El regidor Romero Ceballos y la vacuna de la viruela de 1804
Por José Luis Yánez
El 10 de diciembre de 1803 llegaba a la bahía de Santa Cruz de Tenerife la corbeta de doscientas toneladas “María Pita” que había zarpado del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de aquel mismo año. El barco venía cargado con lienzo para vacunaciones, 2.000 pares de vidrios para mantener el fluido de viruela de vacas, barómetros, termómetros y 500 ejemplares de la traducción de la obra “Traité Historique el practique de la vaccine”: todo los recursos humanos y de intendencia que harían posible la campaña de vacunación contra la viruela en los territorios del imperio español
Esta expedición era la consecuencia de los estudios sobre esta enfermedad, realizados por el médico inglés Edward Jenner (1749 – 1823) que en su práctica diaria en la localidad de Berkeley, Gloucestershire, advirtió que las personas que por su contacto con ganado vacuno habían contraído la viruela de estos animales demostraban después una inmunidad a la viruela padecida por los seres humanos y que a fines del siglo XVIII era una de las principales pandemias de la humanidad.
El método de la inoculación se practicaba desde siglos en el Lejano y Medio Oriente y se conoció en Europa gracias a lady Mary Wortley Montagu, hija del primer Duque de Kingston (1689-1762) y esposa del embajador inglés en Turquía. En una carta suya afirmaba: “… la viruela, tan mortal y habitual entre nosotros está aquí casi erradicada ….hay un equipo de ancianas que cada otoño en el mes de septiembre cuando el calor remite se dedican a preguntar en qué familia ha habido viruela …las ancianas vienen con una nuez llena de viruela y …ponen una pequeña cantidad de viruela …..estoy tan segura del experimento, desde que lo probé con mi hijo pequeño. Soy lo suficientemente patriota como para traer esta útil invención a Inglaterra”.(1)
Su teoría interesó en tal medida a la princesa de Gales, que hizo lo mismo con sus dos hijas, y dirigió experimentos con presos y huérfanos. El éxito obtenido en todos los casos no fue suficiente para evitarle la oposición de la Iglesia y de la clase médica que siguió desconfiando del método. No obstante, Jenner sí le prestó atención y comenzó a realizar experimentos que durarán veinte años, hasta que en mayo de 1796 tratando de demostrar su teoría extrajo pus de la mano de Sarah Nelmes, una lechera que se había contagiado de la viruela de su vaca, e inoculó al niño James Phipps. Éste desarrolló una insignificante enfermedad sin la menor complicación, por lo que el 1 de julio del mismo año, se le inoculó de la viruela mediante pequeñas incisiones en la piel, sin que el niño llegase a enfermar. Así se llevó a cabo la primera experiencia médica en el campo de la vacunación. Posteriormente, se descubriría que la vacuna se podía transferir entre seres humanos sin perder estas cualidades inmunizadoras.
Todas sus teorías y las conclusiones de su trabajo fueron divulgadas por el mismo Jenner, que en primer momento continuó sin recibir el apoyo de los científicos ni del clero de su propio país. El que apareció en toda Europa como su defensor fue el francés Jacques-Louis Moreau de la Sarthe, autor del libro “Traité Historique el practique de la vaccine”, al que ya hemos hecho referencia y que en marzo de 1803 sería traducida al castellano por Francisco Xavier de Balmis i Berenguer, nacido en Alicante en 1753 y cirujano honorario de cámara del rey Carlos IV (2). Este monarca, para dar ejemplo, el mismo año ordenó inocular a sus hijos y, demostrando una visión muy superior a otros gobernantes de su época, puso en sus manos la organización de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna a América y Filipinas, que pretendía erradicar la viruela de todos los dominios de la Corona española. (¿)
Para ello se publicó en la Gaceta de Madrid la siguiente Real Orden: “Deseando el rey ocurrir a los estragos que causan en sus dominios de Indias las epidemias frecuentes de viruelas, y proporcionar a aquellos sus amados vasallos los auxilios que dicta la humanidad y el bien de estado, se ha servido resolver que se propague a ambas Américas, y si fuera posible a Filipinas, el precioso descubrimiento de la vacuna, acreditado como un preservativo de las viruelas naturales”. Asimismo ordenó también asistir a los gastos de la Real Expedición de las arcas públicas por medio de un edicto encaminado a que los funcionarios y autoridades del clero de los territorios españoles apoyaran a Balmis en los propósitos de la misma.
