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APUNTE 17/12/2012

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Navidades en el Recuerdo
Por
Maribel Naranjo                                                                                                                               

                                                                   

Se acerca La Navidad, y, como cada año, se hacen presentes, en mis recuerdos, aquellas entrañables Navidades de mi infancia y adolescencia.

Cuando finalizaba el mes de Noviembre, muchos niños esperábamos, anhelantes, la llamada de la gran protagonista de la Navidad en Teror, doña Pino Álvarez, a la que todos los que la conocíamos y tratábamos, llamábamos, cariñosamente, Pinito Álvarez.

Pinito Álvarez nació en Teror en 1898, en la casa , que habitó hasta el fin de sus días, donde, actualmente, están ubicados los Servicios Sociales. Nació con espíritu musical, lo que pudimos apreciar a lo largo de toda su vida.

Mucha gente, no sólo de Teror pues también lo hacían desde Las Palmas de G. C., acudíamos a la Basílica a oírla cantar. Nos preguntábamos cómo de aquella figura menuda, aparentemente frágil, podía surgir una voz tan nítida y bella y con impresionantes agudos. Las preces en la novena del Pino. El Bendita sea tu Pureza o EL Adiós, Madre, que interpretaba, de forma magistral, en el mes de Mayo; este último también la noche de la procesión de La Soledad, en el momento en que La Virgen , ya de regreso, se encontraba en el umbral de la iglesia. ¡Cuánta emoción incontenible y cuánta admiración nos invadía escuchándola! Con 88 años, la recordamos, el VIERNES Santo, cubierta su cabeza con una mantilla, ofreciendo a la Virgen su don más preciado: su voz.

Cuando se acercaba la Navidad, perdía el control: buscando niños con buenas voces, niños que recitaran bien, recopilando villancicos, movilizando a sus hermanas para retocar el vestuario de los angelitos y hacer de nuevo las alas, si era necesario; indicando la vestimenta que llevarían los pastores…

Nos reunía, los primeros días de Diciembre, en la parte baja de la casa, para acordar el horario de los ensayos. ¡Con qué alegría e ilusión íbamos todas las tardes  a ensayar! Recuerdo a una niña que tenía tanto interés en salir de pastorcita, que, año tras año, le llevaba a Pinito una gallina para que contara con ella. Algunos cuentan que , al salir de la escuela, iban a ensayar y, además, que los últimos días lo hacían en el salón parroquial; al que acudía Cándida Ortega, hija de Candidito, a petición de Pinito Álvarez, para que supervisara la escenificación.

¡Cuántos villancicos hermosos, admirables, resonaron, durante muchos años, en la Basílica del Pino: Yo soy Vicentillo; Un prodigio, pastores; Antón; Yo, pobre gitanilla; Alegría, alegría; No llores, Infante; Josepe y Rebeca… y muchos más. Octavio aún tiene en su memoria uno de los poemas que representó y cada año, cuando ya tiene montado el Belén en casa, lo recita con frecuencia. Así comienza: “Aquella luz misteriosa que allá, a lo lejos, vislumbro, seguramente será la del Redentor del mundo”… Para el ángel anunciador había, que yo recuerde, dos especiales: El Gloria, gloria (con algunos agudos difíciles de alcanzar y que suplía Pinito  Álvarez escondida detrás de nosotras) y Silencio, pasito. También se entonaban villancicos, muy cortos, que aludían a los presentes que los pastorcillos ofrecían al Niño Dios. Entre ellos: Esta rica mantequilla, Estas dos palomas blancas.

El  24  era tanta la emoción y los nervios que  nos mantenían todo el día inquietos, con desasosiego. Una hora antes de la misa del Gallo, que se celebraba a las 12 de la noche, ya estaba la iglesia rebosando de gente. Y nosotros, en la antigua sacristía, vistiéndonos y tomando café con galletas para que nos mantuviéramos despiertos, pues la misa era larga.(Algunos angelitos daban alguna que otra cabezada y los espabilábamos con un codazo mientras aguantábamos la risa. “LOS ANGELITOS NO PODíAMOS  REÍR”).

En la Misa Pastoril, preciosa misa, cantaba un grupo de mayores, a cuatro voces bien diferenciadas: por parte de los hombres, barítonos y tenores; y en cuanto a las mujeres, contraltos y sopranos. Por supuesto,  destacaba,  entre ellas,  el solo de Pinito Álvarez elevándolo a las Alturas.

Y llega el momento de nuestra actuación:

Comenzaba el ángel anunciador, anunciando el Nacimiento del Niño Dios. Lo hacía desde el ventanal del altar mayor al que accedía por una pequeña escalera. A continuación, el coro de ángeles entonaba una melodía y comenzaban a salir los pastores y las pastoras con sus ofrendas. Los solistas entonaban sus villancicos, siempre acompañados por todos los pastores, que formaban el coro. Otros, recitaban poemas,  solos o a dúo. No nos limitábamos a recitar o cantar: era una representación teatral con importantes actuaciones. La parte musical estaba acompañada, con el armonio, por otro privilegiado para la música, autodidacta de oído exquisito: su hijo Tono Peña.

A veces, vivimos momentos de apuro y de risas al mismo tiempo. Como cuando a un pastorcillo le orinó encima el corderito que llevaba sobre los hombros. O cuando varias amigas, ya galletoncillas, nos empeñamos en actuar y, al darnos cuenta de que el resto eran mucho más pequeños que nosotras, nos sentimos fuera de lugar y empezamos a reírnos ( con el consiguiente rapapolvo de Don Antonio Socorro quien nos puso, en dos segundos, más rectas que una vela… y salimos a cantar.)

Dª Pino sembró una ilusión que afloraba, cada año, a principios de diciembre; y culminaba en la Nochebuena.

En nuestra mente y en nuestro corazón quedaron grabados, para siempre, esa época entrañable que debemos, sin duda alguna, a Pinito Álvarez; la cual  logró que esa Noche se convirtiera en una hermosa tradición. Esa tradición se diluyó con el tiempo. Hoy continúa celebrándose, aunque de otra forma.

Yo he querido, con mi aportación, hacer recordar a los que lo vivieron ( quienes seguro que tendrán otras anécdotas valiosas) aquellos días dichosos. Y a los que no lo conocieron, mostrarles  la Navidad de antaño.

Pinito Álvarez, Dª Pino, nos dejó de la misma forma que vivió: con la serenidad y sencillez que la caracterizó. Paseaba del brazo de su hermana Cándida, a quien fue a visitar, por la galería de la casa. De pronto, se llevó la mano al pecho y exclamó: ¡ Ay, Virgen del Pino!  Y expiró. Seguro que en el Cielo hicieron cola para que les obsequiara con su maravilloso don.

Yo no puedo cantarle el Adiós, Madre, como ella merece; pero sí le doy las gracias por el regalo de su voz y por tantas inolvidables Nochebuenas.

Gracias, Pinito, gracias.

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