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APUNTE 29/05/2012

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Tomás Sánchez, perenne en el recuerdo
Por Gonzalo Ortega

El pasado 19 de mayo la ruleta rusa que es la vida nos privó para siempre de la compañía de nuestro querido amigo Tomás Sánchez Velázquez. Una dolencia galopante y cruel se lo llevó, a una edad en la que todavía se suele tener la cabeza atifada de proyectos. Y Tomás los tenía, sin duda alguna. La andadura por el mundo de este entrañable paisano fue bastante paralela a la de quien suscribe estas tristes y sentidas líneas. Juntos hicimos buena parte del bachillerato en el Colegio Salesiano de Teror (aún lo recuerdo con sus pantalones cortos y sus sandalias, invitándonos a que fuéramos hasta El Palmar para coger en un estanque próximo a su casa unos “pescados de colores”); juntos estuvimos en La Laguna, en la Universidad Laboral, que entonces era un colegio mayor; y juntos experimentamos multitud de peripecias y vivencias. La permanencia durante cuatro años en “La Laboral” nos propició a ambos una miríada de amigos de las siete islas, que ahora, al conocer la noticia, lloran consternados tan irreparable desaparición.

Era Tomás Sánchez un enamorado de su profesión. Con mucho tesón, forjado tempranamente desde su humilde cuna, alcanzó a ser catedrático de biología y geología de enseñanza media (en los últimos tiempos se desempeñó como profesor del IES Arucas Domingo Rivero). Siempre tuvo una pasión sin límites por la botánica de nuestras Islas, por la llamada flora macaronésica. Llegó a publicar en revistas especializadas varios artículos sobre Pteridología (parte de la botánica que estudia los helechos), artículos que me solía pasar, para que yo, como profesor de lengua, le propusiera alguna indicación estilística. Su lugar predilecto para hacer trabajos de campo era el Macizo de Anaga (en Tenerife), más concretamente los lugares conocidos como El Pijaral (de “píjaro”, un tipo de helecho gigante) y El Cabezo del Tejo. Llegó a descubrir, en sus excursiones botánicas, alguna especie no catalogada. En plan de chanza, yo le decía que él pasaba por ser el mejor Pteridólogo de Canarias, lo cual era seguramente cierto. Siempre se quejó de las trabas administrativas, casi siempre insuperables, que encontraban los profesores de enseñanza media que querían investigar, como era su caso.

En el plano personal, Tomás siempre cumplió cabalmente. Incapaz de concebir la maldad, su candidez constitutiva lo convertía, para la mayoría de los que nos considerábamos sus amigos, en una persona que infundía afecto y cercanía. Es probable que su bondad infinita le acarreara algún que otro disgusto o alguna que otra decepción, pues siempre hay desaprensivos para los cuales la bonhomía es terreno abonado para hacer daño.

Las preocupaciones sociales tampoco estuvieron ausentes de su universo vital. Militó políticamente durante varios años. Igualmente, por su condición de biólogo, siempre mostró una gran preocupación por las tropelías medioambientales perpetradas por los desaprensivos de siempre y por los atentados ecológicos, que desafortunadamente tanto han menudeado en nuestro archipiélago. Irónicamente, solo la crisis económica que padecemos le ha venido a poner algo de coto, esperemos que definitivamente, a este problema.

Cualquiera que sea la dimensión en la que ahora te encuentres, amigo Tomás, debes saber que todos los que te conocimos y pudimos aquilatar tu inconmensurable calidad humana y tu afabilidad, jamás te vamos a olvidar. Ten por seguro que tu sonrisa franca y un tanto aparatosa siempre nos acompañará hasta nuestro momento final.

Desde este “apunte terorense”, quiero fundirme en un caluroso y condolido abrazo con todos los familiares: con Elvira, su mujer, con Victoria, su hija, con Eugenio, su hermano… Hasta la semana próxima, queridos radioyentes.

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