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APUNTE 12/12/2012

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Portales de Belén, con buey y mula
Por
Sebastián Sarmiento                                                                                                                               

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La polémica en torno a si en el momento del nacimiento de Jesús, en la cueva de Belén de Judá, había animales (el buey y la mula), suscitada tras la reciente publicación del último libro del papa Benedicto XVI “La Infancia de Jesús”, me ha traído a la memoria muchos recuerdos de las Navidades de mi niñez en Teror. Son estampas navideñas de un Teror de los años 50 ó 60, en los que la vida en la Villa mariana transcurría muy tranquila y sosegada, muy lejos del bullicio actual. La TV apenas comenzaba a llegar a los hogares terorenses, y lo que de verdad “mandaba” en aquellos años era la radio o los viejos tocadiscos que muchos de los jóvenes de entonces utilizábamos  en las fiestas juveniles que se organizaban en nuestras propias casas.

Por lo demás, el ambiente de aquellos años, era, reitero, muy tranquilo. La gente mayor se dedicaba a trabajar durante la semana, y los pequeños y jóvenes a ir a la escuela, o  al Colegio Salesiano que también fue inaugurado como un gran acontecimiento social en el Teror de entonces, atrayendo a muchachos de los pueblos cercanos, en parte por el internado del que estaba dotado.

El tiempo de Navidad era especialmente vivido en aquella villa de la década de mediados del siglo XX. Eran unas fiestas de carácter familiar en las que el aspecto religioso se imponía a todo lo demás. La confección de  “belenes” era generalizado en todas las casas de Teror, o al menos en la mayoría de ellas. Sin embargo había unos Belenes, que por su calidad artística y su fidelidad a la tradición histórica, destacaban sobre el resto, y eran de visita obligada. Los preparativos  se iniciaban con el mes de diciembre, de modo particular a partir del día 13, fiesta de Santa Lucía. Aun recuerdo cómo era a partir de aquellos días se hacían las pequeñas “plantaciones” de cebada o trigo para que estuvieran ya germinadas y crecidas para los días previos a la elaboración y montaje del belén.
Por recordar algunos de aquellos belenes, hacemos mención al de Antoñito García, en el Castañero Gordo. Quizás fuera el mejor elaborado de todos los que se confeccionaban en la villa mariana. Era de grandes dimensiones y no le faltaba de nada: cambios de luces simulando el día o la noche, con excelentes “amaneceres” o “atardeceres” en el también simulado “desierto”; había barrancos  con agua cristalina, y también la estrella que guiaba a los Reyes Magos.  También eran  importantes los Belenes de las Hermanas Álvarez Suárez  o Pepe Arencibia,  confeccionados en amplias estancias de sus respectivas viviendas, ambas en el Barrio abajo.

Había otros belenes que también recuerdo cómo el que elaboraba el Ayuntamiento en  el conocido como “queque” en el parterre  circular de la araucaria  o en las escalinatas de acceso al Palacio Episcopal; el de Anita Arencibia; el de doña Jesús Ortega y D. Domingo Déniz; los que se hacían además en el Colegio Salesiano, en las Dominicas o en el propio Convento del Císter. Por su importancia también tenemos en nuestra memoria el que realizaba la Parroquia, en el interior de la Basílica, justo en la zona detrás del Altar Mayor donde se encontraba el viejo Coro del templo, debajo del Camarín. La estancia funcionaba como una gigantesca cueva, donde se colocaba el Misterio (La Virgen, San José y el Niño,  con el  buey y la mula). Tras la “Misa del Gallo”, se representaba una especie de “auto sacramental” del nacimiento del Señor, preparado por la familia Álvarez, tanto en su representación teatral como en la música (Tono Álvarez) junto a pastores, pastorcitos y otras figuras bíblicas y que se desarrollaba bajo la mirada beatífica de Monseñor Socorro.

Era una navidad diferente a la actual en el que el aspecto comercial que se registra hoy, ni por asomo se  contemplaba entonces. También es verdad que los medios económicos de las familias de entonces eran más reducidos, predominando los valores religiosos y de familia que el comercial o secular que reina hoy.
Paralelamente al “Belén” había otros acontecimientos  que igualmente se vivían con intensidad. Me refiero a la visita  que realizaba por los barrios el “Rancho de Ánimas”, de Arbejales, con su actuación central en el frontis de la Basílica el domingo siguiente a la Navidad, el día de la Sagrada Familia, fecha en la que se  sacaba en procesión hasta la fachada del templo, la imagen de un niño Jesús, vestido,  en torno al que iban desgranando las tristes  endechas aquellos rancheros. También era importante, al menos para los chiquillos de entonces, la Cabalgata de Reyes, en la que  Sus Majestades  venían montados en camellos, traídos desde Lanzarote, repartiendo  bolsitas con chucherías y caramelos a los niños y mayores.

Era una Navidad diferente. Pobre, quizás, en  recursos, pero rica  en sentimientos de mayor unidad familiar y  de auténtica solidaridad  hacia los que peor lo pasaban que también los había. En definitiva que la polémica papal sobre la existencia o no  del buey y la mula en la noche que nació Cristo en aquel pesebre de Belén, nos ha traído  otras estampas de la Navidad del Teror de nuestra niñez. Aunque la polémica me  sigue resultando superficial, lo importante es que antes como ahora miramos hacia los más  pobres y desfavorecidos de nuestra sociedad para ayudarles.

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