Cultura

El cronista oficial de Teror realiza un recorrido por la historia de la ‘Casa de los Alvarado’

José Luis Yánez publica dos artículos sobre los Alvarado y su casa, que se convertirá en Centro de Interpretación y de promoción turística de Teror.

El cronista oficial de Teror, José Luis Yánez, ha realizado una laboriosa investigación de varios años sobre la familia de los Alvarado y su casa en la Plaza del Pino, que actualmente se rehabilita para convertirla en Centro de interpretación y promoción turística de Teror. A través de dos artículos publicados en el periódico La Provincia el 29 y 30 de marzo, y que pueden leerse también en esta página, Yánez resume la historia de la casa, estrenada en 1879, y sus habitantes en este casi siglo y medio de existencia.


I. LOS ALVARADO Y SU CASA

El apellido y sus orígenes

El apellido Alvarado, de hondas resonancias a conquistadores y capitanes de tropas, entró en las raíces genealógicas de nuestras islas por varias líneas. Tal como escribe la investigadora Cristina López-Trejo Díaz en su artículo sobre los repobladores de las tierras de Telde y el Señorío de Agüimes es apellido toponímico con asiento en una pedanía del municipio de Badajoz.

De allí mismo procedía el Alvarado más presente en nuestra historia: el Gobernador de Gran Canaria Alonso de Alvarado que con Antonio de Pamochamoso aquí llegó en 1595 y a fines del mismo año ya tuvo ocasión de demostrar méritos y valías en la defensa de la isla en el intento de invasión del corsario Drake al frente de la armada inglesa del que nuestras gentes bajo su mando salieron victoriosas. No sería así en el otro hecho bélico con que cerró nuestro siglo XVI: la invasión holandesa de Peter Van der Does. El 20 de agosto de 1599 Alonso de Alvarado falleció a consecuencia de un mosquetazo recibido en aquella contienda de tan tristes recuerdos.

Pero sería el vizcaíno García de Alvarado, casado con María Mayor, natural de Telde y de procedencia aborigen, el que instalado en esas fechas en la episcopal Villa de Agüimes traería esta otra línea que ha dejado Alvarados en Agüimes, La Vega y Teror; junto a otros de idéntico apellido pero diferente procedencia.

Pasaría como digo, nuestro Alvarado de Agüimes a La Vega y de allí a Teror con el matrimonio de Sebastián de Alvarado García, nacido en Las Palmas en 1785 y casado con la terorense Luisa Alonso Quevedo. Su hijo Antonio o Antonino nació en la Villa el 2 de septiembre de 1809 y aquí casó con María José Melián de Quintana; tía de la familia Yánez Melián que fueran tronco de los Yánez Matos de Tunte. Su hijo nació el 29 de febrero de 1836 y al día siguiente fue bautizado con los nombres de Sebastián Antonio Juan Bautista de la Concepción.

Aquí vivió durante casi dos décadas hasta que a mediados de la década de 1850 decidió partir rumbo a la isla de Cuba donde su padre llevaba ya varios años para ayudarle en las tareas agrícolas y, sobre todo, en la explotación de la caña de azúcar.

Los Alvarado retornan a Teror y forman la familia

Cuando Sebastián llevaba allá casi otras dos décadas y tras el fallecimiento de su padre, decidió volver a la Gran Canaria con alforjas y baúles cargados de la abundante fortuna que en ese tiempo logró amasar en las Antillas.

Nada más llegar y con el acuerdo de su madre, pide en matrimonio a su prima Luisa, hija de su tía María del Pino Alvarado y de Juan Suárez Montesdeoca, que había nacido también en Teror el 18 de abril de 1853. Le pasaba 17 años y además de ser bastante común en los indianos ricos el casar con parentela también lo era el encargar cuando partían para América que le guardaran jóvenes para matrimoniar con ellas a la vuelta. La afirmación de “a esa niña me la custodia, que me caso con ella cuando retorne” fue durante tiempo mucho más frecuente que lo que pudiéramos pensar con la visión de hoy en día.

Casaron en Las Palmas sobre 1873/74 y comenzó una imparable carrera para afianzarse como una familia de la pujante burguesía que por entonces y tras el marasmo que significó la epidemia de cólera de 1851 comenzaba a empujar con fuerza la economía grancanaria, de toda Canarias. La presencia de los hermanos Juan y Fernando León y Castillo, la construcción de carreteras y puentes, los enlaces comerciales con Inglaterra y, por encima de todo ello la culminación del Puerto de La Luz, significaron un avance sin igual en los siglos anteriores.

