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APUNTE 03/07/2012

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Selectividad
Por Gonzalo Ortega
                                                                   gonzalo_ortega

Hace apenas un par de semanas tuvieron lugar en nuestra Comunidad Autónoma los exámenes de Selectividad, eufemísticamente denominados Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU). En el Distrito Universitario de Canarias, que abarca las dos universidades, se presentaron en esta convocatoria de junio alrededor de ocho mil quinientos alumnos, cada uno con su mochila de ilusiones a la espalda. La ocasión me parece buena para poner sobre el tapete unas cuantas consideraciones sobre tan trascendente asunto.

Es de sobra sabido que, en tan crucial coyuntura académica, las familias suelen implicarse con cierta angustia tanto o más que los propios alumnos. Esa zozobra es más que lógica, porque, en la mayor parte de los casos, no se trata solo de que sus hijos aprueben, sino de que obtengan la nota suficiente que les permita el ingreso en la carrera deseada. El famoso “númerus clausus” o “nota de corte” se convierte así en una presión suplementaria para los aspirantes universitarios y para sus respectivos entornos.

Llevo muchos años participando en los tribunales de estas pruebas (pero sin capacidad ejecutiva alguna) y siempre me ha parecido una barbaridad que alguien con una calificación de notable bajo no pueda ser médico o ingeniero, pongamos por caso, porque “no le alcanza la nota”. Me pregunto: ¿quién puede garantizar que un alumno que tiene como media un sobresaliente va a ser en el futuro mejor médico o mejor ingeniero que otro que “solo” ha obtenido un notable o incluso un aprobado? Soy decididamente partidario de que la verdadera selección se haga, ya en la universidad, en las distintas facultades y escuelas, en las que verdaderamente se pondrán de manifiesto las condiciones idóneas o inapropiadas de los alumnos. El resultado de este sistema perverso que tenemos es que los que no consiguen hacer “la carrera de sus sueños” (la expresión es interpretable a menudo como literal) acuden sin pizca de motivación a otros estudios donde la nota de corte es inferior o donde se exige simplemente un aprobado. De esa manera, a lo peor estamos fabricando titulados que nunca van a ser felices en la especialidad que tuvieron que elegir a la fuerza, con los resultados que cabe figurarse.

Por otro lado, es posible que muchos de ustedes se pregunten esto: ¿qué sentido tienen estas pruebas de acceso cuando las supera más del 90% de los candidatos que se presentan a ellas? La respuesta es muy simple: la existencia en lontananza de este filtro hace que la selección sea previa, esto es, en el propio bachillerato y aun antes. Los profesores de Enseñanza Media, que con razón también se sienten evaluados, les “cortan el paso” a todos aquellos alumnos que no dan la talla, al tiempo que ellos mismos se esfuerzan por que sus pupilos vayan bien preparados a los exámenes. Por todo ello, muchos profesores de bachillerato suelen mostrar, y ello es más que razonable, una cierta incomodidad ante estas pruebas. Sin embargo, es fácil imaginar lo que sucedería, por ejemplo, en los centros privados en los que se imparte bachillerato, si no existiese en la perspectiva temporal esta criba, por benévola y “tirada” que esta se presente.

Todo ello se traduce en que, en las coordinaciones de las distintas materias, en las que se perfilan los contenidos de las diferentes pruebas y la estructura de los ejercicios, se produzca paulatinamente una suerte de sorda rabatiña, consistente en minimizar cuanto sea posible el nivel de exigencia, para de esa manera facilitarles el paso a los alumnos y salvar así indirectamente la reputación profesional de los docentes. El carácter asambleario de estas coordinaciones hace que la mayoría de los asistentes saque adelante de ordinario su criterio. El resultado palpable (que a veces raya en lo caricaturesco) es que la previsibilidad en los exámenes de la PAU es muy alta, por lo que queda en entredicho su propia razón de ser. Acaso en todo esto que comentamos resida uno de los motivos (digo uno) por los que algunos profesores universitarios se alarman ante la precariedad formativa de ciertos alumnos recién incorporados a la universidad. 

El sistema, como se observa, es claramente perfectible. Y que nadie entienda, por favor, que estoy propugnando una restricción drástica en el acceso a la universidad. Todo lo contrario: tengo claro que cualquier selección demasiado rigurosa solo beneficiaría a los chicos provenientes de familias acomodadas. Prefiero un país con muchos universitarios (asumiendo que no todos van a poder trabajar en aquello que han estudiado) que un país, como Alemania, donde solo accede a la universidad algo más del 10% de los alumnos egresados de la enseñanza secundaria. Esto segundo lo juzgo incluso socialmente peligroso. Que la mayoritaria y ahora menguante clase media española considere una conquista histórica que sus hijos puedan acceder a la universidad me parece algo para nada censurable. Creo, en cualquier caso, que todos debemos hacer un ejercicio de meditación y de autocrítica (me sitúo al principio de la fila) para que las cosas mejoren.

Estos temas son siempre espinosos, por lo que pido disculpas a quienes hayan podido sentirse ofendidos o incomodados por mis palabras. Estas, lo reitero, solo han pretendido promover una cierta reflexión hacia aquellos aspectos de la selección de los alumnos universitarios (todos los países disponen de algún procedimiento para escoger a sus futuros titulados superiores) que puedan pulirse, para que ello redunde en provecho de toda la sociedad. Hasta la próxima semana, queridos radioyentes.

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