención solía subir el sacerdote los días de primavera para asperjar agua bendita en todas las direcciones.

La Divinidad tenía que intervenir para hacer cesar tales estragos, al igual lo hacía con las sequías. Pero en ocasiones parecía mostrar la incesante pecaminosidad con lluvias constantes. Así aconteció en la década de los ochenta. A últimos de mayo de 1781 su frecuencia originó graves pérdidas en los sembrados. Gracias a la intercesión de La Virgen del Pino, a la que se puso novenario, “se suspendieron los rocíos y se calentó el tiempo”. En esa atmósfera de credulidad, en la que Dios permanentemente se inmiscuía en los fenómenos naturales, no era de extrañar que éstos fueran vistos como el resultado de la ira divina. La vinculación que se establece entre los rayos y los truenos con la guerra refuerza ese cariz bélico con el que Dios arremete contra los hombres por sus pecados. Las revelaciones contribuyen a reforzar esa atmósfera de predestinación, en la que los hombres de bien deben seguir los consejos de los santos, para que el perdón de Dios tuviera efectividad. Resulta significativa la apreciación por la cual el novenario de los dominicos era negativo, mientras que el de los franciscanos hacía cesar las tempestades. Nos demuestra hasta qué punto las preferencias por determinadas órdenes o advocaciones contribuyen a fijar, en la mente de las personas la superioridad moral e influencia ante Dios de tal o cual expresión religiosa. ´Los huracanes o las calamidades continuas son concebidas como señales irrefutables del Creador, para que purifiquemos nuestras conciencias. La tempestad tiende su paso sobre la inmoralidad, muestra con aspereza la culpabilidad de los isleños. Destruye sus cosechas para que recuerden que la vida es un valle de lágrimas; un tránsito corto por el mundo en el que hay que vivir cristianamente para un día subir a la gloria. Por tanto, la desgracia es el castigo de los pecadores, el mal sólo se siembra en los recintos donde se refugia la perversión. Parece desprenderse de ello que los espacios sagrados quedan al margen de la venganza divina, porque, en ellos se guarda celosamente la fe que hace brotar ríos de esperanza en las muchedumbres. De esta manera, los santuarios marianos se libran de las mayores calamidades si Dios lo estima conveniente.

“GRUESAS, CAUDALES, DULAS Y OTRAS MEDIDAS DEL AGUA EN CANARIAS”

José Manuel González Rodríguez.
Catedrático de Economía Aplicada de la ULL.

Por lo general, las referencias que se publican sobre las pesas y medidas anteriores a la instauración del Sistema Métrico Decimal corresponden a un periodo inicial de la metrología isleña, tal como fuera configurada por los Reyes Católicos por pragmáticas de 1488, 1494 y 1497. Éstos modificaban, a su vez, el ordenamiento dictado por Alfonso X el Sabio en Alcalá, con fecha de 1348; y ambos prevalecieron en todo el ámbito castellano (y también en las colonias de ultramar) hasta la reforma que emprendiera Felipe II en 1578. No obstante, las sucesivas modificaciones parciales de este sistema metrológico, fruto de los avatares económicos y comerciales del Reino y de sus posesiones, fueron alterando la estructura inicial; estructura que nunca fue enteramente aceptada en los territorios, antiguamente afectos a la corona de Aragón: Cataluña, Aragón y Valencia principalmente.

En consecuencia, a comienzos del siglo XIX se hizo precisa una nueva reforma de las pesas y medidas que posibilitara la armonización de aforos que permitiera desbrozar la amalgama de patrones diferentes, a la par, de afianzar el dominio absoluto del poder real, quien habría de regir en exclusividad sobre ellos. De este modo, se promulgó la ley de 26 de enero de 1801, donde Carlos IV regulaba por última vez los patrones y sus usos, de obligatorio cumplimiento en todas las posesiones españolas. Esta ley constituye el documento seminal en el que se sustentan los datos aportados por los estudiosos en Metrología hispánica.