Y los Alvarado estaban allí para verlo y ayudar a construirlo.

Para afianzar una perfecta familia de esa burguesía que preparó a la ciudad de Las Palmas para entrar en el siglo XX hacían falta hijos y comenzaron a venir nada más casarse.

Y así llegaron al hogar familiar de la calle Pérez Galdós, Antonino nacido en 1874; Amada nacida sobre 1875/76; Angelina nacida en 1877; Pino nacida en Teror en 1879 y Luisa nacida sobre 1880.

Y Sebastián comenzó a adquirir fincas de plataneras, estanques, solares; a prestar dineros con buenos intereses y a fletar barcos para mandar a Cuba todo lo que allí pudiera venderse con los contactos que dejo. Los Alvarado Suárez vivieron bien, lo que quería un indiano rico que sustentaba esa riqueza sobre muchos años de trabajo en las lejanas tierras de Cuba.

Pero no por ello se olvidaron de la Villa Mariana y de su deseo de tener casa en el lugar donde habían nacido.

En la Plaza del Pino, frente a la fachada del templo y junto a las casonas que pertenecían a destacadas familias del propio Teror y de toda la isla existían construcciones vetustas con siglos de antigüedad. Sebastián se fijó en las que cerraban el espacio de la misma por el norte; y allí compró a parentela una de ellas que unió a otra heredada. Y el seis de mayo de 1878 solicitó licencia del ayuntamiento para “hacer casa en la Plaza, eliminando un pequeño callejón o servidumbre de paso”. El consistorio concedió la misma con el acuerdo de comunicar a los que tuvieran derechos en esa servidumbre, entre ellos María José Melián su madre, la decisión de Alvarado.

Y los dineros salieron prestos de los bolsillos del indiano porque tan sólo un año después, la casa se estrenaba por decisión de la pareja con el nacimiento de su hija Pino en 1879.

Una casa enorme, alta, con simetrías de huecos extraña en las casas de la Plaza, que imponía por su presencia y que a partir de su construcción fue fondo de postales y fotografías para siempre, marcando con su impronta todo el espacio circundante.

Una casa de esparcimiento y disfrute

Los Alvarado no habitaron nunca su casa en Teror de una manera continuada. Eventos familiares, las Fiestas del Pino, los veraneos, los traían desde la capital a Teror con relativa frecuencia y, al igual que tantos miembros de la colonia veraniega durante casi un siglo, los niños disfrutaron aquí de los juegos infantiles, las nuevas amistades y todo lo que por entonces significaba la Villa Mariana: uno de los lugares preferidos por la sociedad capitalina para pasar los calores del estío.

Las hermanas recordaban pasados los años como uno de sus juegos más divertidos era el que su madre Luisa Suárez las dejara meterse en la despensa de la casa situada en el sótano esquinero, donde el frescor era mayor y donde un ventanillo casi rastrero con la acera y cerrado con unos barrotes metálicos les permitía ver desde aquella oscuridad todo el discurrir de gentes y mercaderías de la Plaza del Pino.

Bodas, muertes y conventos

Pero la vida continuó y con ello el crecimiento familiar en estudios, preparación,  y formación de nuevas familias.

Antonino era el mayor y único varón; dos buenas razones por entonces para ser el elegido en suceder a su padre en los negocios. Se preparó bien para ello el primogénito. Antonino Alvarado estudió Leyes en Valladolid y Granada y volvió a su tierra para ser uno de los hombres que por entonces marcaban desde los distintos órganos de gobierno insulares el futuro isleño.

Casó el Padre Cueto a Antonino con Joaquina Duarte Guerra en “el domicilio de la contrayente”, situado en la Plaza de Santa Ana 2; porque Joaquina descendía por parte de madre de familias de conquistadores y nobles pobladores de Gáldar y Guía. Y al árbol genealógico de los Alvarado vinieron a unirse los Pineda, Valdés y otros de la comarca norteña. La antigua casona de Santa Ana sería sustituida finiquitando el siglo XIX por otra que es una singular y atractiva muestra de las distintas tendencias que se aglutinan en Las Palmas de Gran Canaria. La casa de Susana Guerra -madre de Joaquina-, la casa de las cariátides, fue obra del arquitecto Fernando Navarro que la inició en 1899 y culminó el 24 de enero de 1901.

