Otros pueblo, otras gentes |
Cuando salgo de mi terruño, lo que suelo hacer una o dos veces al año, siempre me invaden dos sentimientos: uno, el deseo de evadirme, durante unos días, de la vida cotidiana, de las preocupaciones; y otro, la curiosidad por saber con quiénes voy a convivir esos días y qué lugares voy a conocer.
El día veintiuno de Enero, comenzamos nuestra aventura en un viaje de Mundo Senior (IMSERSO) con destino a Salamanca. Un buen grupo de canarios nos encontramos en el aeropuerto dispuestos a partir. Entre ellos, varias parejas habían sido compañeros de viaje el pasado año en Burgos, por lo que el reencuentro nos llenó de alegría. Al resto, los saludé y nuestra miradas se cruzaron con cierta expectación y algo de complicidad por la ilusión de viajar.
Ya en Barajas, fuimos recibidos por la guía, Sofía es su nombre, que estaría con nosotros hasta el momento del regreso. Recogi-
mos las maletas y nos dirigimos a la guagua ( autobús en península) que nos trasladaría a nuestro destino. El viaje sería largo, por lo que almorzamos en ruta, en un restaurante de las afueras de Madrid.
Nuestra residencia estaba ubicada en un lugar residencial perteneciente al pueblo de Saucelle, junto a la frontera de Portugal. Llegamos de noche, lo que nos impidió contemplar debidamente la zona. Nos alojamos, con dos amigos, en una casita encantadora, amplia, muy bien equipada, a la que accedimos por unos rústicos escalones que atravesaban el jardín en el que se alzaban una frondosa palmera y un espléndido naranjero.
Al día siguiente, al abrir la puerta, recibimos un bonito regalo de la Madre Naturaleza: nos encontrábamos en un entorno idílico. Un complejo formado por hermosas casas de amplios jardines en los que abundaban naranjeros cargados de exquisitas naranjas chinas. El río Duero lo bordeaba, bañando, por un lado, las montañas de Portugal, y, por el otro, aquel pintoresco paisaje de España. Tuvimos la suerte de patearlo, de recorrer sus senderos y contemplar el Duero en su misma orilla.
Nos sentíamos a gusto y comentábamos que seguramente muchos habitantes de las grandes ciudades pasarían allí sus vacaciones huyendo de ruidos, humos y complicaciones. . . Pues casi, casi, tocábamos el cielo.
Recorrimos diversos pueblos admirando en cada uno sus paisajes y monumentos; también, sus costumbres. Quiero destacar una hermosa ermita románica a la que el fruto de la ignorancia empañó su esplendor colocando dos hileras de lámparas modernas tipo alcachofa. Una pena… pero a veces, nos encontramos esas chapuzas.
Uno de esos días, hicimos una breve caminata para subir a un monte, en Las Janas, en el que nos sorprendió un observatorio de aves que consistía en una cabaña, a través de cuyas ventanas, escondidos, esperamos la llegada de los buitres que habitan esa zona; hasta quince contó un compañero. A ese lugar, el mudalar, llevaban en una época restos de reses muertas para festín de las aves rapaces.
¿Y qué decir del día en que nevó copiosamente en San Felices de Galicia? ¡Qué gozada! Reíamos y gritábamos sacudiéndonos los copos que nos cubrían de la cabeza a los pies. Un escenario singular y siempre atractivo para nosotros los canarios.
El día que visitamos la ciudad de Salamanca, sentíamos un frío intenso; pero empezó a diluirse ante las imágenes de sus calles, el recorrido por su magnífica Catedral en la que admiramos su arquitectura, las vidrieras impregnadas de luz y color y los retazos de historia que brotaban por sus rincones. Luego, la renombrada puerta de la Universidad en busca de “la rana y la calavera”. Y La Plaza Mayor que considero una de las más bellas. Allí nos quedamos los cuatro amigos, pues nos dejaron tiempo libre, para curiosear, comprar y, sobre todo, almorzar en uno de sus restaurantes; un regalo para nuestro paladar no sólo por la comida sino por el vino con el que la regamos.
No cabe duda sobre lo instructivo e interesante que es conocer otros lugares para mejorar nuestra cultura y para valorar la obra de Dios y la inteligencia del hombre capaz de inventar, levantar monumentos de incalculable valor; tornar lo feo en hermoso y recuperar para nuestra memoria histórica tantas cosas menospreciadas, olvidadas.
Y, como siempre, cuando regresamos(sin creernos el ombligo del mundo) comprobamos que lo nuestro también es muy valioso y lo vemos desde otra perspectiva, con orgullo.
Pero, lo que más me ha impactado, lo más grato, ha sido constatar que hay mucha gente buena, sencilla, solidaria, con la que conviví y que me confirma – una vez más – que a pesar de los problemas y limitaciones que cada uno pueda tener, está dispuesta a tender la mano a quien lo necesite y sin pedir nada a cambio.
Otros pueblos, otras gentes; otra forma de enriquecer nuestra vida.
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