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APUNTE 02/04/2012

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Un mundo solidario y variopinto
Por Maribel Naranjo

Son las seis de la mañana. Desde la habitación del hospital, donde me encuentro, percibo movimiento, saludos, ajetreo: comienza el día para la inmensa mayoría del Personal Sanitario.

Desde hace mes y medio, asisto, con regularidad, al Hospital Insular para hacerle compañía a una hermana que ha sido operada y se encuentra ingresada.

Vivo esta experiencia, por primera vez, y he descubierto el mundo extraordinario de los profesionales de la Salud y del resto del personal (quienes contribuyen a que el trabajo realizado por aquellos  produzca los frutos deseados).

Todos me parecen personas de gran valía: desde los médicos que luchan para mejorar, intentar que el enfermo recobre su salud; los ATS que medican y controlan que las indicaciones recibidas se cumplan perfectamente, hasta los que con naturalidad, no exenta de delicadeza, asean al enfermo o ponen a punto la habitación.

Su talante, su buen trato ¡cómo lo agradece el paciente que llega con miedo al Centro Hospitalario por no saber qué tiene y cómo lo van a tratar! Cuando este se siente agotado por estar mucho tiempo en la misma postura o porque no resiste el dolor, aunque lo intenta, solo con tocar un timbre, ya sean las dos o las tres de la mañana, aparece una cara amable dispuesta a aliviarle o a hacerle comprender que tiene que aguantar un poco más hasta que llegue el médico, quien comprobará cómo va evolucionando y las medidas que debe tomar.

Me contaba mi hermana que en el quirófano reinaba un ambiente muy agradable. Que entre los cirujanos y sus ayudantes se gastan bromas, cantan, lo cual ayuda al paciente a relajarse. Un psicólogo, con el que estuve charlando uno de esos días, me comentaba que ese comportamiento en el quirófano es una forma de terapia para esos profesionales. Y añadía que el trabajo hospitalario produce desgaste profesional, pues se vive el sufrimiento psicológico del paciente, quien se pone en sus manos con la esperanza de volver a sentirse bien, o, al menos, conseguir más calidad de vida.

Por otro lado, me decía que tanto el enfermo como los familiares tienen, actualmente, una imagen poco cercana del médico. No entienden, o no se les ocurre pensar, que estos tienen que mantener una distancia por su propio bien y por el del paciente.

Este sicólogo visitó durante tres años la planta de oncología hablando y escuchando a niños, algunos, terminales. El dolor que sentía era muy duro y más aún cuando uno de ellos murió; sin embargo, él tenia que mantenerse sereno para infundirles ánimo, a ellos y a sus padres, especialmente a las madres que se implicaban de una forma total.

Y es que tenemos que darnos cuenta de que el  Personal Sanitario tiene sus propios problemas, que dejan atrás, cuando llegan al Centro, para volcarse en su trabajo.

Como en todas partes, habrá excepciones y podremos encontrarnos a alguno de carácter fuerte, más cerrado; pero también hay pacientes  difíciles, incordios, que ponen a prueba no solo la paciencia del profesional sino la de su vecino de habitación (tan enfermo o más que él).

Cuando bajo a desayunar, desde el noveno piso, lo hago por las escaleras: unos ciento cincuenta peldaños (pues me suelo echar fuera del plato al hacerlo fuera de casa, ya que desayuno copiosamente). En cada planta percibo un sinfín de sensaciones: familiares angustiados o esperanzados, según el diagnóstico recibido; profesionales diligentes pero, parándose, si es preciso, a hablar con un familiar para tranquilizarlo o con el enfermo que, con la mirada, le pide una palabra de esperanza.

Idas y venidas, en la planta baja, para las consultas externas; largas colas ante el mostrador en el que tienen que entregar los recipientes para la analítica y esperar su turno. Observo al personal  que les atiende amablemente, resuelve sus dudas o confirma que les falta algún dato. Además, me sorprende, que en esa cola, la gente aguarde sin exigencias ni apuros.

¿Y qué decir del Padre Sebi, como le llamamos los amigos? D.Eusebio, capellán del Hospital, que dice misa a las seis de la tarde, se va a su casa a descansar y, a las dos de la mañana, ya está de regreso para comenzar su ronda, habitación por habitación, planta por planta, dando consuelo espiritual a unos, o, simplemente confortando a otros.
Siempre con su sonrisa en los labios, nos da muestras de lo que es el amor al prójimo.

El próximo Jueves Santo se celebra el día del Amor Fraterno. Yo estoy convencida de que la solidaridad, la caridad, ese AMOR no tiene credos ni religiones: son muchas las personas, con diversas creencias o sin ellas, que se vuelcan con sus semejantes.

En este Centro lo he palpado en su cruda y, a la vez, esperanzadora realidad.

Mi reconocimiento para  todos los que forman parte de esa Gran Familia, la del Hospital Insular, que hago extensible al resto de los Centros Sanitarios.

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