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APUNTE 06/11/2012

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Turismo y Cultura
Por
Juan José Laforet                                                                                                                               

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El pasado sábado una delegación de la Asociación Mexicana de Turismo cultural, que preside el artista mexicano Tomás Gondi, visitaba Gran Canaria e inauguraba en la Casa de Colón una exposición sobre el culto a los muertos en aquellas culturas centroamericanas.
El turismo, la industria turística – como se le suele denominar en los ámbitos profesionales de la economía-, a lo largo del siglo XX no sólo  llegó a constituir uno de los pilares más saneados de la economía mundial, sino que se convirtió en el factor transcultural de mayor relieve y, con toda seguridad, en uno de los más destacados de toda la historia de la humanidad.
El turismo, a través de diversas épocas, de las diferentes modalidades y prácticas que oferta, ha permitido una comunicación, un conocimiento, un intercambio, un influjo poderoso entre distintos pueblos y culturas, que han llegado ver afectadas -la mayoría de las veces, casi sin darse cuenta-  muchas de sus señas de identidad, sus costumbres más propias, al entrar en contacto con este fenómeno, en especial conocido como de masas, que pasará a la posterioridad como uno de los rasgos más propios del Siglo XX.

Sin lugar a duda alguna, y si ya lo era décadas atrás,  en adelante será imposible separar turismo de Acultura, entendido este segundo concepto como la expresión de aquella forma que el ser humano tiene de comprender y asimilar su realidad.

No es de extrañar que el insigne periodista grancanario Francisco González Díaz, en una obra premonitoria y muy adelantada para su tiempo, Cultura y Turismo, editada en 1910, señalara a sus paisanos, al comenzar su relación con el turismo como factor de progreso para la isla, que «…con laborar, con producir, creemos haber cumplido toda nuestra misión, y en el mundo hay más. Hay objetivos de mayor altura é importancia, hacia los cuales debemos encaminarnos. Debemos cultivarnos para que la acción exterior nos encuentre bien dispuestos y nos fecundice. Debemos partir de nosotros mismos para levantar nuestro edificio propio, para tener huerto y jardín…». La disyuntiva sobre la propia identidad, el colonizaje cultural y la acción positiva de corrientes culturales externas quedaba ya esbozada en su texto y, lo que es prioritario para el terreno sobre el que reflexionamos ahora, trasladada al campo del fenómeno del turismo incipiente en aquellas fechas e ineludible en las actuales.

Las Islas Canarias han vivido este fenómeno muy de cerca, en especial desde la puesta en servicio, hace ya un siglo, de un moderno y eficaz puerto de refugio, el Puerto de La Luz y de Las Palmas, en la bella, amplia y sugestiva rada de Las Isletas, que abrió la ciudad, y con ella toda la isla, al orbe del turismo moderno, «…una colosal abertura por donde entran impetuosas las corrientes de la civilización…», como lo resaltaba González Díaz en la  obra citada. A partir de ese momento, y gracias a un influjo que aún no se ha estudiado en todas sus consecuencias, a través de diversas etapas se llegó a la realidad que hoy supone el turismo para Gran Canaria, tanto en su vertiente empresarial y económica, como en la socio-cultural  e incluso para su propia personalidad.

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