La descendencia de este matrimonio son los únicos que llevan en la actualidad el apellido Alvarado. Fueron hijos del mismo Sebastián, Manuel, Luis, María del Carmen, Pilar y Eduardo Alvarado Duarte.

Con el segundo y tercero de sus retoños se iniciaron los dolores de cabeza para Sebastián y Luisa. En aquellos momentos de fines del XIX, la sociedad insular comenzaba a recuperarse en el sentido religioso, del golpe que había sido el proceso desamortizador y de desaparición de los seculares monasterios grancanarios. El obispo Pozuelo y el Padre Cueto fueron los artífices de comenzar a retomar esa vida y de crear los dos lugares que llamaron a hijas del matrimonio a seguir la vida monacal.

Angelina Alvarado cambiaría su nombre por el de Sor Inés de la Cruz a Cuestas y sería de las primeras Dominicas de la Enseñanza, orden que fundara el Padre Cueto en 1895 y estando en ella, cuatro años más tarde, conseguía el título de maestra. Amada Alvarado aprovecharía uno de los viajes a Teror y fue una de las primeras novicias que entró en el Císter de la Villa con el nombre de Sor Amada de la Cruz.

La reacción paterna no se hizo esperar. Ninguna de las dos había cumplido la veintena cuando tomaron la decisión y hasta la Guardia Civil intervino defendiendo la autoridad de Sebastián sobre ellas para tomarla. Pero de nada sirvió y ambas recibieron la legítima en dote. Dicen que el Císter se alegró porque de las tierras de Sor Amada en el municipio de Teror consiguieron sacar agua; algo que entonces y ahora también era un verdadero regalo del cielo.

No sabemos si tendrá relación o no; pero nada más producirse estos hechos enferma la aún joven esposa y Luisa Suárez Alvarado falleció en el hogar familiar de Pérez Galdós el tres de diciembre de 1897, a los 43 años.

El viudo quedó abatido por el dolor, cerró la casa familiar, envió a sus hijas Pino y Luisa al domicilio de un pariente en la calle Travieso y él se encerró a poca distancia de su casa, sin nada cerca que le recordara a su mujer, en el “Quiney’s British Hotel” de la Plaza de San Bernardo.

Allí poco vivió porque sin pasar un año fallecía el indiano terorense que fabricó la casa en la Plaza de Teror.

El tres de septiembre de 1898 cuando su pueblo natal se preparaba para celebrar las Fiestas del Pino con la carretera recién inaugurada fallecía Sebastián Alvarado Melián

La prensa dejo pronta constancia del respeto que la gente de la isla, de la capital le profesaba. “Ha dejado de existir en esta ciudad el respetable anciano don Sebastián Alvarado y Melián, persona aquí muy apreciada por sus hermosas prendas da carácter…” dijeron entre otras muchas muestras de esa condolencia.

El siglo XX

El 29 marzo de 1901, Pino Alvarado casaba con el abogado aruquense Salvador García Pérez. Natural del barrio de La Goleta, era hombre serio, trabajador, de fuertes convicciones familiares y laborales y que al obtener una notaría, originó en que los García Alvarado, siguientes propietarios de la casa de Teror, fueran una familia afincada en Guía durante las siguientes décadas. Y también con ellos fue su hermana Luisa para la comarca norteña. Por ello, sus hijos Luisa, Sebastián, Rafaela, Pino Salvador, Angelina, Manuel y Mari García Alvarado fueron guienses veraneantes en Teror con sus primos Duarte hasta que en 1947 la casa se alquilara definitivamente

La última hija de la familia sería la única que casara dos veces, quizá para resarcirse de esperar tanto.

Luisa Alvarado casó en primeras nupcias con Francisco Farinós Rosa en la capilla del Hospital de San Martín el dos de febrero de 1907. Él era hijo del valenciano Eduardo Farinós Vicent, Teniente Coronel del Batallón de Guía, y de Micaela Rosa Báez. Francisco fue tristemente célebre por haber fallecido en el primer accidente de automóvil de gravedad de Gran Canaria. El 1911 murió en la Vuelta del Caminero de Miraflor

Seis años de viudedad más tarde, Luisa volvía a casar el 21 de mayo de 1917esta vez en Teror con el farmacéutico de orígenes toledanos, Eduardo Bermejo y Sánchez-Caro.

