Entre dos playas |
Me apetece comenzar el retorno a las ondas con un Apunte refrescante. Y nada mejor que compartir con ustedes los momentos vividos este verano entre dos playas, Agaete y Las Canteras, que me han confortado, que han llenado mi alma de sosiego y energía a la vez.
Dos playas de contrastes, con paisajes diferentes, y, sin embargo, cada una, con sus características, han hecho posible que, dentro de mí, haya resurgido ese binomio de ilusión y de empuje que conforman mi personalidad.
Agaete, mar en calma de aguas cristalinas, especialmente salobres; frías casi siempre, hasta el punto de creer mientras entro, poco a poco, que hasta los malos pensamientos desaparecerán en ellas. Pero una vez dentro ¡ qué sensación más gratificante! ¡Cómo ad-miro su fondo y sus peces siempre prestos a saludarnos!
¡Qué ilusión ver a los niños trepando por las rocas o pescando con el “jamo” y pidiendo pan para poder atraparlos! ( Aunque luego, una vez disfrutados contemplando sus movimientos dentro del balde en que los meten, los devuelven al mar) Una historia entra-
ñable que se repite cada verano. Desde que los hijos de los amigos, ahora adolescentes y adultos, la protagonizaban hasta la actualidad en la que mis nietos y otros niños de su edad la hacen revivir.
¡Cuántos buenos ratos charlando con los amigos o “chismiando”, como dice, con mucha gracia, uno de ellos! Amigos que formamos una Peña año tras año … O, sencillamente, tumbarme al sol y dejar que sus rayos me acaricien, me envuelvan para atraparme con su magia. O quedarme extasiada admirando la sombra que las montañas proyectan sobre el mar.
Y es que el agua y el sol de Agaete son algo especial. Hasta el viento, en la playa, se agradece… Su paisaje te atrapa. Y si contemplas sus puestas de sol, entras en otra dimensión, pierdes la noción del tiempo; te seducen, te enamoran.
Todos los que hayan vivido esto, seguro que están asintiendo con la cabeza y evocando su estancia en ese irresistible marco.
Y Las Canteras. Este verano ha sido una bendición no solo para los habitantes de la capital sino para cuantas personas han querido acercarse a ella ya a pasear, ya a darse un baño o a adormecerse sobre su arena dorada y cálida.
Una playa preciosa, inmensa: un Tesoro dentro de la ciudad.
Los días de marea baja, recorro la playa, desde el Auditorio a La Puntilla, chapoteando por su orilla; sintiendo el placer de las olas que cubren mis plantas y henchido el corazón por el privilegio de poder disfrutarla.
Contemplar esos tramos en los que las rocas se acercan a la pared de la avenida para contarle sus más íntimos secretos. Tener la Barra al alcance de la mano. Admirar las piscinas que se forman entre rocas para el disfrute de muchos bañistas o los bancos de peces de diversos colores y tamaños. Y esos baños, en la zona de La Puntilla, para regresar fresquita al lugar ideal, que para mí es delante del Reina Isabel, y una vez allí tenderme, cerrar los ojos y mecerme saboreando las olas que rompen suavemente. Y mirar al horizonte para contemplar el Teide, magnífico sobre nuestras aguas.
¿Y el espectáculo que ese mar nos ofrece los días de marea alta?¡Sensacional! Aunque te prive de la caminata por determinados trechos, pues el mar quiere asomarse a la avenida para saciar su curiosidad.¡ Qué fuerza y qué belleza en esas olas que se elevan y bajan atronadoras, rugiendo y arrollando todos los enseres que, por descuido o confianza, quedan a su alcance.
Entre el azul y el blanco ese mar nos brinda un lienzo digno del mejor pintor.
Nuestra madre naturaleza nos ofrece estos magníficos regalos. De nosotros depende que lo sean indefinidamente.
Ya se acaban mis paseos por las playas… Pero yo cuento con OSORIO que va a compensar, con creces, todo lo que me han aportado los dos refrescantes paisajes de mi veraneo.
Y acabo, invitándoles a que abran las ventanas de su alma, de su corazón a tantas cosas buenas que nos rodean y nos ayudan a vivir con intensidad, con optimismo, el camino que la vida nos ha trazado.
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