No obstante, en Canarias se siguieron usando patrones diferenciados, de los cuales sólo se guarda información fehaciente (contrastada documentalmente y no extrapolada de libros o de información oral) tras la publicación en la Gaceta de Madrid, martes 28 de diciembre de 1852; de los resultados aportados por la Encuesta realizada por la reina Isabel II, de la cual se desprende la tabla de medidas de uso común en el Archipiélago, cuyos patrones básicos se conservan en el Museo del Instituto de Metrología y Metrotecnia de Tres Cantos, Madrid.

Contando, pues, con estos breves antecedentes históricos, en nuestra investigación hemos analizado con cuidado los avatares que han conformado el rico acervo de los pesos y medidas de singular y exclusiva relevancia en las Islas. Así, y, en particular sabemos que:

• La legua terrestre, unidad itinerante, siempre se entendió como la distancia que puede caminar un hombre adulto durante una hora. Su valoración en pies varió notablemente durante los cinco siglos de historia canaria; de tal modo que habremos de aceptar una doble acepción para dicho patrón, según la cual: la legua legal comprendería 15.000 pies o 3 millas romanas, y la común, 4.000 pasos o 6.666 y dos tercios de vara (esto es 20.000 pies).
• La aranzada se entendió en la ley de Carlos IV como: “un cuadrado de veinte estadales de lado…”. La aranzada castellana se perdió pronto en la etimología de los patrones canarios, correspondiendo ésta a las fanegadas características de las islas de Realengo.
• De igual manera, el estadal se vio desplazado por la braza de dos varas de longitud; medida que se entiende como la dimensión comprendida entre el extremo del brazo izquierdo extendido hasta el hombro derecho; y que aún utilizan los pescadores para subdividir sus “liñas”. También, en el Archipiélago, la cuarta parte de la vara se conoce genéricamente como palmo, patrón comúnmente de uso en albañilería en la valoración de alturas; mientras que el pie o sesma serviría para evaluar las dimensiones en horizontal.
• Por lo demás, la vara cúbica debe ser entendida como 27 pies cúbicos; medidas de uso común en el arqueo de los barcos y en la compra-venta de madera.
• Por último, las medidas de capacidad para líquidos han variado notablemente a lo largo de los siglos; de tal modo, que el modelo castellano inicial (descrito en el tríptico) debe ser completado con los cuadros que siguen:


Unidades de medida de capacidad y transporte en el comercio del vino en el norte de Tenerife
Unidad Conversión en litros Conversión en unidades de acarreo
Pipa 480 litros 
Carga, camino o juego 110-120 litros Carga de cestos abarcados
Dos barriles y medio de cuenta
Barril de cuenta 40 litros Cesto abarcado de racimos
Arroba 20 litros 
Cuarto de arroba 5 litros 
Cuartillo 1 litro

Este sistema también se conoce en otras comarcas de algunas islas de tradición vitivinícola importante; no obstante, es más corriente el reflejado en el cuadro siguiente, referencia aún vigente tanto en Arafo, como en La Palma y la comarca de Tacoronte Acentejo.

Sistema de Medidas para el Vino en Arafo

Patrones Conversión en litros
Pipa 480 litros
Carga Entre 96 y 100 litros
Barril grande  32 litros
Cántaro 16 litros


Sirva pues este breve alegato como reseña de la especial vinculación de los isleños con algunos patrones particulares, de especial relevancia para aprehender los contenidos de nuestra charla. Así, especialmente la unidad de capacidad conocida como pipa, de aforos dispares entre Islas y Comarcas; pero de especial uso en la medición de los caudales de las gruesas y atarjeas insulares sólo cabe conceptualizarla como unidad de caudal (pipa por hora) dentro del contexto propuesto. Por ello, siguiendo el discurso que dimana del texto previo, en nuestro trabajo habremos de desbrozar con detalle la historia de las unidades de medida de regantes y “aguadores”; que, heredando una rica tradición continental, ha ido convergiendo hacia un amplio entramado de singulares patrones en las actuales Heredamientos y Comunidades de Regantes.