Los Perules y el Banacacao

El siglo XX se inició en Las Palmas con el obligado crecimiento urbano hacia la zona intermedia entre los antiguos muros y la pujanza del Puerto de La Luz desde su inauguración en 1883. Dentro de la Portada ya no quedaban ni los solares de los expropiados conventos. Había que ir Fuera de “la Portá”.

Y ahí, los Alvarado Suárez tenían mucho que decir.

Porque eran dueños de una de las fincas más grandes sobre las que se iba a planificar dicho crecimiento: la finca ubicada en Los Perules que sus padres les habían dejado en herencia.

La finca heredada medía 28.457 metros cuadrados, de los que, descontados los espacios para las calles, quedarían para los hermanos Alvarado 20.457 metros cuadrados. Gran parte de la urbanización que emanara de los proyectos de arquitectos como Laureano Arroyo, Fernando Navarro o el mismo Miguel Martín Fernández de la Torre -amigo de la familia-, tendría que hacerse sobre los terrenos ocupados por plataneras y gañanías (hoy en día la Plaza Padre Hilario) y que don Sebastián Alvarado adquirió al volver de Cuba. La Ley General para la Reforma, Saneamiento, Ensanche y otras Mejoras de las Poblaciones de 1864 y su Reglamento de 1867 aconsejaban urbanizar tal y como se iba a hacer allí.

Cientos de casas, pisos para alquileres, negocios, colegios surgieron en estos terrenos y baste hoy el de un ejemplo que, por lo singular, me resisto a no traer aquí.

Eduardo Bermejo, esposo de Luisa, más que farmacéutico era negociante, inventor, urbanizador, con lo que Canalejas, Perojo, Murga, fueron para él. Hermano del capitán Pedro Bermejo, militar fallecido en la Guerra de Melilla a inicios del siglo comenzó a ver como otros muchos las posibilidades que las Canarias han tenido siempre y de las que los canarios hemos sacado siempre tan poco provecho.

Y rodeado de plataneras (los de otros y los de su propia familia política) se metió en un negocio que por lo extraño es digno de recordar.

Eduardo Bermejo comenzó a trabajar, inventar y luego comerciar con un derivado del plátano y que tanto podía aportar a la correcta alimentación que propugnaba. En 1918 sería la propia harina con el nombre de Banarina.y en los años 20 el Banacacao, una mezcla de cacao y plátano que en una lata litografiada con la imagen del niño Eduardo Alvarado Duarte estuvo intentando venderse en nuestras islas sin mucho éxito, lo que obligó a Bermejo a trasladar fórmula y negocio desde la calle Canalejas donde se fabricaba hasta Barcelona donde creó la empresa con socios capitalistas y tuvo mayor éxito que aquí.

Aunque estoy seguro que la costumbre de desayunar leche con gofio tuvo más que ver con el fracaso del novedoso producto que el poco apoyo político y social que el farmacéutico argumentaba como causa del mismo, a mí me hubiera gustado probarlo.

 

II. LOS ALVARADO Y SU CASA EN LA HISTORIA DE LAS PALMAS Y TEROR

Crece la ciudad

“Las dos primeras décadas del siglo y los últimos años del precedente, representan para la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria la aparición de las primeras señas de una cultura de características urbanas, que modernizan el estado del pensamiento local(ista)…Será en el puerto donde encontremos el principal motor del desarrollo económico de la isla y de expansión urbanístico de la ciudad. El aumento poblacional y la consecución de una capa burguesa, enriquecida por el comercio, abre los caminos de inquietudes renovadoras del espacio social y cultural, transformando las principales partes y trazados de la Ciudad…”

Así se expresaba José Luis Gago Vaquero cuando en 1989 comisarió la exposición “La ciudad de Las Palmas y la cultura modernista” que organizada por el Cabildo en el Centro Insular de Cultura pretendía dar un argumentario social y cultural al enorme crecimiento que Las Palmas experimentó desde fines del XIX a mediados del siglo XX.

