Adiós, vieja palmera
Por Maribel Naranjo
Cuando te vi apuntalada, como si de un ruinoso edificio se tratase, se me encogió el corazón y a mi mente acudieron recuerdos y vivencias de las que tú formaste parte.
Estuviste enclaustrada muchos años, entre muros que solo te permitían atisbar, desde tu copa, parte de la torre de la iglesia y su campanario. Te imagino inquieta cuando oías repicar las campanas, pues deseabas unirte a la fiesta, al jolgorio; y, también, triste cuando doblaban lentamente y no podías siquiera enviar, con tu mirada, consuelo a los doloridos.
Pero, en 1.953, el Ayuntamiento adquirió ese recinto y desaparecieron las barreras. Ya pudiste respirar, sentirte libre y con el corazón henchido de alegría.
Mis primeros recuerdos se remontan a las Fiestas del Pino cuando, en torno a ti, en tus aledaños, se colocaban las cestas con frutas frescas y las amigas nos comprábamos un racimo de jugosas uvas moscateles que, con un trozo de pan, íbamos, tan contentas, comiendo por la calle.
Más adelante, fuiste testigo de algunos noviazgos meciéndote, plácidamente, cuando nos sentábamos a tu vera, junto a otras parejas, a mostrar nuestro amor, nuestras primeras miradas contenidas por el arrobo.
¡Cuánto disfrutaste durante los veranos en que un grupo de madres, con nuestros hijos, pasábamos las tardes a tu lado! ¡Cómo te estremecías de placer viendo a los chiquillos correr, chillar, jugar! Te sentías tan bien acompañada que olvidaste aquellos años de encarcelamiento forzoso.
¿Y el día que nos comimos un balde repleto de nísperos (acabados de coger) que nos produjeron un fuerte dolor de barriga? ¿Te acuerdas? ¿Nos advertiste de que éramos unas tragonas? Seguro que lo hiciste y, aun así, acabamos con ellos. Pero nos disculpaste, ya que te hacíamos pasar muy buenos ratos.(Seguro que te reíste a carcajadas).
¿Y cuando mi hermano Richard se subió a la otra palmera, la gigantesca larguirucha, desafiando al guardia Facundo, quien lo perseguía, a que subiera a cogerlo? ¿Te asombraste por su agilidad o por la temeridad del desafío?
¡Qué observatorio privilegiado el tuyo!
Por otro lado, viviste momentos muy duros cuando uno de tus amigos, El Pino, descendiente de aquel en el que apareció la Virgen, fue arrasado -en 1.970- por un terrible temporal de agua y viento ¡Cuántas lágrimas derramarías sobre tus extensas ramas y tu esbelto tronco!
Vieja palmera centenaria, que has visto nacer, crecer y envejecer a tantos hijos de Teror. Que has recibido con los brazos abiertos a todos los visitantes que han paseado por esa tu casa, La Plaza Teresa de Bolívar. Que has reído y llorado con nuestras alegrías y nuestras penas…
Sé que ha llegado el momento de tu retiro, pues ya no te quedan fuerzas para seguir erguida cobijándonos o dando buenos consejos a algún que otro descarriado que se oculta tras tu moribundo tronco.
Te aseguro que cuando desaparezcas y aunque, en tu lugar, coloquen el árbol más bonito del mundo, ¡No te olvidaré! Y, cuando sople la brisa, oiré tu dulce voz, contándome alguna confidencia, desde ese lugar privilegiado en el que mereces estar para siempre.
Adiós, Vieja Palmera…
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