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APUNTE 5/11/2012

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Dos Juanes en su segundo tiempo
Por
Maribel Naranjo                                                                                                                              

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En las pasadas fiestas del Pino, se rindió homenaje, merecido homenaje, a seis empresarios que, con su esfuerzo, entrega y arrojo, contribuyeron a mejorar no solo la economía de nuestro pueblo, sino, además, su prestigio.

Hoy quiero yo rendir homenaje a dos personas, dos empleados con categoría y larga trayectoria en sus respectivos trabajos: a Juan Navarro y a Juan Antonio Suárez.
Homenaje que hago extensivo a un gran número de trabajadores, de empleados, quienes, con su dedicación, responsabilidad y sacrificio, han hecho posible que las empresas, la vida cotidiana de este pueblo hayan funcionado ( hablo de los jubilados) y  continúan haciéndolo  los que se encuentran en activo. Todo ese colectivo lo forman los autónomos, chóferes de guaguas,  limpiadoras, taxistas, funcionarios de cualquiera de los estamentos, agricultores, peones, albañiles, etc,etc. Los cuales, en su inmensa mayoría, han pasado desapercibidos, relegados al anonimato; no los valoramos en su justa medida.

No obstante, los protagonistas de mi apunte  van a ser Juan Navarro y Juan Antonio Suárez .

Para hablar del papel que han desempeñado en sus respectivos trabajos, he contado, entre otros, con la opinión de sus jefes y compañeros. A los que agradezco su colaboración.

Juan Navarro comenzó a dar sus primeros pasos, como empleado, a los doce años, en la farmacia regentada por D. Gustavo Rivero.

Juan Antonio lo hacía a los quince, en la de D. Daniel Torrent,
conocida por la farmacia de Antoñito Peña, “Peñita”.

Ambos se iniciaron realizando sencillas tareas. Entre ellas, ir a recoger la mercancía a los piratas.

En esa época, los dos vivieron momentos curiosos, anecdóticos:
Juan Antonio compaginaba las tareas,  marcadas por Antoñito Peña,  con el trabajo que tenia que llevar a cabo en el comercio de su padre. Pero él se llevaba a la tienda los libros en los que debía anotar las recetas, pues su vocación no se inclinaba hacia el camino trazado por su progenitor. De hecho, al  regresar del cuartel, comunicó a su padre que se iba a trabajar a la farmacia.

A su vez, Juan Navarro, ese niño de doce años, fue partícipe de dos anécdotas dignas de mención: Octavio, que fue su compañero en esa época, sufría a causa de los sabañones que mortificaban sus dedos. Por lo que pidió a Juan que tuviera preparada una toalla para atajar el fuego que iba a prender, con alcohol, sobre sus manos. Así lo hizo.(Me imagino al Juan niño asustado e impresionado). Y otra, tuvo lugar el día que D. Gustavo puso una inyección a un amigo suyo al que dejó con el culo al aire y la aguja clavada, un buen rato, mientras él se iba de paseo. Para empezar, se lo pintaron suave a Juan ¿no? Actualmente, lo recuerdan y se ríen.

Se puede afirmar que ambos trabajaron toda su vida en la farmacia: más de cincuenta años, uno; y más de cuarenta, el otro.

Juan Navarro tuvo como jefes a D. Gustavo, D. Alberto y Dª Cris-
tina; esta última hasta el día de su jubilación. Asimismo, Juan An-
tonio trabajó con Antoñito Peña, D. Bernardo Torrent y D.Manuel Ortega con el que estuvo hasta que se jubiló.

De Juan Navarro cabe destacar su impresionante capacidad de trabajo, su gran responsabilidad. Él no miraba ni la hora de entrada ni la de salida. Siempre dispuesto a ayudar. Fue un gran apoyo para Dª Cristina cuando se hizo cargo de la farmacia. Lo tenía a su lado para cualquier duda. Si quería comprobar algún vale atrasado, bastaba con decirle a Juan la fecha de entrada del medicamento y, al momento, le daba el vale en cuestión.