Esta novedosa forma de planificar el futuro urbano tenía su origen en la percepción generalizada de su necesidad y se plasmó en el Proyecto de Ley General para la Reforma, Saneamiento, Ensanche y otras Mejoras de las Poblaciones que José Posada, Ministro de Gobernación presentó en 1861, aunque no fue aprobada hasta 1864. Cuestiones que hoy nos parecen normales como que los propietarios de suelo a urbanizar debían ceder los viales o la forzosa edificación de los solares en plazos determinados partieron de esta normativas legislativas y reglamentarias.

Y tal como he dicho, ahí estaban los terrenos y las inquietudes económicas y empresariales de la familia Alvarado.

Su finca de miles de metros lindaba con terrenos de Enrique Wiot, José María Hernández, herederos de Juan Paulino de la Coba y la actual calle Pedro de Vera.

Desde inicios de siglo los hermanos Antonino, Pino y Luisa Alvarado fueron vendiendo parcelas de la finca de sus padres y sobre las mismas se construyeron edificaciones que hoy son Bienes de Interés Cultural -la calle Perojo-, otras de índole social y deportiva -los inicios del Marino y otras que merecen más destacado y profundo estudio como el inmenso y moderno Colegio de Nuestra Señora de la Soledad.

El colegio de Nuestra Señora de la Soledad

El presbítero terorense Santiago Sánchez Yánez fue uno de los primeros en adquirir solares en terrenos de la finca para planificar el traslado del colegio de Nuestra Señora de la Soledad del que era director, desde su anterior ubicación en la calle Domingo J. Navarro hasta la Urbanización de Los Perules o el Ensanche.

En 1912 trató con Antonino y Luisa la compra. La relación con su parentela -el sacerdote era hijo de Dolores Yánez Melián, prima hermana de Sebastián Alvarado Melián- dio buen fruto y les compró un inmenso solar de 3500 metros cuadrados, para el que ya en julio de ese año tenía elaborados los planos y solicitaba la aprobación municipal. Se le concedió la misma, pero el ayuntamiento acordó asimismo requerir a los Alvarado para que presentaran plano de urbanización de la finca, no autorizándose allí ninguna otra edificación que no cumpliera con ese requisito.

Santiago Sánchez pasó muchos años visitando centros educativos de toda Europa que ofrecieran lo que él quería para su tierra, un signo de “potencialidad cultural que contrastara notoriamente con el abandono del Estado, más propicio al fomento de la ignorancia y de la incultura de nuestra juventud, que al generoso afán de cultivar su actividad en la moderna orientación que buscaba en el número de escuelas y de centros educacionales el índice del poderío y de la grandeza de los pueblos”. Para coger ejemplo y aplicarlo en su nuevo colegio de la calle Canalejas, visitó las Escuelas del Ave María al aire libre; el del Padre Manjón en Granada; el de los Jesuitas de Chamartín de la Rosa; el de La Salle en Tournai; San Gervasio de Lieja; Jesuitas de Bruselas; etc.

Con esas ideas planteó una edificación que ocuparía 1100 metros cuadrados de superficie construida con cuatro fachadas, destinándose el resto a jardines, donde el contacto con la naturaleza sería un primordial elemento educador; pero no por ello faltarían en el mismo un internado con dormitorios y baños; salas de descanso; museo escolar; aparatos de proyecciones y cinematógrafo para la enseñanza; sala con gramófono parlante para la enseñanza de idiomas extranjeros; clases rústicas para la segunda enseñanza y estanque da natación, una piscina que asustó a muchas madres y que el propio sacerdote rellenó con tierra de un solar de Ciudad Jardín.

Las clases comenzaron a fines de 1915 y poco tiempo después el sacerdote lo ofrecía conjuntamente con Antonio Mesa y López por el colegio de San Agustín, para instalar el Instituto que por entonces se planificaba. Ambas ofertas fueron desestimadas, una por grande y otra por chico, lo que no fue óbice para que en 1923 el Cabildo Insular adquiriera el edificio.

El posterior periplo del edificio de la calle Canalejas desde entonces hasta el actual Instituto Politécnico es suficientemente conocido. Baste aquí especificar que el primer centro educativo que se construyó en los solares de los Alvarado fue durante unos años uno de los más avanzados de Canarias en aplicación de metodologías que aún hoy nos parecen sorprendentes en el archipiélago de hace más de un siglo.

La Casa de los Alvarado se pone en arriendo

Al fallecimiento de Sebastián y Luisa, se procedió al reparto de la herencia de los mismos, quedando la casa de la Plaza de Teror en propiedad de Pino, con lo que la familia García Alvarado pasaron a ser los siguientes propietarios.

