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APUNTE 19/06/2012

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Canarismos en internet
Por Gonzalo Ortega

En los últimos años han proliferado en Internet toda una serie de pintorescos repertorios de palabras canarias (el fenómeno se ha registrado paralelamente en otras comunidades lingüísticas), acerca de cuya fiabilidad es lícito preguntarse. Lo primero que hay que señalar es que, en estas nóminas informales de canarismos, nos encontramos por lo común ante listados de palabras o expresiones que rara vez sobrepasan los tres o cuatro centenares de unidades, siendo así que cualquier diccionario serio de esta clase suele superar, calculando por lo bajo, las cinco o seis mil términos.

Debemos decirlo de entrada y sin ambages: las voces y frases canarias consignadas en estos breves e incontables catálogos son sometidas a una especie de trivialización, hecho que se refleja tanto en la selección de lo que se registra como en el tratamiento que se le otorga a lo allegado.

El método seguido por casi todos los autores para “hacer la leva” de este léxico no puede ser más peculiar: el promotor de la idea suele invitar a otros internautas a que cooperen con su edificante empresa rescatadora, mandando palabras o frases canarias que conozcan o escuchen en su entorno. Dada la manifiesta juventud de los que elaboran estos catálogos —sobran los indicios—, parece claro que la mayoría de los elementos lingüísticos repertoriados no pertenecen al habla usual de sus confeccionadores, lo que no pasaba hace unas décadas con los autores aficionados de vocabularios regionales. Lo demuestra el hecho de que, en casi todos los casos, se invoca el adorable testimonio de los abuelos. Ese desconocimiento vivencial hace que, como tienen el mismo “aire” de informalidad, se mezclen, en indigesta mixtura, voces y expresiones auténticamente insulares con otras de la jerga juvenil: “chabolo” ‘vivienda’, “bisne” ‘negocio’, etc. En no pocas oportunidades se consideran canarismos palabras del español general usadas familiarmente: “palique”, “lagarta” ‘mujer pícara’, etc. En otros casos aparecen vulgarismos fonéticos en pie de igualdad con regionalismos verdaderos: “pasguate” por “pazguato”, “tajea” por “atarjea”, etc. Otras veces son datos de índole gramatical los que resultan confundidos con los de naturaleza léxica. De esta forma, se recogen combinaciones como “más nunca”, “más nada”, “vétete”, etc., que, por otra parte, tienen poco de privativamente canarias. En todo caso, prácticamente solo se define léxico informal, como si, más allá de unos cuantos emblemas —papa, millo, gofio, baifo— que sí se suelen registrar, no existiera un vocabulario regional designativo.

Como establece la disciplina encargada de estudiar los aspectos teóricos y prácticos de la confección de diccionarios, la lexicografía, la piedra de toque de estas obras son las definiciones. ¿Cómo son las elaboradas por estos autodenominados “autores sin pretensiones”  de diccionarios o vocabularios regionales? Pues del tenor de las de los aficionados de la lexicografía dialectal de todos los tiempos, pero esta vez empeoradas hasta el dislate o la caricatura. Por ejemplo, en uno de estos repertorios encontramos la voz “caboso” (cuya correcta escritura debería ser “cabozo”), definida subjetivamente en los siguientes términos: “pez muy feo, que se encuentra en el fondo y que normalmente es lo único que pescas los días malos”. O esta otra perla: “cayado” (sic): “Piedra lisa y circular que sustituye a la arena en nuestras playas y que es tan agradable de pisar descalzo”.

En otros casos, sencillamente se cometen faltas ortográficas en la palabra-entrada o en la definición. Así, términos o expresiones como “vago”, “balde”, “hincharse” o “bajarle los humos a alguien” (no se lo pierdan: “bajarle los zumos a alguien”) se suelen escribir erróneamente.

En la adscripción geográfica de las entradas, el panorama es igual de desalentador. De este modo, se afirma, por ejemplo, que “chinijo” se emplea en las Islas Orientales, cuando es lo cierto que se trata de una palabra exclusivamente lanzaroteña. En los contados casos en que se proporciona una voz o expresión novedosa —lo que contrasta con lo que sucedía con los autores “amateurs” de otras épocas—, no sabemos dónde se da, pues normalmente no se proporciona marca de localización alguna.

Todas las deficiencias que hemos desgranado —y otras muchas que, por falta de espacio, se nos quedan en el tintero— a la postre resultan multiplicadas de manera exponencial, ya que estos vocabularios cibernéticos se copian unos a otros sin el menor embozo.

El panorama que acabamos de trazar, enseñoreado como se ha visto por la falta de rigor, demuestra sin embargo que no pocos jóvenes tienen un interés inequívoco por nuestras tradiciones lingüísticas, lo cual es digno de ser ponderado. Piénsese, además, que los chicos de hoy día y, crecientemente, muchos adultos (profesores, periodistas, escritores…) solo consultan, y no siempre en son de mero pasatiempo, lo que está colgado en la Red. Esa es la razón por la que, en el ámbito de la lexicografía general de nuestra lengua, ya son accesibles catálogos serios en formato exclusivamente “on line”, así como las versiones digitales en CD de los grandes diccionarios del español (el DRAE, el DUE…). Todo esto aconsejaba que instituciones como la Academia Canaria de la Lengua pusieran al alcance de todos los internautas, sea cual sea su edad, una información solvente y rigurosa sobre nuestro rico patrimonio léxico y fraseológico. Pues bien, este es un servicio del cual pueden beneficiarse ya los usuarios interesados en esta cuestión, sean insulares o extrainsulares accediendo a la siguiente página web: www.academiacanarialengua.org. Hasta la semana próxima, queridos raidoyentes.

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