Le acompañaban los ayudantes Dr. José Salvany y Lleoparte, Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez y Robledo, los cirujanos Rafael Lozano Pérez y Francisco Pastor Balmis, los enfermeros Basilio Bolaños, Ángel Crespo y Pedro Ortega, y una única mujer, Isabel Sendales, rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña., cuya misión radicaba en atender a los niños y estar alerta para que no se rascaran las heridas ya que el virus se mantenía vivo pasándolo de niño a niño siguiendo la técnica “brazo a brazo” de Jenner. Para una correcta conservación del virus, Balmis había decidido trasladarlo en el organismo de 22 niños sanos, que fueron elegidos entre los pertenecientes al Colegio de Expósitos de la ciudad de la que partiría la expedición. Los niños irían siendo inoculados sucesivamente con el virus extraído de las pústulas de los vacunados la semana anterior. Transportaban asimismo una carga de linfa de vacuna guardada entre placas de vidrio.(3)
La expedición partió de la Coruña el 30 de noviembre de 1803 y su primera escala se produjo diez días más tarde en el puerto y villa de Santa Cruz de Tenerife. El obispo de entonces, don Manuel Verdugo, apoyó totalmente el proceso de vacunación de la población canaria, con lo que las reticencias que existían fueron fácilmente superadas. Para ayudar en la difusión y facilitar la ejecución de la vacuna, se publicó una “Breve instrucción para los que se dedican a vacunar en los campos, donde no hay profesor revalidado”, que comenzaba con la aclaración de que “Vacunar es la accion de aplicar la materia, ó flúido vacuno a la persona tierna ó adulta que se quiere precaver de las viruelas…” (4)
Entre las personas que más empeño pusieron en que la expedición cumpliera los objetivos marcados fue el regidor de Gran Canaria, don Isidoro Romero y Ceballos, autor de un diario sobre los sucesos importantes ocurridos en las islas en la segunda mitad del siglo XVII y principios del XIX, y que en el caso que nos ocupa interesa para comprobar los pasos que en aquellos momentos se daba en nuestra tierra, adelándonos en años y en visión de futuro al resto de casi toda España.
Don Isidoro Romero nació en Caracas en 1751 y, después de muchos avatares familiares y “habilitado ya en la facultad de Leyes” regresó en 1772 desde la península a Gran Canaria para ocuparse de regir sus propiedades, de las que había quedado por mor de esos avatares, como único heredero. Casó con doña Josefa Magdalena Estrada Sánchez, y tuvo once hijos, de los que le sobrevivieron siete. Todos ellos fueron inoculados por su padre sucesivamente y contra la opinión de todos a lo largo del siglo XVIII.
Su famoso “Diario” comienza a recoger datos contemporáneos desde 1780, aunque aparecen los “sucesos ocurridos en Canaria” de años anteriores. Y gracias al mismo podemos comprobar que con respecto al tema que nos ocupa, don Isidoro Romero fue un hombre de mentalidad avanzada, y que acertó a comprender el proceso de inmunización mucho antes que la Expedición de Balmis arribara a las islas.
Y gracias al diario sabemos por ejemplo que, después de 21 años sin padecer el ataque de la viruela, en el mes de agosto de 1780 quedó la ciudad contagiada de este mal por dos hombres procedentes de Tenerife, y, aunque en el mismo diario se aclara que “no fueron virgüelas, sino chinas…” lo verdaderamente interesante fue la determinación que tomó don Isidoro. Comenzó la inoculación en personas sanas, de otros seres humanos que habían padecido la enfermedad, el método llamado variolización, aunque tal como él mismo aclara, su propuesta tuvo “antes de empezarse a ejecutar un partido muy contrario en esta ciudad, que hablaba de ella como de un proyecto contrario a las máximas de la religión y de la humanidad…”
No obstante, convencidos por la mejoría que se observaba en muchos casos, más de 150 personas consintieron en inocularse de otros enfermos, de las que sólo fallecieron dos niños de pecho. Nos imaginamos que el consentimiento obtenido para ello se basaría en el prestigio que Romero tenía en la sociedad isleña, y de ello resultó que ésta “fue la primera vez que en Canaria se practicó semejante proyecto, siendo yo uno de los que lo practiqué con bastante felicidad, gracias a Dios y a la intercesión de Nuestra Señora del Pino…”.(5)
Con un espíritu científico extraño en esta época en las Canarias, anotó don Isidoro cada una de las fases que observaba, los días en que comenzaban las pústulas, cuanto tiempo tardaban en comenzar a mostrar calenturas o cuando se caían las caspas o debían colocarse los parches. Y tuvo ocasión nuevamente de demostrar lo útil que le eran sus anotaciones siete años más tarde, en 1787, cuando, aparecidos unos casos en las cuevas del Castillo de Mata los utilizó, bajo su propia responsabilidad para inocular y proteger a tres de sus hijos.