La amplia planta baja dividida en distintas habitaciones con apropiada ubicación y acceso desde la misma plaza y donde ya se ubicaban desde fines del XIX distintos comercios de los de “aceite y vinagre”.

La planta alta siguió utilizándose para los mismos fines de veraneo y solaz de los hijos de Pino y del notario Salvador García y para sus primos, hijos de Antonino. Fueron junto a los Doreste, Valle, Bello, Parada, Sagaseta, los niños que vivían en Teror tres meses al año y traían novedades para asombrar a los amigos de la Villa y a cambio éstos les enseñaban los vericuetos de los barrancos, dónde estaba la Casa de las Pulgas,…

Mari, la pequeña de los hijos del notario fue la primera niña que ante el asombro y la admiración recorrió las calles terorenses en bicicleta. El siguiente veraneante que trajo el artilugio por las plazas y calles de la Villa fue Lorenzo Olarte.

Mediando los años 20, la casa fue alquilada por un tiempo a Isaac Domínguez Macías que por aquella época accedía por primera vez a la alcaldía (de junio de 1925 a octubre de 1928) y se dedicaba a renovar mucho de lo que Teror estaba necesitando; quedando La Alameda como una de sus máximas obras en este sentido y la razón de que una persona como Miguel Martín Fernández de la Torre recalara en Teror con su diseño. También estuvo don Isaac empeñado en aquellos años en la fabricación de galletas de tal manera que consiguieron una crónica de Domingo Doreste “Fray Lesco” que el 24 de septiembre de 1926 se refería al alcalde y sus empeños en los términos siguientes: “este pueblo, de saneadísimo presupuesto municipal, parece que no ha tenido ayuntamiento ni alcaldes…. En tal estado de abandono lo ha encontrado su actual alcalde, don Isaac Domínguez, hombre seriamente reformista. Para dar idea de él tengo que hablar de su fábrica de galletas. Hace años se propuso don Isaac hacer galletas. Instaló su homo, se proveyó de materias primas y de utensilios; de entusiasmo estaba ya suficientemente provisto. Todo iba bien. Sólo un leve inconveniente impedía el desarrollo de la industria: D. Isaac no sabía hacer las galletas. No le daba n resultado en la práctica los más famosos recetarios. Echó por la borda todas las fórmulas y se dedicó a inventar; y tras una serie de tanteos afortunados logró su propósito. Don Isaac es, pues, el inventor de sus galletas. Después tuvo que luchar (hasta con el ridículo), para abrirse un mercado, y también lo logró; y hoy cuenta con una clientela que consume y prefiere sus productos. D. Isaac ha ganado, en suma, una pequeña batalla nada menos que a Inglaterra, la clásica productora del biscuit. Tal es el hombre”

Isaac Domínguez volvió a ocupar la alcaldía desde el 1 de agosto de 1936 hasta su muerte el 27 de diciembre de 1938. Falleció en el cargo.

Y además por si su mucha preocupación por el día a día de sus conciudadanos fuese poco, recupero durante su segundo mandato la tradición desaparecida durante más de un siglo de las Bajadas de la Virgen del Pino a la ciudad de Las Palmas. Sería asimismo su arrendador y amigo Salvador García el notario al que le cupo el honor de -cumpliendo tradición y costumbre- dejar protocolo de entrega de la imagen.

Sólo un hecho anecdótico aparece en medio de estas gratas relaciones del vecindario de Teror y los que aquí veraneaban. En la tarde del lunes 12 de septiembre de 1932, el sermón de la Novena del Pino estaba a cargo del Padre redentorista de San Pablo Vicente Sordo García, y en el mismo éste se encargó de denunciar públicamente determinadas actuaciones de la colonia veraniega, contrarias según su opinión a la moral, la decencia y el dogma católicos; y que iban desde lo poco apropiado de las vestimentas con que acudían las mujeres a la iglesia o su costumbre de merendar en los bares del pueblo, hasta las burlas que realizaban algunos jóvenes dentro del templo y en las inmediaciones o el piropeo constante con que asediaban a todas las que entraban y salían de la Basílica. Al término de la misa el escándalo fue mayúsculo; se juntaron varios de los agraviados, destacando Emilio Delisau Oller, Jacinto Doreste Falcón y el notario Salvador García, quienes prestamente denunciaron aquella noche al gobernador civil lo ocurrido. A resultas de ello, Antonio Socorro y el responsable del sermón, mientras se aclaraba el tema, quedaron detenidos en Las Palmas hasta el día siguiente y posteriormente fueron multados con 500 pesetas el cura y 1000 el redentorista, que fueron pagadas con una colecta entre todos los veraneantes, incluidos los denunciantes. Y así acabó aquel suceso.

