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APUNTE 17/06/2013

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El genocidio mundial contra las mujeres congolesas
Por
Nieves Ramos                                                                                                                               

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Resulta difícil «que te sepa» el café de la mañana, cuando te lo estás tomando compartiendo el sentimiento de rabia e indignación que expresa Caddy Adzuba, una mujer, periodista, congoleña que dedica su vida personal y profesional a denunciar las violaciones sistemáticas que se producen en la República Democrática del Congo, uno de los países más ricos del mundo.

Precisamente, una de las desgracias de este país, sumido en el conflicto y la miseria, es su riqueza. Se lo comentaba, en mi primer viaje a los Grandes Lagos, a otra mujer, a la que quiero mucho, activista de los derechos humanos y por lo tanto defensora de las mujeres congoleñas, Mathilde Muhindo: «el problema de ustedes, es que El Congo es demasiado rico».

Y efectivamente, en esta campaña de denuncia que Caddy está haciendo por los países europeos, manifiesta que son las multinacionales de los países llamados civilizados que explotan las valiosas minas de diamantes, coltán, quienes están detrás de este genocidio contra las mujeres. Las cifras son más que contundentes para manifestar que allí la vida, como dice la canción de Pablo Milanés, la vida no vale nada y la de las mujeres, menos.

Cada cinco minutos se producen cuatro violaciones, 400.000 al año, si lo multiplicamos por los diecisiete que dura el conflicto, las cifras son sencillamente espeluznantes. Y todo ello, en el más absoluta de las impunidades, ni los gobiernos, dícese democráticos, ni los organismos internacionales, algunos de ellos muy bien instalados en la zona, con magníficas sedes, coches de marca, hacen nada que pare esta locura que deja vidas rotas para siempre.

Recuerdo la casa de acogida que el Centro Olame tiene en Bukavu para trabajar con estas mujeres y la impotencia que sentía al ver el dolor de las mujeres mirando al bebé que sostenían en sus manos, sin saber cuál de sus muchos violadores era su padre.

Por eso, este apunte tiene dos objetivos: el primero unirme a la campaña mediática de Caddy y también a la lucha de cada día de Mathilde Muhindo y el equipo del Centro Olame.

Y el segundo, seguir apoyando los proyectos de estas organizaciones y mujeres de allí, que dedican su vida a reponer un poco el dolor con acompañamiento sicológico y propuestas de microcréditos para permitir la creación de pequeños proyectos que les permita luchar por su autonomía.

Con esta crisis, tan bien orquestada en Europa, muchas de las ayudas que devolvíamos a los países en vías de desarrollo, han desaparecido. No es el caso de la convocatoria del Ayuntamiento de Teror, que en su crisis particular también se tambaleó. Espero que ese reducto de solidaridad que queda en nuestro pueblo permanezca como grano de arena que siga posibilitando el trabajo con las mujeres en el Congo.

No podemos permitir que la crisis nos encierre en nuestro cosmos particular, sin mirar los horrores que suceden en otras partes del mundo, entre otras cosas porque el sistema que propicia unos y otros es el mismo, el del capital que por conseguir lo que quiere, trata, como dice Caddy a las personas como insectos, y si tiene que pisarlos, nada los detiene.

Así es que por las mujeres del Congo, las asesinadas aquí y por las olvidadas en general, hagamos de la empatía y la solidaridad un valor a mantener, desarrollar, multiplicar.

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