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APUNTE 06/03/2012

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Árboles de Teror
Por 
José Luis Yánez
Nadie puede hablar de la Villa Mariana de Teror soslayando el símbolo vegetal que acunó sus inicios y le dio blasón y escudo. Quizás, en pocos lugares de Canarias tenga un árbol tanta relación con los orígenes de un pueblo y esté tan en relación con sus creencias y su esencia como tal.

El Santo Pino de la aparición, como todo lo terrenal, se abatió a resultas de una tormenta el 3 de abril de 1684, Lunes de Pascua. El cura comunicó el hecho al obispado, advirtiéndole que aquellas fechas de fiesta se habían tenido en Teror «…bien amargas y con grandes lloros y sentimientos por la caída del Pino Santo de ntra. Sra.».

Tuvo presuntamente continuidad genética el centenario ejemplar y un descendiente de su estirpe llegó ya venerable en edad hasta el siglo XX. González Díaz, en su libro Pasionarias, nos describe su decrepitud:

   Monarca venerable, no abdiques tu corona;
   eres como un abuelo herido por los años,
   que envejeció sufriendo penas y desengaños,
   y a quién ni el tiempo abate ni la vejez destrona.

   No te rindas ni abdiques. No puedes abdicar;
   la tradición te alienta y te mantiene en pie;
   eres como la fuerza esencial de la fe,
   que no puede tampoco morir ni renunciar.

Como la esperanza es siempre lo último que debe perderse, algunos colocan en esta misma línea genealógica a otro pino, que crece lozano y verde en la Plaza Teresa de Bolívar, uniendo las ramas del presente perórense con las raíces de su origen más profundo.

Llegó la Villa a la centuria pasada con otro ejemplar de Pinus canariensis que en la entrada del pueblo desde Arucas saludó a nuestros antepasados y dio con su presencia nombre al barrio que se originó a su alrededor. González Díaz, Apóstol del Árbol, defensor acérrimo de reforestaciones y amante del pueblo hasta su muerte, saludó también en 1918 su venerable ancianidad cuando comenzaba ya a desmoronarse:

   Así como tiene una Patrona, Teror  tiene un Patriarca. Y el
   Patriarca es el pino añoso y venerable que se alza junto al
   puente en la entrada de la nueva carretera que conducirá a
   Arucas… poco a poco, lo han visto crecer, luego estacionarse, después
   degenerar, por último prepararse para morir.

En esta pequeña relación de tres árboles simbólicos de Teror ya desaparecidos, me encamino hacia Las Palmas por la antigua vereda que uniera las costas de la isla con las cumbres durante centurias. En las antaño despobladas y hoy pujantes tierras que rodeaban la ermita de San José del Álamo, a la vera de este camino, creció en desbordante y solitaria lozanía y tamaño una esbelta palmera que se dislumbraba desde muchos kilómetros alrededor. Este otro símbolo de Teror (recuérdese El Palmar) de exótica presencia, cimbreando al viento y doblándose a tempestades aguantó hasta que una lo desarraigó en el último tercio del pasado siglo. Y así también, y otros tantos árboles, que conformaron y siguen conformando el ideario de respeto a la naturaleza de los terorenses, a ese paraíso vegetal donde de seguro nos esperan para que sigamos disfrutando de su energía y su fuerza, y sean el símbolo más veraz de que crecemos como una comunidad civilizada y respetuosa con el mundo que la rodea.


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