La casa del médico

Los siguientes inquilinos que además marcaron muchísimo la impronta de la casa fueron el matrimonio formado por el médico ubriqueño Eduardo Vallejo Bohórquez, su esposa Soledad Cabrera Socorro y sus hijos Eduardo y José Luis.

A don Eduardo le había sido expedido su título el diez de noviembre de 1921 se había anotado en la Subdelegación de Canarias el tres de septiembre de 1923.

Como médico de la Marina Mercante (su hermano Luis sería capitán de la Compañía Trasmediterránea) y como médico de familia transcurrió si carrera profesional que lo llevó de Bañaderos a Tejeda, Santa Brígida, Haría para llegar destinado a Teror el dos de diciembre de 1946.

Pocos días después, el veintidós de diciembre del mismo año fallecía el decano del Colegio Notarial de Las Palmas Salvador García Pérez dejando un abatimiento familiar absoluto que decidió a su viuda Pino Alvarado alquilar al médico y su familia toda la planta alta de su casa en Teror.

Y los Vallejo Cabrera, que habían contraído matrimonio en Las Palmas el año 1926 empezaron su vida en la Villa donde ya fueron considerados como una familia terorense y la casa comenzó a ser conocida, pese a estar en arriendo, como “de Solita Vallejo”

Su implicación en temas como las directivas del Casino Juventud Unida, las fiestas, y tantas cosas de la villa, pueden centrarse en un hecho que no por conocido deja de ser menos singular. El siete de septiembre de 1952 en la primera Romería del Pino desde las añejas ventanas de la casona se pudo escuchar el estreno del “Ay, Teror, que lindo eres” de Néstor Álamo, cantada por primera vez en ese lugar por Carmina Estévez y José Luis Vallejo Cabrera, hijo -con Eduardo Cristóbal- del médico gaditano. Éste fallecería el tres de julio de 1974 y su viuda quedó ocupando la casa que ya era propiedad municipal desde una década antes, hasta su fallecimiento el año 2003.

Mercerías, telas, tiendas y bares en la Plaza del Pino

Mientras la planta alta de la edificación se había destinado a lugar de vivienda; la planta baja corrió otros derroteros. Desde fines del XIX y tras heredar de su padres, Pino Alvarado utilizó las distintas habitaciones, separadas, con puertas a la plaza, bien ubicadas, para sacar rentabilidad a través de sus alquileres. Su familia continuó viviendo en la calle Pérez Galdós y no necesitaba la edificación completa. Distintos comercios, todos de aceite y vinagre, atendían las necesidades no sólo de los terorenses sino de los cientos de personas que acudían a ver a la Virgen y al mercadillo dominical de la Villa. Y en ese entorno, la Casa Alvarado no fue diferente al resto de construcciones que circundan al templo y que durante siglos han vivido de esos devotos que vienen a rezar, a pagar promesas, a ver a la Virgen y luego compraban. Tiendas ya del recuerdo como la mercería que Miguel Peña y su esposa María del Pino Pérez instalaron en los años 40; el comercio de Juan Ortega Pulido y luego de Virgilio Navarro, la platería de los Quintana, la de los Guevara, el Bar Nuevo, el de Pepe Guerra, la tienda de Mariquita López, el Bar Cruz Verde, el comercio de Santiago Rivero y otros muchos que por su interés merecen estudio aparte.

Hoy aquí me detendré al bar más definitorio de la Plaza durante décadas y que sirvió para resaltar en la casa que nos ocupa esta dedicación comercial y festiva de la Villa Mariana y su progresiva transformación a lo largo del siglo XX: el Bar Americano.

El bar de la vueltas, frente a la puerta del Pino

Juan y Pedro Suárez Álvarez nacieron en la Cuesta Falcón en 1892 y 1903 respectivamente y eran hijos de Juan Casimiro Suárez Suárez natural de Matanzas en Cuba y de la terorense Rosa Álvarez Falcón.

