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APUNTE 13/11/2012

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Gran Canaria y el magnicidio de José Canalejas
Por
Juan José Laforet                                                                                                                               

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Se viene celebrando, o conmemorando, según el tono, trascendencia y validez que cada cual quiera otorgar a esta efeméride, el centenario de la Ley de Cabildos y la constitución de la primera corporación insular del de Gran Canaria. Muchos son los actos, conferencias descubrimiento de lápidas laudatorias, que se ha celebrado y que quedan aún por venir, sin embargo, hay aspectos que pasan desapercibidos, o quedan aislados y alejados, pese a la trascendencia que tuvieron en su momento.

Hace cien años, cuando Gran Canaria mascullaba aún expectante, alegre, ilusionada pero también precavida, la reciente aprobación de la Ley de Cabildos y del Reglamento que la desarrollaba, en los meses de julio y octubre respectivamente, el 12 de noviembre de 1912 una noticia recorrió las calles y plazas, foros y cenáculos de todo tipo, instituciones públicas y casas particulares, casi con la misma velocidad con la que hoy lo hubiera hecho, y heló la sangre de los nobles, leales y magnánimos isleños, pues en Madrid un execrable magnicidio había acabado con la vida del en ese momento Presidente del Consejo de Ministro, José Canalejas y Méndez (El Ferrol 1854 – Madrid 1912), un político demócrata y liberal, magnífico orador y profundo estudioso de la literatura, prestigioso periodista y fundador del entonces influyente periódico El Heraldo de Madrid,  al que Canarias en general, y Gran Canaria en particular, debían agradecer su arriesgada y decidida apuesta a favor de la Ley de Cabildos, pues en las Cortes, por la acción de “unos” y “otros” hubo muchos titubeos hasta que, como resaltó Carlos Navarro Ruiz en sus “Páginas Históricas de la Gran Canaria”, “…Canalejas, hombre de grandes energías y de gran inteligencia, comprendió que esto había que solucionarlo, y prescindiendo de unos y de otros, pero queriendo contentarlos a todos, se lió la manta a la cabeza, como vulgarmente suele decirse, y dio la Nueva Ley Administrativa de Canarias y el Reglamento por el que se rigen los Cabildos Insulares”.

Aquel 12 de noviembre de 1912, confiado y disfrutando de un paseo por la Puerta de Sol, José Canalejas, mientras escrutaba los libros expuestos en el escaparate de la conocida Librería San Martín, en la misma esquina con la calle Carretas, recibió en su espalda tres disparos dirigidos contra él por Manuel Pardiñas, que poco después, sitiado por las fuerzas de orden público, se suicidó con el mismo arma que aún empuñaba. Cuando era conducido al cercano edificio del Ministerio de la Gobernación Canalejas fallecía desangrado sin que nada se pudiera hacer por él.

En Gran Canaria, donde la prensa resaltó como “…la indignación es general…”, y el Delegado del Gobierno señor Zaera recibió telegramas del Ministro de la Gobernación, agradeciendo los que desde aquí se le habían dirigido protestando por el asesinato del Sr. Canalejas y asociándose al duelo nacional, el Ayuntamiento celebró sesión extraordinaria en el que pronunciaron discursos el alcalde, Felipe Massieu, y el concejal y luego cronista oficial Carlos Navarro Ruiz, que no sólo recordaron sus grandes méritos sino que destacaron “… su labor patriótica y la realizada, inspirándose en principios de equidad y justicia, para solucionar el secular problema canario dando la ley de julio con lo cual se asegura la paz del archipiélago y obtiene Las Palmas y Gran Canaria la realización en gran parte de sus justos ideales…”, acordándose a continuación rotular con su nombre una calle paralela a la de Perojo. En “dos palabras de justicia” la prensa también resaltó que “…en Canarias su nombre vivirá también perdurablemente. Jamás olvidaremos que fue Canalejas quién nos dio la solución del problema del Archipiélago en una ley cuyos términos se acercan mucho al pleno ideal autonómico que el país sustentaba, que el país defendía, y que supo imponer la justicia de la buena causa haciéndose acreedor á nuestra eterna gratitud, apoderándose de nuestros corazones…”. Días más tarde la Catedral de Canarias se llenaría de isleños que deseaban rendir un postrero tributo a tan preclaro prócer que, cien años después,  recordamos a diario en su calle del distrito de Arenales.

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