Dame algo, por favor |
Que ha llegado el verano es incuestionable, el sol, las playas, las vacaciones y las terrazas, aunque es cierto que la prohibición de fumar en los establecimientos, ha posibilitado que podamos también tomar algo en la calle durante el invierno, incluyendo las estufas y mantas en el mobiliario urbano.
Precisamente de esta manera que tenemos de usar la calle quería hablarles hoy. Reconozco que no me he sentado en muchas terrazas todavía, por el ajetreo de vida que llevo, pero en las dos últimas que me he sentado en Madrid, no he estado sola, aparte de las amigas con las que había quedado para tomar una cerveza, se nos acercaron diferentes personas…a pedir. Si, a pedir limosna, comida, lo que fuera.
En una de ellas, cercana a Atocha, mi amiga Susana y yo, cuando nos dimos cuenta y empezamos a contar llegamos a contabilizar ocho personas, en lo que ella tomó dos cervezas y yo me quedé en la primera.
Es una situación preocupante que se extiende por los metros, los parques, las calles y hasta las casas. Estamos generando un país de historias que parten el corazón, un país donde la marca España contiene unas bolsas de pobreza impresionantes que se pueden ver diariamente en la pelea por encontrar comida en los contenedores o el aumento de gente durmiendo en las calles.
Me resulta imposible no encontrar paralelismos a los desayunos en Bodgaya, en la India, donde los niños andrajosos se acercaban a los turistas para rascar un trozo de pan. Y la sensación es la misma. ¿A cuántos puedo invitar?, ¿Es justa esta situación?
Los perfiles de estas personas van cambiando, el último que me encontré esta semana, nos contaba la historia de muchas familias, él es soldador, se ha quedado en paro con la crisis de la construcción, vive en la calle porque su madre tiene acogida en su casa a su hermana con dos criaturas pequeñas y a su marido que también están en el paro. Son las pensiones, recortadas por cierto, de las personas mayores las que están alimentando muchas familias.
El otro día escuchaba que en la Comunidad de Madrid habían cerrado 20 residencias geriátricas porque las familias estaban volviendo a llevarse a los abuelos y las abuelas a casa para, con su pensión vivir toda la familia. ¿Qué ha pasado en un país que soñaba con una ley de la dependencia que posibilitara la creación de empleo? ¿Qué nos está pasando para que en el metro las personas que ahora tocan el violín, acordeón, guitarra o cantan a capela, ya no sean quienes venían de América Latina o los países del este sino que esté mi vecino del 5º?
Está cambiando el rostro de nuestras calles y nuestras plazas mientras las fortunas con esta crisis aumentan de manera espectacular y el dinero se coloca a buen recaudo fuera del país. Quizás la marca España necesite de una profunda transformación ética y política que tenga en cuenta a las personas, a quienes más lo necesitan para realmente poder exportar, junto al jamón, el aceite, la energía solar, la calidad y la calidez humana de un pueblo que quizás su pecado capital mayor ha sido confiar en la palabra dada de, quienes queriendo llegar al poder y estando en el, no huelen la calle, no sienten el sufrimiento de la gente que se ha quedado sin casa o comparte habitación con doce más.
Me gustaría pensar que esto es transitorio y que no estamos ante una campaña, bien orquestada por el sistema, para desmoronar la sociedad del bienestar construida en Europa y formar parte del mundo creado para que unos pocos tengan mucho y la mayoría, malviva pidiendo una ayuda, por favor.
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