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APUNTE 13/03/2012

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Mujer y Gramática
Por
Gonzalo Ortega

El colega y notable gramático Ignacio Bosque publicó en el diario El PAIS del pasado domingo, 4 de marzo, un artículo titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, suscrito además por la práctica totalidad de los restantes académicos de la Real Academia Española. Este artículo ha tenido en los días sucesivos una alborotada repercusión mediática. Como quiera que muchos de ustedes acaso no hayan tenido la oportunidad de leerlo, he pensado que sería bueno difundir, a través de las ondas de Radio Teror, su contenido, salpimentado con alguna modesta opinión de quien suscribe.

Lo primero que debemos decir es que la voz de Ignacio Bosque es una voz autorizada y competente en los asuntos del idioma. Se trata de un gramático que tiene acreditada una sólida y brillante trayectoria, tanto como docente como en lo relativo a sus investigaciones. De hecho, las últimas publicaciones gramaticales de la Academia han contado siempre con el aval de su firma.

El punto de partida del artículo de referencia son las innumerables guías de lenguaje no sexista —llamativamente ninguna de ellas elaborada por lingüistas— que se han publicado en España en los últimos tiempos, patrocinadas por sindicatos, universidades, ayuntamientos y otras instituciones. ¿Es imaginable, pongamos por caso, una guía médica no elaborada por médicos?, habría que preguntarse.

Con alguna rara excepción, la casi totalidad de esas guías no acepta el uso no marcado (más comúnmente llamado genérico) del masculino en casos como “el trabajador debe exigir sus derechos” o “el alumno deberá realizar un trabajo obligatorio”. En su lugar, esos textos recomiendan que se diga: “el trabajador y la trabajadora deben exigir sus derechos” y “el alumno y la alumna deberán realizar un trabajo obligatorio”.

Los autores de estas guías, a partir de la consideración, que prácticamente todo el mundo comparte, de que es necesario extender la igualdad social entre hombres y mujeres y lograr que la presencia de la mujer en la sociedad sea más visible, extraen una conclusión insostenible: suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita la relación entre género y sexo, de forma que serán sexistas las manifestaciones verbales que no sigan dicha directriz.

Evidentemente, ciertos usos del lenguaje pueden ser sexistas. Así, si uno dice “los directivos acudirán a la cena con sus mujeres” o “en el vehículo accidentado viajaban dos pasajeros con sus mujeres”, el resultado es un uso lingüístico claramente discriminatorio hacia la mujer. Esto no está en discusión.

Ahora bien, cuando decimos “todos los que vivimos en una gran ciudad nos sentimos algo estresados”, ¿es razonable pensar que las mujeres se sientan discriminadas e invisibles ante semejante frase? Creemos absolutamente que no. Conviene señalar que hay acuerdo general entre los lingüistas, tanto si estos son mujeres como si son hombres, en que el uso no marcado del masculino para designar los dos sexos está firmemente asentado en el sistema gramatical del español, como lo está en otras lenguas próximas a nosotros, y en que no hay razón para censurarlo.

De hecho, las mujeres escritoras, en sus composiciones literarias y periodísticas, suelen ser consecuentes con este valor no marcado del masculino. Así, si repasamos las obras de Soledad Puértolas, Rosa Montero, Maruja Torres, Elvira Lindo o Almudena Grandes, por solo hablar de ejemplos españoles, observamos que en ningún caso se siguen las directrices contra el supuesto sexismo verbal.

En determinados contextos, eso sí, puede tener sentido diferenciar lingüísticamente los dos sexos: “No tiene hermanos ni hermanas”, “en las aulas de hoy día los niños y las niñas están juntos”, etc. De otra parte, nadie considera discutible la extensión del femenino a ciertas profesiones o cargos: ingeniero/ingeniera, juez/jueza, etc. Con todo, hay preferencias personales o regionales por una de estas posibilidades, al margen del sexo de quien la emplee. Hasta un determinado momento se entendía alcaldesa como ‘mujer del alcalde’. Hoy día, por la razón evidente de que hay mujeres que ostentan dicho puesto, solo se entiende alcaldesa como ‘mujer que preside un ayuntamiento’. La sociedad ha evolucionado y la lengua se ha adaptado a los nuevos tiempos.

Por lo demás, el desdoblamiento innecesario de niños/niñas, profesores/profesoras, padres/madres, etc., atenta claramente contra el buen gusto y se convierte en algo insufrible y estomagante, aspecto en el que el profesor Bosque no insiste por cierto lo necesario. Esta es seguramente la razón por la que en literatura es casi imposible encontrar ejemplos de este tenor. Incluso escritoras que se reclaman feministas como Rosa Montero nunca ceden a esa tentación. Así pues, todo parece indicar que es en la prosa administrativa o jurídica (lengua escrita, por tanto) donde se plantea el problema. Ahora bien, si, como parece razonable, el lenguaje administrativo debe acomodarse cuanto sea posible al cotidiano y en el cotidiano nadie, ni siquiera los autores de las mencionadas guías, dice cosas como “esta noche vamos a cenar con unos amigos y amigas” o “todas las tardes recojo a los niños y a las niñas en el colegio”, entonces dejémonos de mandangas y manejos artificiosos y expresémonos con naturalidad, incluso cuando redactemos una instancia o el acta de una reunión.

En definitiva, que la lengua es una entidad autónoma que, como tal, se autorregula. Estos intentos de dirigirla artificialmente desde fuera suelen estar condenados al fracaso.

Mucho me temo -y esta es nuestra última apreciación- que el problema del machismo no se encuentre precisamente en el lenguaje. A lo mejor resulta que muchos hombres de los que, con vehemencia digna de mejor causa, abogan por la abolición del “sexismo” en el lenguaje, luego no comparten las tareas domésticas con sus compañeras o, si se tercia, hacen chistes de mal gusto que dejan en pésimo lugar la dignidad de las mujeres. Les aseguro que estos especímenes existen.

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