Leer y andar
Por Maribel Naranjo

Nada menos que el insigne Cervantes ha sido mi inspiración (el que me ha marcado la pauta de mi pincelada de hoy) cuando oí en la radio, al despertarme, una frase suya, un juego de palabras que resume parte de su gran sabiduría: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y mucho  sabe».

Los que son lectores y andariegos se sentirán identificados con Cervantes. Los que no, espero despertar en ellos, al menos, curiosidad para que cojan en sus manos un libro y den alguna caminata xon los que experimenten las sensaciones que les voy a confiar.

Leer, verte inmerso en una historia real o ficticia. Identificarte con los personajes que sufren, sienten miedo o lo hacen sentir; embarcarte con ellos en una arriesgada aventura, plantar cara a una cruda realidad o rebosar de placer recorriendo el camino que el autor te invita a compartir a través de sus páginas.

Yo he llorado (a moco tendido) con muchas novelas y he reido a carcajadas con otras. Me he indigando hasta el punto de revelarme contra algunos protagonistas malvados, siniestros, y también he querido abrazar a esos otros valientes, sinceros, la bondad personificada, ¡vaya!.

A veces, tras las primeras páginas de una novela, pienso que no me va a gustar; pero continúo leyendo y, a medida que avanzo, me engancha. Otras me atrapa desde el comienzo y, como si en ello se me fuera la vida (algo parecido dbe ser «tener el mono») busco tiempo, hago un alto en mis tareas, para leer y leer y, por favor, que no me interrumpan.

Para mí leer es una apasionante aventura.

Y andar. Salir de casa con chándal y playeras, coger la carretera de Arucas y encontrarte delante del «Pórtico de la Gloria», de ese «Paraíso perdido», en una época, y, desde hace bastantes años, encontrado para el disfrute de lugareños y foráneos: OSORIO, REDUCTO DE DORAMAS.

Entras y comienzas la andadura, flanqueado por una gran variedad e árboles y plantas, en los que predomina un verde lleno de matices, salpicado de amarillos, rojos, malvas… Esa «Ave Fénix», como la llamaos nosotros, pues es una planta que ves ajarse y, con las primeras lluvias, resurgir de sus cenizas con la mirada en el cielo y coronada de flores rojas.

Continúas y unos brazos abiertos te inducen a elegir cualquier de los senderos ¡todos son preciosos!, por los que un día eliges uno, al siguiente otro; o continúas en línea recta hasta llegar a la señorial casona.

Si decides avanzar por la parte derecha, encontrarás un  bello y fructífero vivero, y, además, la morada de las vacas, los caballos y la del autóctono cochino negro. Junto a ellos pactan las ovejas que, con sus característicos cencerros, te hacen notar su presencia.

Si tu elección es la del margen izquierdo de la casona, te deslumbrará un bonito parque, de espectacular colorido, muestra generosa y espléndida de La Madre Naturaleza. Se encuentra postrado a los pies de una singular gruta en la que «las niñas de Osorio» se sentaban a merendar, bien atendidas por sus sirvientes.

Y sigues la ruta embriagándote con el aroma a curry, a tierra húmeda… y te sientes privilegiado cunado el sol, a través de las ramas, acaricia tu piel o las gotas de lluvia salpican tu ropa.

Ese silencio que conforta tu espíritu… interrumpido, aunque de forma grata, por el concierto que te brindan los distintos tipos de pájaros, bien afinadas, bien dirigidos; o el cacareo de las gallinas conduciendo -con rapidez- a sus polluelos para seguir al majestuoso gallo que va delante ergido, sintiéndose en centro de atención.

Te cruzas con otros andariegos quienes expresan en su mirada, en su saludo sincero, el regalo que les proporciona esa bonita e inmensa parcela multicolor, generosa, fiel; siempre dispuesta a acogerte y reconfortarte.

¡Cuántas cosas más tendría que revelar de ese entrañable lugar que es Osorio…!

¡Cuántas, de tantos libros, ya sean novelas, cunetos o poemas devorados por mí…!

Mas, espero haber avivado en ti, con esta inusitada pincelada, tus dormidos deseos de leer y andar para ver y saber algo más.