El arco de la libertad |
Este fin de semana, Madrid se vistió con el color del Arco Iris. Más de un millón de personas se concentraron en torno a la Puerta de Alcalá con pancartas, banderas, música y la mítica canción de “A quién le importa” para celebrar, un año más, los derechos de hombres y mujeres a vivir con total libertad la opción sexual elegida.
Días atrás, el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, en un acto de reconocimiento en su partido por haber conseguido la Ley que posibilita el matrimonio de ambos sexos, decía que al promover esta ley sentía que con ella iba a posibilitar la felicidad a muchas personas. Y así ha sido. Son un montón las parejas que han podido oficializar una convivencia de muchos años y otras que saben que pueden hacerlo, en caso de quererlo, porque no hay barrera legal que se lo impida.
Hace unas semanas, también en California, las parejas hacían colas para celebrar su matrimonio y en Francia, dónde Francois Hollande, cumplió también con ese objetivo plasmado en su programa electoral, la contestación en contra llenaba las calles de miles de personas, poniendo en entredicho su revolucionario identificativo de país de liberté fraternité, egalité.
En unos momentos de crisis generalizada, donde los valores de la justicia y la decencia están por los suelos, me llama mucho la atención las cruzadas morales para denunciar estos aspectos de carácter tan personal y que afecta a las relaciones entre personas que no han cometido más delito que el enamorarse. Hace unos días, leía en la redes sociales, una reflexión que planteaba cómo nos escandalizamos de que la gente haga el amor o se quiera en la calle y no ponemos el grito en el cielo ante la guerra, el hambre o la búsqueda de comida en los contenedores de basura, por citar solamente unos ejemplos.
Por eso me parece importante que el día del orgullo se siga celebrando como una vindicación permanente de nuestra sociedad al respeto de las libertades individuales y colectivas y sobre todo, a la transparencia en las relaciones, para que podamos vivirlas sin cortapisas ni moralinas que solo responden a esa cultura tan trasnochada e instalada que dice: “una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace”.
Me he apuntado al club de las personas que defendemos la igualdad de oportunidades y desde ese prisma me alegra ver las calles de Madrid llenas de gente que celebra esa filosofía, además con alegría, que tanta falta nos hace. Me gusta que la canción y la reivindicación se junten para decir que la vida merece la pena vivirla con quienes nos quieran y queramos. Y eso sin importar, el sexo, el color, la religión, simplemente el amor.
Por eso, traigo aquella famosa máxima del movimiento hippy que decía: “haz el amor y no la guerra”. Este es pues mi deseo para este inicio de semana tan caliente.
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