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APUNTE 20/04/2015

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Verguenza y desconfianza

Por Nieves Ramos                                                                                                                                

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Resulta difícil escribir hoy cualquier cosa sin tener presente las imágenes de la desolación que producen las casi setecientas personas que, hacinadas en un barco, buscaban la tierra prometida y encontraron el fondo del mar.

Es la imagen de la vergüenza porque estas muertes se suman a otras muchas vidas rotas por la necesidad de buscar una vida mejor, lejos de  países destrozados por la guerra o la avaricia; es una vergüenza porque de la desgracia de mucha gente se benefician los piratas que trafican con seres humanos, como si fuera mercancía, ante la pasividad de una clase política excesivamente preocupada y ocupada en resolver sus asuntos que no son precisamente los que afectan a la mayoría de la ciudadanía, de allá y de aquí.

Porque si esas imágenes son vergonzosas, también lo son los titulares de la prensa que muestran cómo la clase dirigente, esa que planifica, recomienda, decide por el conjunto, usa sus cargos, sus sillones para su riqueza personal y familiar, organizando complejos entramados financieros destinados a defraudar.

En plena campaña de declaración de la renta, resulta difícil hacer nuestro ese lema de que “hacienda somos todos”, porque vamos comprobando que unas personas lo somos más que otras.

Pero si hay una emoción que estos acontecimientos está generando, aparte de la profunda vergüenza e indignación, es desconfianza.

Está claro que no estamos ante una crisis económica ni financiera, como se nos ha querido vender,  estamos ante una profunda crisis de ética, de ética personal, de ética colectiva, que ha tenido como único fin la utilización del poder para unos pocos que no conocen los límites de la ambición y el lujo. Y esto ha tocado uno de los pilares básicos sobre lo que se sustentan las relaciones humanas: la confianza.

Se ha instalado la desconfianza más profunda entre la ciudadanía, esa confianza que producía las buenas relaciones entre las personas que usaban las cajas de ahorro, tranquilas porque  cuidaban su dinero, la relación de que quienes iban a gestionar los ayuntamientos lo hacían por el bien de su gente, la relación de que quien venía a pedirte un poco de sal, no venía a robarte.Esa confianza, tan necesaria en las relaciones, se ha traicionado tanto que será probablemente más difícil de recuperar que la economía.

En los bares, en las plazas, en los corrillos, en las redes sociales, resulta difícil dar argumentos contrarios, cuando refiriéndose a la clase política dicen: todos son iguales, van a lo mismo.Y resulta difícil convencer de que hay gente honesta en la vida pública, que las cosas se pueden cambiar, porque el personal está muy mosqueado.

Para ello, habrá que reinventar las relaciones de confianza: este país hay que ponerlo patas arriba, eliminar muchas estructuras, limitar mandatos, establecer controles serios y eficaces, mandar a sus casas a esa clase política que ha hecho de ésta su vida y no un tiempo de servicio a la ciudadanía, controlar las grandes corporaciones, facilitar las economías cercanas, por supuesto estar en contra del Tratado de Libre Comercio con EEUU, que va a producir nuevas relaciones de esclavitud.

Está claro que las cosas cuestan mucho construir pero muy poco destruirlas. Nos quedan muchos años para reconstruir la confianza perdida y eso solo se hace tomando decisiones aunque sean dolorosas. Los cambios, todos, producen cierta inquietud pero son necesarios sino queremos estar quejándonos por las esquinas.

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