¡Ni burra ni ri rin …! |
Buenos días a todos y a todas, hoy desde la Villa Mariana.Esta noche es nochebuena y mañana Navidad, así reza una canción popular que hemos cantado multitud de veces en estas fechas.Pero no quería dedicar este apunte a los villancicos tradicionales sino a imaginar cómo sería de nuevo la venida de Jesús, en un año en el que el belén ha sido altamente cuestionado por el Vaticano.
Recordar que María y José no encontraron más que un alpendre para dar a luz a su hijo muestra cuál fue la opción escogida para llegar a este mundo y quedarse en él.
Si decidiera volver a poner un poco de juicio en este mundo, probablemente vendría en una patera, huyendo del hambre y la miseria, pero aportando el valor de la solidaridad y la esperanza, sería recibido con esa mezcla de ternura y acidez que produce la llegada de otra boca más en época de crisis y pasaría las primeras horas de su vida en un centro de acogida, después de haber sido reconocido por el voluntariado de la Cruz Roja.
Sus padres empezarían ese rosario interminable de papeles para demostrar, que hacer años, bastantes, sus padres se fueron a buscar mejor vida al Sáhara, cuando allí se extraía el fosfato y por razones diversas, no pudieron salir del país. Traían en el refajo unos papeles, amarillos por el tiempo, en los que demostraban que sus abuelos procedían de un pueblo de las cumbres que se llamaba Juncalillo, aunque ellos no sabían ni pronunciarlo.Aquel niño, color café con leche, miraba a su alrededor envuelto en un trapo, a su lado, ni bueyes ni mulas, sino otros hombres y mujeres, de diferentes colores, con las miradas perdidas buscando la esperanza.
Llegaban a saludarlos gente de distintas ONG’s que proporcionaban ropas, algunos alimentos y la tarjeta con el nombre de una abogada amiga que le facilitaría el arreglo de los papeleos. Las únicas estrellas que guiaban aquel nacimiento eran las luces de neón de un bar de alterne que se encontraba en los alrededores y a donde habían ido a parar un sinfín de mujeres, también sin papeles y que ejercían el oficio más viejo del mundo. Cerca de allí tenía lugar un espectacular botellón, animado por música de bacalao, donde se celebraba la despedida de un grupo de jóvenes, que tras terminar sus masters habían decidido irse a Alemania a ejercer de pastores en una finca de cerdos y remolacha, con un contrato de formación.
A lo lejos empezó a divisarse un barco iluminado que se acercaba al Puerto de la Luz, procedente de Andalucía, era un grupo de empresarios, tres que venían con la intención de invertir en las islas, uno venía de Oriente, probablemente China con la intención de ir comprando todos los locales comerciales que cierran los comerciantes de aquí, el Africano, envuelto en unas telas coloridas traía una serie de nuevos productos tecnológicos para los que hace falta el coltán y del Norte de Europa, parecía venir un ruso con un listado de viviendas del banco malo para comprar a buen precio.
Toda esta gente sabía que por allí algo pasaba porque nuestro niñito lloraba y lloraba sin parar ante el agobio de María que no sabía si su leche servía o no para alimentar a su vástago. Pero siguieron con su recorrido, porque desde el otro lado llegaba música de villancicos. Estaban celebrando una fiesta que había comenzado hace muchos años y besaban el pie de un niño de cera.
María consiguió, a duras penas, calmar al niño y lo hizo gracias a la canción de cuna que una mujer senegalesa cantó bajito, mientras un mauritano le daba un masaje en los pies fríos y el chaval de Togo pasaba una manta colectiva por encima de los hombros. Cuando el niño estuvo dormido, salieron a ver las estrellas y eligieron una en la que depositaron sus deseos: tener un país de acogida, generoso, que mire al corazón de las personas y no su color. Unos responsables políticos preocupados por la ciudadanía, unas instituciones ágiles al servicio de las personas, y unas personas abiertas al AMOR, en mayúsculas.Que tengamos unas buenas fiestas.
Compartir en redes sociales