Sin categoría

APUNTE 04/10/2012

el_apunte_cabecera

Iconoclastia. No pasa nada
Por
Cristobal Peñate                                                                                                                               

                                                                   cristobal_apunte

Cuando uno viaja mucho en avión suele perder la conexión con la realidad. Cuando uno pasa mucho de su tiempo surcando el cielo, interviniendo en la sede de la ONU para reivindicar Gibraltar o yendo a Polonia para ver jugar a la selección española de fútbol en la Eurocopa mientras tu país arde como la Roma de Nerón, puede llegar a creerse un semidiós y pensar que su reino no es de este mundo.

Cuando Rajoy nos mira desde el avión presidencial mientras degusta un buen Rioja (¡viva el vino!) acompañado de jamón pata negra, es fácil que pierda el tino, que no sepa distinguir entre cómo le va a él y cómo al resto de los españoles. En ese caso la distancia entre el cielo y el suelo es sideral e insultante.

Cuando el presidente del Gobierno de España (¡viva España!) se da un garbeo por las calles de Nueva York rodeado de pelotas, meapilas y tiralevitas, es muy sencillo perder el norte y hasta el sur. Es fácil creerse el rey del mambo, sobre todo si vas acompañado de aduladores y guardaespaldas que te hacen creer que eres un tipo importante cuando se pelean por encenderte un habano carísimo prendiendo antes un billete de 500 euros.

A tantos miles de kilómetros de Madrid, alejado y ajeno a la ebullición política, económica y social de tu país, a un gobernante se le pueden ocurrir mil tonterías y dislates, pero ninguno tan imperdonable como, ausente de la realidad, tratar de ningunear a sus compatriotas cabreados, airados e indignados que se manifiestan para protestar por los severos recortes y las injustas medidas que les empobrecerán aún más en los próximos años.

Si Rajoy fuera un presidente sensato y digno debería bajarse del pedestal al que muchos ciudadanos lo subieron en la creencia religiosa de que iba a ser el salvador de la tribu, en una suerte de acto de fe que lo convertía en un salvapatrias casual y oportunista después de que la gente decidiera apostar por uno de los malos conocidos antes que por uno bueno por conocer.

En la otra parte del mundo Rajoy minimizó las manifestaciones contra su gobierno mentiroso e incongruente e infravaloró a su pueblo, a su gente, a sus conciudadanos. No se dirigió a los compatriotas indignados, cargados de toda razón, sino a los que se  quedaron en su casa, como si esos no estuvieran tan cabreados como los manifestantes callejeros. Hoy día uno puede canalizar la ira en la Puerta del Sol o en el salón de su casa a través del ordenador.

Rajoy habló despectivamente de los indignados como si la mayoría silenciosa, como él denomina, no estuviera igualmente harta. Tenemos un presidente ciego, sordo y mudo, como los monos de su reivindicada Gibraltar. Ni siquiera ser un reputado registrador de la propiedad te exime de ser un buen simplón.

Compartir en redes sociales