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APUNTE 20/05/2013

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El Sáhara, con la arena en los ojos
Por
Nieves Ramos                                                                                                                               

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Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y ésta debe ser la máxima que prevalece en el seno del Frente Polisario, cuando tras cuarenta años después de su constitución, siguen pidiendo un referéndum que posibilite la existencia de un Sáhara libre y un Gobierno representativo y popular.

Siempre he reconocido mi carácter optimista y la necesidad, casi imperiosa, de ver el vaso medio lleno para seguir mi particular forma de ver la vida y hacer del compromiso por la justicia un estandarte, pero debo reconocer, con arena en los ojos, mi desconfianza en la resolución pacífica y justa del conflicto del Sáhara y no porque no lo considere urgente y necesario, sino porque son demasiados los intereses creados con el país invasor para enfrentar a Marruecos con el resto del mundo por unos cientos de miles de personas, que decidieron pacíficamente creer en la resolución de la ONU, cuando prometió un consulta popular.

Formo parte de una de las numerosas familias que encontraron en el Sáhara una posibilidad de trabajo para hacer frente a la crisis laboral existente en las Islas Canarias.

Mi padre formó parte de los miles de obreros que hicieron posible la extracción del fosfato en el Bucra, en aquellas cintas que vomitaban el rico mineral haciendo del Sáhara una colonia productiva y apetecible.

No me gustaba estar en el Sáhara, lo reconozco, era un exilio que me alejaba de mi pueblo, de mi gente, recuerdo el trauma que me supuso por primera vez beber un agua que no fuera de la Fuente Agria y me molestaba encontrar arena en casi todos los lugares por donde pasaba.

Presencié los primeros comportamientos patriarcales y antihumanos con la mujer, como el casamiento obligatorio de mi amiga Guatila con un hombre de ochenta años que tenía camellos y sacos de arroz para comprarla. Por eso, cuando mi padre llegó un día diciendo: ¡Nos vamos! me produjo una enorme alegría y regresé a Teror contenta como unas pascuas.

Pero, como la vida es pura contradicción y yo no puedo escapar a ella, nunca he podido alejar de mi corazón al Sáhara y la alegría que me supuso dejar el Aaiun con mi familia fue proporcional a la enorme tristeza que sentí cuando, el entonces embajador en la ONU Jaime de Piniés, expuso la decisión del Gobierno Español de abandonar el Sáhara y dejarlo en manos de Marruecos, sin posibilitar una descolonización justa que tuviese en cuenta que la tierra era de los saharauis y a ellos les correspondía gestionar sus minas, sus costas, sus recursos, sus arenas.

La creación del Frente Polisario, su guerra, sus propuestas, su enorme capacidad para conseguir adhesiones, la implicación de los movimientos de solidaridad con el Sáhara, no han sido suficientes para resolver justamente una situación que nunca tuvo que haberse producido si España hubiese actuado con responsabilidad ya no digo, con cariño. Los posteriores gobiernos democráticos en este país tampoco lo han hecho y mucho me temo que la actual crisis económica haga que este tema siga quedando en la trastienda, sin una solución justa. Estoy dispuesta a invitar a algo importante si me equivoco, nada me gustaría más que hacer otro apunte reconociendo el error de mi análisis

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