“EL REFLEJO DE LA CULTURA DEL AGUA EN EL HABLA DE TEROR”.

Gonzalo Ortega Ojeda.
Catedrático de Lengua Española de la ULL.

El agua ha sido y en gran medida continúa siendo un elemento definidor de la historia económica, social y cultural del municipio grancanario de Teror. En un contexto agrícola como el terorense, el agua se ha erigido en un elemento de referencia indispensable. Los índices que de esta importancia se pueden encontrar en los textos históricos y en la tradición oral son abundantísimos. Para nuestro propósito, adquieren singular relieve los numerosos datos que la transmisión oral ha hecho llegar hasta las generaciones de hoy y que el cambio de paradigma socioeconómico actualmente en curso hace peligrar seriamente. Un abandono progresivo del sector primario y una creciente terciarización de la economía canaria conducen inevitablemente a una regresión de aquellos referentes culturales y simbólicos que originó el viejo modelo económico y social que conocieron las Islas hasta los años sesenta aproximadamente del siglo pasado. En el ámbito terorense este cambio se ha visto concomitantemente alentado por la eclosión de unas cuantas industrias de mediano porte, que han supuesto al final un abandono más acusado de las tareas tradicionales de nuestra población.

A despecho de esta transformación sustancial, la impronta que la cultura del agua ha conseguido plasmar en el patrimonio lingüístico del municipio que nos ocupa continúa siendo notable. En nuestra comunicación trataremos de establecer en qué medida está presente, con sus múltiples implicaciones, este elemento vital que es el agua en el vocabulario, en la fraseología y, finalmente, en la toponimia de este municipio de las medianías insulares. Han desaparecido muchos de los estímulos que propiciaron la forja de este patrimonio oral, pero perviven en la memoria colectiva, aunque con cierta precariedad, las respuestas culturales y simbólicas que aquel estado de cosas produjo.

Sobre la base de un corpus de datos pacientemente allegado durante años, a veces en colaboración con algún compañero, trataré de ofrecerles a los oyentes y lectores de mi trabajo numerosos ejemplos que ilustran, en las tres parcelas señaladas, lo determinante y fecunda que ha sido y es la cultura del agua en Teror.

Así hablaremos en primer lugar del vocabulario simple relacionado con el agua. En este apartado es obligado aludir al léxico general del español que sobre este asunto se emplea en Teror, así como al léxico canario o grancanario: el relativo a fuentes, pozos, cursos y canalizaciones del agua, sistemas de regadío, tipos de embalses, heredamientos, subasta de aguas, sistemas de medida y distribución, etc.

En segundo término nos referiremos al conjunto de expresiones y refranes que se emplean en Teror en relación con este tema y que, trascendiendo su literalidad, se convierten en modismos concebidos para regular los comportamientos, las emociones, etc., de la naturaleza humana. Muchas de estas unidades fraseológicas son generales y otras son privativamente canarias y aun exclusivamente de Gran Canaria.

Por último, nos ocuparemos del patrimonio toponímico de Teror, en el que abundan sobremanera los nombres de lugar que aluden directa o indirectamente al agua. Estrechamente vinculada al capítulo del vocabulario, ya mencionado, la toponimia de la villa revela la omnipresencia del agua en el pasado económico y cultural de Teror y nos ofrece la medida exacta de lo decisivo que ha sido el líquido elemento en nuestra historia como pueblo. Por eso abundan extraordinariamente en su catálogo de topónimos nombres como fuente, manantial, minadero, naciente, pilón, chorro, chorrera, pozo, (es)tanque, acequia, canalizo, quebradero, sequero, barranco, barranquillo, barranquera, río, caidero, tabuco, fonduco, etc.

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