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APUNTE 10/04/2012

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Teror y sus aperos de labranza
Por Gonzalo Ortega

La actividad agrícola en Teror se remonta a sus orígenes como lugar poblado. Nuestros antepasados pronto echaron mano de la agricultura y la ganadería como medios de subsistencia y, más tarde, como actividad económica mediante el trueque o la comercialización de los excedentes.

Nuestro “apunte” de hoy está dedicado a los aperos de que el campesino terorense se ha valido a lo largo del tiempo para hacer más simples y efectivas las labores agrícolas. Muchos de estos aperos eran fabricados por nuestros entrañables herreros. No es menester aclarar que la tecnificación del campo y el paulatino abandono de algunas prácticas agrícolas ─de modo especial, la cerealística─ han convertido en piezas de museo o en elementos puramente decorativos algunos de los útiles de los que vamos a hablar.

Comencemos por la labor de arar o roturar la tierra. En Teror, que sepamos, se empleó siempre el arado romano, que es un artefacto casi todo él de madera, a excepción de la reja y la telera. Las partes principales del arado son el timón ─espiga,  chaveta (lavija, clavija o pasador), chavetero, pescuños─ y la cabeza ─reja (que a veces se calzaba), telera, orejeras, dental, cama, mancera (o mano)─. Todo ello pone de manifiesto el ingenio invertido por el ser humano a la hora de su invención y ulterior perfeccionamiento. Que nos conste, el arado americano, casi todo él de hierro, no se usó en Teror. Por ello, la frase, tan nuestra, ser más más bruto que un arado americano es probable que viniera de Cuba, donde hay referencias de que se usó ─si es que aún no se sigue usando─ dicho artefacto. El agricultor de Teror también se proveía al arar de una aguijada, que servía tanto para “tocar” las vacas con el puyón de uno de los extremos, como para limpiar de “turrones” la reja mediante una pequeña pala situada en el otro.

En cuanto a los yugos empleados para enyugar o uncir las vacas o toros a la hora de arar o trillar, cabe decir lo siguiente: sus partes eran el barzón, las costillas, la mediana y las gamellas. De esta última palabra, transmutada, por analogía con el nombre del femenino camélido, en “camella”, viene la frase hecha no dejarse alguien coger la camella (‘no dejarse sojuzgar’). Mediante los mullidos frontiles y las coyundas, el yugo se amarraba a la cabeza de los dos animales, en una muestra de consideración hacia los sufridos rumiantes.

Pero, más allá de que en las coles haga sol o llueva, nos encontramos ya en la era. La trilla era una actividad agrícola fundamental ─al tiempo que ocasión excitante para expansión de la chiquillería─, pues de esa forma se le extraía el preciado grano a cereales como el trigo, la cebada, el centeno o la avena.

Los aperos más importantes usados en la trilla eran la solera (que servía tanto de timón de conexión con el yugo como de elemento delimitativo al aventar), el trillo, los bielgos, las horquetas, el cilindro, la zaranda y la cernidera.

Motivo de algarabía y de zafarrancho familiar eran también la cogida y la plantada de las papas, mediante el empleo de azadas o sachos. Había quien hablaba también de guatacas, palabra de inequívocas resonancias caribeñas. La raspadera, voz de matices plataneros, se entendía como una azada algo menor que la normal. La fucha (‘apero en forma de horquilla, provisto de un mango’) es un apero más moderno, que evita mucho el que las papas se “corten” o “piquen” al cogerlas a mano.

La siega, por su parte, tenía, y tiene, como apero imprescindible la hoz o [hóse]). Con ella se siegan la hierba, los cereales, el pasto, el monte o la rama de las papas. Para resaltar la escasa destreza de alguien, se decía entre nosotros ser más malamañado que una “hose” zurda. Claro, la “hose” zurda era incómoda para el que era derecho o diestro. Que tengamos constancia, nunca se usó en Teror la guadaña, tan empleada en la Península.

La plantación del millo se hacía con la muleta, una especie de bastón enano, con un puyón en su extremo inferior. Había también quien plantaba millo, y hasta papas, a palillo.

Otro apero muy útil era la rozadera (‘especie de pequeña hoz, provista de un mango largo, para rozar o segar zarzas y maleza en general’). No hemos visto usar la podona (una especie de rozadera con mango corto) en Teror, a diferencia de lo que ocurre en otras zonas de nuestro archipiélago.

Antes de terminar el “apunte” de hoy, queremos formular una sugerencia a quien corresponda: ¿para cuándo un museo etnográfico en Teror? Esta dependencia cultural podría formarse con aperos donados o cedidos temporalmente por los vecinos del municipio. Cada pieza estaría ilustrada con una pequeña reseña acerca de su forma, material y función, así como acompañada del nombre de su dueño o donante y de alguna fotografía. El valor sentimental y, sobre todo, la potencialidad didáctica que tendría para las nuevas generaciones una instalación así serían imponderables. Hasta la semana que viene, queridos radioyentes.

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