Con raíces en Cuba, Guía y Teror; en la segunda década del pasado siglo fueron para allá y volvieron a los pocos años para aquí trabajar y hacer su futuro con los ahorros que trajeron, que no fueron fortuna que los retirara, pero sí les sirvieron para darles un empujón en los inicios de sus negocios.

Y ese negocio fue hace justamente cien años cuando retornaron a Teror, coger la habitación esquinera de la casa, alquilarla a Pino Alvarado para cambiar la tienda de fruta y verdura que allí estaba por el primer bar que se instaló allí. Y como buenos indianos, hijos y nietos de indianos y cubanos lo bautizaron como lo que sentían y como se les conocía. Y así, hace un siglo, apareció el Bar Americano de la Plaza de Teror.

Con toques de modernidad y elegancia en las maderas y el mobiliario y el justo espacio para apoyarse en su barra, asistir en primera fila a todo lo que ocurría en los alrededores del Pino o jugar al billar; el Americano se convirtió a lo largo de los años 20 en el lugar de moda de la Villa Mariana. Los hermanos diversificaban sus labores y cuando no se dedicaban a atenderlo, tenían tierras que cultivar o la ocupación que como cartero tuvo Pedro algunos años.

Tenían también una profunda conciencia del desequilibrio social que existía a su alrededor, lo que les llevó a formar parte de la Comisión Gestora que a propuesta del Gobernador Civil se formó en el ayuntamiento el 19 de marzo de 1936. Juan como segundo teniente de alcalde y Pedro como síndico primero comenzaron a trabajar en aquellos conmocionados últimos meses de la Segunda República por su pueblo tal como ellos entendían que había que hacerlo para acabar con tanta injusticia que veían día a día. Esa decisión fue la que acabó con el Bar Americano. Los meses siguientes fueron de incesantes cambios; en los nombres de las calles, en las propuestas para paliar el paro obrero, las escuelas de niñas o la petición del Palacio Episcopal para disfrute del pueblo.

En ausencia de Antonio Sarmiento y ocupando accidentalmente la alcaldía, el 12 de mayo se procedió en aplicación de la ley vigente al respecto incautar el Cementerio de titularidad parroquial, algo que Socorro Lantigua y otros no les perdonaron nunca.

El inicio de la Guerra acabó con los hermanos Suárez Álvarez, el alcalde Sarmiento y más en la cárcel y con sentencia de muerte. Fueron pasando por La Isleta y la cárcel para terminar en Gando, donde pasaron los siguientes cuatro años. Conmutada la pena volvieron a la vida con otras ocupaciones. Juan vendió tierras y otras propiedades que había comprado con las ganancias cubanas; Pedro fue pasando por una pequeña tiendecita que su hermano Francisco y su sobrino Jesús Ojeda Suárez (hijo de su hermana María) le ofrecieron en un cuartito de la propia casa de Alvarado.

Tras pasar por otras ocupaciones como llevar el Quiosco de La Alameda, Pedro pidió un préstamo, hizo una inversión y acabó en ¡Los Perules!, donde montó un negoció que a mediados del pasado siglo se anunciaba en “Perojo 45, esquina a Murga. Allí, lectora y lector, existió, desde hace años, un comercio de comestibles. Pero hoy aquello está remozado, magníficamente surtido. Su dueño don Pedro Suárez Álvarez, es ducho en estas lides. Ha tenido industria en Teror, su tierra y es hombre que conoce las exigencias del público. Además, es amable, servicial. No tiene confusión. Comestibles y Bodegón de Pedro Suárez Álvarez”

Juan y Jesús Ojeda Suárez pasaron a llevar el Americano, bautizado como “Nacional” en la contienda y como “América” en la posguerra. Sus vueltas de carne y churros de pescado dignos de venir de cualquier sitio a comerlos a Teror. Suso fue conocido como “el americano” el resto de su vida que acabó en el 2018 tras comprobar como su labor y su familia eran reconocidas por todos.

El cinco de marzo de 2011, la calle que atraviesa el lugar donde nacieron en la Cuesta Falcón, fue nominada por decisión municipal como “Concejales Juan y Pedro Suárez Álvarez”.

Quizá ya sea hora de recordarles a ellos y a sus sobrinos también como gestores del bar más novelero y conocido de la Plaza de Teror.

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