Junto a esta preclara y científica clarividencia nos ofrece también remedios de otra época pero que saliendo de donde salieron tienen el atractivo de significar en nuestra tierra un intento de liberarse de este mal: “Se olvidó prevenir que para lavar los ojos de los virgüelientos se hace un cocimiento de linasa, sevada blanca, asafrán de la tierra y malvao; y para gárgaras otro de lantén, cabesas de rosas y sevada, y para suavizar la garganta lamedor de moras; y para precaver el que salgan por dentro de ella se pone desde la 3ª calentura, quando quieren empezar a pintar, un poco de asafrán de fuera por devajo de la varva, en el gañote, que toque a la carne, sugetándolo con un listón ancho de lienzo”. (6)
Por lo visto, es lógico que, cuando en 1804 llegó la Real Expedición a las islas, fuese don Isidoro un entusiasta propagador de la misma y dejase constancia exactta de lo que aconteció:
“ Y aviéndose savido en Canaria, inmediatamente escogió el Ayuntamiento siete niños, nombró un sirujano y practicante y al esscribano mayor de Ayuntamiento, y fletó barco para que fuesen a dicho puerto y trajesen a Canaria la materia para su propagación. Hasta el puerto acompañó a los niños una diputación de la Ciudad, uno de los quales individupos fui yo, y el señor corregidor…” (7)
La Real Expedición continuó su andadura y el 9 de febrero de 1804 llegó a Puerto Rico, continuando luego por toda Sudamérica, para luego pasar a Filipinas y Macao. Con su llegada al puerto de Lisboa el 4 de agosto de 1806, se dio por concluida. Jenner se refirió a ella el mismo año en los términos siguientes “No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como éste”.
Probablemente fue en Teror por su relación con la Villa, y en toda la isla, el mismo Romero el encargado de difundir las excelencias de la vacunación y superar con su propia experiencia los lógicos escollos que esta tarea tuvo que encontrar en la sociedad canaria de comienzos del XIX.
Por ello, debe quedar un recuerdo perenne de la historia de la lucha contra esta cruel enfermedad y la aplicación de la variolización como forma de prevenirse contra ella en nuestra isla, y la figura de don Isidoro Romero aparece en este evento como una persona de mente preclara que, gracias a su avanzado entendimiento, colocó a Gran Canaria en un lugar destacado en la pequeña historia de la medicina y de la superación de muchas trabas, que facilitaron el comenzar a erradicar esta maligna enfermedad.
Isidoro Romero y Ceballos falleció en 1816. Su mansión terorense situada en la Plaza de Nª Sª del Pino, que aún se mantiene en pie (propiedad en la actualidad de don Virgilio Navarro) fue hogar de sus herederos hasta que, por distintos motivos, su nieto, el pretendiente a poeta don Pablo Romero y Palomino abandonara la mariana Villa para asentarse en tierras de Valleseco; y al que otra ilustre poetisa popular de la Gran Canaria decimonónica, doña Agustina González y Romero, también retoño del fecundo árbol genealógico del Bachiller, dedicara muchas de sus puyas satíricas por mor de herencias, capellanías y malos tratos. No sería mala cosa recordar la figura de este adelantado a su tiempo perpetuando su presencia en esta noble mansión, que si es cosa de merecer, don Isidoro Romero lo merece como el primero.
CITAS
1.-WORTLEY MONTAGU, LADY MARY: “Cartas desde Estambul”, 1ª ed., Ed. Casiopea, Colección Ceiba. Barcelona, 1998.
2.- BALMIS, F. J. : “Prólogo y traducción castellana del Tratado histórico y práctico de la vacuna, de J. L. Moreau (1803). Ediciones Alfons el Magnánim. Institució Valenciana d’Estudis e Investigació. Institut d’Estudis Juan Gil-Albert, Valencia, 1987
3.- NÁJERA, RAFAEL: “Dos momentos de la historia de la viruela”, en “La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Doscientos años de lucha contra la viruela”. Bibnlioteca de Historia de América. C. S. I. C., Madrid, 2004.
4.- ARCHIVO PARROQUIAL DE TEROR: Carpeta de documentos varios.
5.- ROMERO Y CEBALLOS, ISIDORO: Diario Cronológico histórico de los sucesos elementales, políticos e históricos de esta isla de Gran Canaria(1780-1814), Transcripción y estudio preliminar de Vicente J. Suárez Grimón, Tomo I, p. 217, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2002.
6.- Op. Cit. Tomo I, p. 217.
7.- Op. Cit. Tomo II, p. 91.
Compartir en redes sociales