También fue de gran ayuda para los compañeros novatos y los alumnos en prácticas  que por allí pasaban. Les enseñaba a ser pacientes con la gente, a ordenar las medicinas, a revisar los pedidos. Era tan meticuloso que, si no estaba conforme con lo que había hecho, volvía a revisarlo. Así se sentía feliz.

Uno de sus compañeros decía de Juan que era “un libro abierto”.

Tenía muchas “fans”, especialmente entre las señoras mayores, las cuales solo querían que las atendiera Juanito ( cuando lo llamaban Juanito, se iba hasta el almacén rezongando: “ Juanito está en el colegio”. Sus compañeros se reían mucho con esa ocurrencia)

Dña. Cristina asegura que es un ejemplo a seguir como persona y como empleado.

Juan Antonio era tan conocido, tan querido y con tanta experiencia, que la gente confiaba mucho en él. Con gran naturali-
dad decíamos “voy a la farmacia de Juan Antonio”. Y aún se la denomina así e, incluso, por teléfono, preguntan: ¿ es la farmacia de Juan Antonio?.

Todos los que tenemos cierta edad, llevamos impresa su imagen dentro de la farmacia o asomado a la puerta con su bata blanca. Le gustaba llegar el primero y abrir las puertas. Tanto tiempo pasaba en ella, que Paqui, entonces su novia, si quería verlo algún domingo, se acercaba allí a visitarlo.

Además de dispensar medicamentos y preparar recetas, ejercía de practicante. Creo que puso inyecciones a medio pueblo. Recuerdo estar en el colegio, sentirme fatal a causa de un lumbago e ir, directamente, a Juan Antonio para que me pusiera una inyección. Le apasionaba el oficio de practicante. A veces llegaba cualquier persona de Teror, o turistas, con una herida y él los curaba encantado. Incluso se sintió orgulloso el día en que uno de los soldados, de los que desfilaban en la procesión del día del Pino, se hirió con la bayoneta y él le hizo una cura.

Con el tema de los extranjeros delegaba en otro compañero, pues el inglés no se le daba muy bien. Aunque lo de indicarles el “tolete” ( la toillete ) lo hacía como el que más. La anécdota simpá-tica surgió el día en que su compañero atendía a unos extranjeros y, al preguntarles cuántas unidades querían, les respondieron one, a lo que el empleado repitió ¿one?  Y juan Antonio, desde dentro, gritaba “¿qué?”. Y así  tres veces hasta que, cansado ya,  se puso con los brazos en jarra delante y le dijo: “¿ Qué quieres?”

Sus dos grandes aficiones eran el fútbol y la política. Por lo que, a veces, se reunían algunos contertulios, en el banco de la entrada, y discutían según sus puntos de vista.

El médico D. Fernando Baez y Juan Antonio mantenían una entrañable relación. Era tal la confianza que D. Fernando depositaba en él, que lo llamaba – con frecuencia- para todo tipo de consultas: sobre medicamentos, teléfonos de pacientes e, incluso, para alguna broma.

Yo creo que todos los que hemos tenido alguna relación con ellos, les profesamos un gran cariño; pues nos atendían gustosamente, con deferencia; y eso no se olvida.

Juan Navarro y Juan Antonio, dos vidas paralelas, con caracteres diferentes: uno, más serio; el otro, más abierto. Sin duda, vidas cargadas de recuerdos (unos buenos y otros más negativos). Pero, sobre todo, vidas enriquecidas por el respeto y el prestigio que supieron ganarse en su larga trayectoria profesional.

Hoy son  dos protagonistas a los que deseamos que ese Segundo Tiempo lo ganen por goleada. Chapeau para los dos Juanes.

Y quiero concluir, poniendo el acento en el binomio empresario-empleado, ya que en estos momentos de crisis, con tanta gente en paro y tantas empresas en precario o desaparecidas, se necesitan urgentemente. Son imprescindibles la generosidad del empresario y la lealtad y profesionalidad del empleado, para que formen una piña y contribuyan a que ese futuro próspero , que todos anhelamos, no sea una utopía sino una inmediata realidad.

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