El Dr. Pildáin Obispo de Gran Canaria Por Juan José Laforet |
Si me preguntarán, cuarenta años después, cual fue la mejor crónica de aquellos días intensos en los que Gran Canaria despidió a su inolvidable prelado el Dr. Pildain, diría que fue el testimonio público, patente, masivo de hondo afecto y cariño, como de profundo dolor y consternación popular con el que fue acogida la noticia de su fallecimiento y con el que se acompañaron sus restos mortales durante los tres días que estuvo abierta su capilla ardiente ante el altar mayor de la Catedral de Canarias, por la que desfilaron miles de canarios marcados por un sentimiento de cariño y convencidos que, con su muerte, se cerraba una etapa muy significativa en la historia insular.
Lo podemos recordar ahora en las hemerotecas a través de las innumerables y extensas páginas que los tres periódicos locales, como muchas otras en periódicos de Tenerife y de la península, dedicaron a lo que fue un verdadero acontecimiento que trastocó durante días la vida cotidiana insular, pero todavía algunos lo recordamos en el archivo de nuestra memoria personal, en las imágenes y sonidos que quedaron definitivamente grabadas para toda la vida en la mente de quienes tuvimos la oportunidad de acompañarle en su despedida catedralicia.
La lapida que selló su tumba, como repetían los más de quince mil recordatorios que se repartieron esos días, resaltaba como allí descansaba para la eternidad un “pastor” amante de los pobres, un “defensor” de la iglesia y de la moralidad, siempre “solicito” en la formación del clero y “fiel” al magisterio de la sede de Pedro. Antes que él habían sido inhumados en la Catedral de Canarias obispos como el grancanario Manuel Verdugo y Albiturría en 1816 –en la capilla del Santísimo-, el franciscano Fernando Cano y Almirante en 1826 –en la cripta catedralicia-, Bernardo Martínez Carnero en 1833 –en la Capilla de Los Dolores- y Buenaventura Codina en 1857 –cuyo cuerpo incorrupto se expone en la Capilla de Los Dolores-.
También podemos recodar ahora, cuando se cumplen cuarenta años de su muerte y la Iglesia celebra el “Año de la Fe”, proclamado por el anterior Papa Benedicto XVI, como, entre las actividades que señalaron sus primeros días al frente de la Diócesis de Canarias estuvo el ciclo de tres conferencias que pronunció los días 18, 20 y 21 de mayo de 1937 en un Teatro Pérez Galdós abarrotado de un público expectante ante el nuevo prelado que llegaba a la isla rodeado de una singular aureola como personaje público y con fama de “elocuente orador sagrado”, estaba dedicado precisamente a hablar de la Fe, de “…la Fe que orienta los caminos de la vida y la hace más agradable…”; no dudó en señalar que las conferencias se impartían en aquel primer coliseo de la ciudad “…y no en el púlpito de la Catedral, que era el lugar más adecuado para esta clase de conferencias, ya que la Catedral no reúne las debidas condiciones acústicas…”, sin embargo, cuando era interrumpido por fuertes aplausos exclamaba enseguida: “Hijos míos, ¡que nos encontramos en la Catedral!”
Antonio Pildain y Zapiain, que aquí siempre se le conoció y se le trató como el Dr. Pildain, había nacido en Lezo, Guipúzcoa, el 17 de enero 1890 y fue Obispo de Canarias durante 30 años, aunque luego ya no quiso partir nunca de esta tierra que consideraba la suya, la isla donde estaba su advocación mariana más querida, la de Nuestra Sra. del Pino, en Teror, la Villa Mariana a la que también se vinculó muy estrechamente y en la que pasó innumerables temporadas. Hoy se le puede considerar no sólo un personaje relevante, sino un verdadero símbolo de la historia grancanaria de las décadas centrales del siglo XX, a la que aportó un capítulo ineludible; y aún falta, como ya se pidió hace 40 años, un monumento que nos recuerde al Dr. Pildain en la historia de Gran Canaria.
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