Invierno lluvioso, verano abundoso
Por José Luis Yánez
Así reza el refrán.
Pero este año, las lluvias han llegado tardías. Esperemos que presten a nuestros campos la frescura y humedad necesarias para su anual renacer.
Cuando los campos terorenses eran la única despensa de sus habitantes; cuando la agricultura y la ganadería proveían de todo lo necesario para la vida, Teror se alegraba, la vida podía continuar apacible y, por ello, a inicios del verano se celebraban las anuales Fiestas del Agua, que este año se repetirán, para agradecer las aguas caídas que hacían posible el milagro renovado de las cosechas veraniegas; y, a veces, en acción de súplica para que el cielo fuera dadivoso en el líquido elemento. Estas cosechas, cuyo ritual comenzaba en estos tiempos primaverales, conformaban toda una cultura, muy imbricada en los más profundo del ser terorense.
El millo, principal alimento de los canarios durante siglos, se plantaba en primavera. En las zonas bajas de la isla desde marzo; a partir del 3 de mayo, día en que la Iglesia Católica celebra “La invención o hallazgo de la Santa Cruz”, se podía plantar ya de “mar a cumbre”. Con el millo se plantaban las judías y las calabazas de millo, los calabacines, los guisantes,…
A fines del XVIII y principios del XIX, el comisionado regio don Francisco Escolar y Serrano, en su «Estadística de las islas Canarias, 1793-1806» nos aportaba datos sobre la forma de cultivo que los agricultores de Teror seguían con respecto a las plantaciones de millo que realizaban y que pervivió durante décadas:
“…En mayo y junio siembran maíz, para recoger en septiembre y octubre; si estercolan, plantan papas y si no la siembran de legumbres (judías) que sirven de abono, y las vuelven a plantar de maíz. Muy rara vez a continuación del maíz cultivan trigo y cebada. El cultivo preferido de los agricultores de la zona es el maíz, por lo cual practican la rotación. Las labores que se les dan a las tierras de riego son: barbecho, dos aradas y asurcado, para lo que es necesario 12 yuntas; 12 peones van detrás de la yunta desturronando; 15 mujeres la plantan, y el resto de las labores como recolección, descamisado y desgranado, se ayudan mutuamente…”
Cuando el invierno había sido bueno el verano entraba con los campos terorenses cubiertos del mar verde de esta cosecha de millo que se llamaba “de postura”, y era la única que producía las piñas que se recogían en Septiembre (normalmente después del Pino), momento en el que se originaba una de las ocasiones anuales de encuentro y fiesta en las medianías isleñas: las descamisadas. La tarea sosegada, la cercanía de los grupos de muchachos y muchachas en estas juntas propiciaban los juegos de amores, las prendas, los aires de Lima y otros cantares aderezados de cuentos y picardías.
Entonces se preparaba la primera cosecha de papas, las que se plantaban de agosto a septiembre y se recogían a final de año, principiando el invierno, momento en el que se plantaba la segunda cosecha que se recogía en marzo y abril.
El otro plantío de millo era el “pajero”, sólo para comida de animales, sin producción de piñas.
Los cereales constituían la otra fuente principal de alimentación y las lluvias invernales hacían posible sus abundantes cosechas en verano. El trigo, el centeno y la cebada se sembraban en invierno, desde que caían las primeras lloviznas. Se recogían desde fines de Junio hasta principios de Agosto, dependiendo de las zonas. Entonces llegaba el momento de las trillas, en que todos los vecinos aprovechaban para renovar sus manifestaciones de alegría y fiesta. Las que reunían a mayor cantidad de personas eran las célebres trillas de la finca de Osorio, pero en todas ellas, entre cambio de yunta y descanso del calor, se paraba para beber el pizco de ron, el vino o alguna papa que se sacaba del caldero antes de tiempo. El ánimo se acaloraba, las guitarras, las bandurrias, los timples comenzaban a sonar y cuando la trilla se acababa para comer y después del descanso comenzaban los juegos, los cantos y los bailes.
El grano se llevaba luego al molino, se cernía el afrecho para los animales y se recogía la harina para el pan, que siempre era “semintegral” ya que nunca se le llegaba a quitar todo el salvado.
Pareja a esta labor cerealística, se sembraba la archita, leguminosa denominada también alverjilla común, que se utilizaba para excelente pasto del ganado.
Otra usanza ya desaparecida era la de dejar el ganado desde fines de la primavera, “haciendo las majadas” en los terrenos en que se acababa de recoger la cosecha de cereales. Servían para el estercolado de los mismos y acababan con los restos de las mieses que pudiesen quedar en los campos. Estas majadas, por lo general nocturnas, iban pasando de unas tierras a otras. Procedían de un derecho extendido en la Europa medieval, la llamada “derrota de mieses”, que era el derecho común de los habitantes de una localidad a apacentar los ganados en las tierras de propiedad privada, una vez recogido el fruto y antes de la siembra, que, aunque fue abolida por la ley de cerramientos de 1813, pervivió modificada en muchos lugares hasta mediado el pasado siglo.
El verano de los terorenses se adornaba también con otras muchas usanzas que definieron su cultura hasta hace pocos años: la llegada de la colonia de veraneantes; la limpieza de las acequias y cantoneras; las fiestas de San Bartolomé en Fontanales, las de San Juan en Arucas, las de Santiago en Gáldar o Tunte, las de San Lorenzo en el pueblo de su mismo nombre,…; la cosecha del alcacel; el arreglo de los caminos; el albeo y retejado de las casas; etc. Y todo tenía un color, un aspecto, una alegría diferente en el verano si las lluvias habían sido pródigas en el invierno, y los terorenses supimos entonces y seguimos sabiendo ahora agradecerlo con la renovación anual de nuestras fiestas del Agua a la Virgen del Pino, ya en la actualidad, por la mudanza de las costumbres, realizadas en honor del santo madrileño, patrono de agricultores, San Isidro Labrador.
¡Saludos a los radioyentes de Radio Teror!
Compartir en redes sociales