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APUNTE 17/04/2012

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La Historia de Elisa
Por Gonzalo Ortega

Desde pequeña, la gran ilusión de Elisa había sido estudiar enfermería. Pero, cuando tal expectativa estaba a punto de concretarse, las cosas se torcieron, a causa del súbito descalabro de la economía doméstica: su familia numerosa no podía mantenerse con las estragadas ganancias de su progenitor, consecuencia de la crisis. ¿La solución?: que ella, Elisa, con dieciocho años recién cumplidos, se pusiera a trabajar. Atrás dejaba un expediente más que discreto que, con el tiempo, en cuanto la situación mejorara, retomaría, ya en la universidad. Ese era al menos su esperanzado proyecto.

Hizo gestiones por todas partes y movilizó a cuantas amistades tenía, para intentar encontrar una ocupación acorde con sus aptitudes. Al final, solo consiguió un puesto de promotora-vendedora de una marca local de queso en un hipermercado. Así, provista de un uniforme con el logotipo de la empresa estampado por doquier, Elisa comenzó a pregonar quesos en una de las grandes superficies de su ciudad.

Estaba convencida de que fue su palmito lo que resultó decisivo para que la eligieran como promotora-vendedora, entre un montón de candidatas.

En pocas palabras, su trabajo consistía en ofrecerle al público, para su degustación, pequeñas porciones de queso, con el fin de incentivar así su venta.

-¿Quiere probar un poco de queso, señora? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Con esta cantinela prendida de sus labios, y tratando de componer una sonrisa de simpatía, incluso para aquellos potenciales compradores que ni tan siquiera se dignaban mirarla, Elisa se pasaba diez horas diarias en el hipermercado, con solo una hora de por medio para almorzar una hamburguesa y una Coca-Cola en el McDonald’s de las inmediaciones. Todos los días terminaba su jornada laboral con el brazo derecho agarrotado, por tener que sostener durante tanto tiempo la bandejita en la que ofrecía los trozos de queso a los displicentes catadores que discurrían a su lado.

¡Y todo por ochocientos euros al mes! Sabía, además, que no podía pedir ningún aumento de sueldo, porque había una lista enorme de aspirantes dispuestas a sustituirla en cualquier momento.

-¿Quiere probar un poco de queso, señor? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

No obstante, en modo alguno Elisa consideraba denigrante su trabajo: nada que ver su situación con los hombres y las mujeres-anuncio que erraban por las grandes ciudades como almas en pena. Los había visto alguna vez en la tele y los consideraba personas oprimidas por esa degradante explotación.

-¿Quiere probar un poco de queso, caballero? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Desde que comenzó la crisis económica, la venta del producto que Elisa representaba había experimentado un desplome alarmante. Por eso su incisivo jefe de zona no hacía sino exigirle más y más eficiencia. ¿O todo se debía a una represalia por la tajante negativa con la que le había puesto coto a su descarada pretensión de salir con él a cenar y después a bailar y después a…? En las últimas semanas, la habían obligado a realizar un cursillo de marketing, para instruirla en técnicas de venta en época de crisis. Algo del todo inoperante, pues la verdad es que, con la que estaba cayendo, la gente no compraba ni queso plato, menos aún queso del país, siempre más caro. Un engaño más, vamos.

-¿Quiere probar un poco de queso, señora? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Dado el descenso sufrido por las ventas, la empresa se dejó caer un día con la propuesta (léase decreto) de que todas las promotoras-vendedoras podían hacerse autónomas. Así, pues, en adelante cobraría una pequeña comisión por los quesos vendidos a partir de una cantidad determinada, que se entendía que era la que se expendería en todo caso, aunque no hubiera nadie promocionando el producto. Tendría, claro, que pagarse la seguridad social. La ropa de trabajo habría de devolverla también, pues quedaba liquidada, de hecho y de derecho, toda relación laboral con su antigua empresa.

-¿Quiere probar un poco de queso, caballero? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Había notado que las muchas horas que debía estar de pie le habían acarreado unas incipientes varices, seguramente herencia de su madre, quien ya se había visto obligada a operarse dos veces de dicha afección.

-¿Quiere probar un poco de queso, señora? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Eso sí, contaba con el aliento y con la complicidad de su novio, Mario, quien también tenía un trabajo basura: a pesar de ser un ayudante eficaz de cocina en un restaurante de postín, no le daban sino una mísera participación en las propinas, pues se entendía que estaba en periodo de aprendizaje.

Sin embargo, realizaba con solvencia casi todas las tareas menores que se pueden hacer en lo tocante al arte culinario: elaborar mojos, preparar ensaladas, hacer postres…

-¿Quiere probar un poco de queso, señor? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Elisa, en el fondo, se consideraba una privilegiada, pues no tenía que estar en la calle respirando el hollín de los coches, como le sucedía a una de sus amigas, que ejercía de “tiquetera” repartiendo publicidad en un semáforo. Y, sobre todo, ¡porque tenía un trabajo!

-¿Quieres probar un poco de queso, mi niño? Mira, tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También puedo ofrecerte queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Cierto día, hacia finales de enero, en el tramo más pendiente de la “cuesta”, Elisa oye el pitido característico de un mensaje en su móvil. Lo abre y lee lo siguiente: “Mucho lo sentimos, pero, a partir del próximo día 31 del mes corriente, otra persona ocupará su puesto de promotora-vendedora en el hipermercado X. Muchas gracias por los servicios prestados. Firmado: Productos Y.

-¿Quiere probar un poco de queso, señora? Tenemos tres variedades: fresco, ahumado y curado. También podemos ofrecerle queso embadurnado con pimentón o con gofio.

Al final de esa jornada, cuando llegó por entero abatida y pesarosa a su casa, se encerró en su habitación sin siquiera saludar a su familia. Acto seguido, encendió como todos los días el ordenador. Menos mal que tenía un mensaje de su novio, del que, tras algunas reservas iniciales, había acabado por enamorarse con pasión! El texto rezaba: “Cariño, lamento decirte que lo nuestro se acabó. Creo que no eres el amor de mi vida. No te atormentes con la idea de que hay otra chica, porque no es verdad. Si utilizo este medio para hacértelo saber, es porque me siento incapaz de comunicártelo mirándote a los ojos. Sabes que siempre he sido muy tímido y también, por qué no reconocerlo, muy cobarde. En todo caso, debes tener presente que, el tiempo que duró nuestra relación, fui muy feliz a tu lado. Si algún día me ves con otro chico por la calle, ambos cogidos de la mano, no te sorprendas. Ciao. Te quiere, Mario”.

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