Semblanza urgente de un escritor
Por Gonzalo Ortega
Acaba de dejarnos el insigne novelista mexicano Carlos Fuentes. Recién arribado a México D. F. después de un mes de trepidante actividad por varios países (Estados Unidos, Brasil, Argentina y Chile), el escritor, de 83 años, se sintió repentinamente indispuesto el martes pasado y murió poco después de una hemorragia masiva en el tubo digestivo. A pesar de la muerte prematura de los dos hijos habidos en su segundo matrimonio, Carlos Rafael y Natasha, lo que sin duda le produjo un profundo dolor, el autor de La muerte de Artemio Cruz o Aura, acaso sus novelas más trascendentes, se mantuvo hasta el último momento anímicamente erguido y con el aire de apostura que lo caracterizaba.
Carlos Fuentes es una de las figuras señeras de la literatura hispanoamericana, componente de esa hornada mítica de escritores que conformaron el famoso “boom”, en la que se inscriben nombres ya pertenecientes para siempre al cuadro de honor de nuestras letras hispanas, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar.
Había nacido en 1928 en la ciudad de Panamá, de padres mexicanos. La condición de diplomático de su progenitor le propició el conocimiento de muchos países y de muchas lenguas. Y, sobre todo, le permitió apropiarse de un cosmopolitismo del que hizo gala en su literatura y en su testimonio de intelectual comprometido con el hombre y con la historia.
Su prolífica obra literaria y ensayística está constituida por títulos como Los días enmascarados (1954), La región más transparente (1958), Las buenas conciencias (1959), Aura (1962), La muerte de Artemio Cruz (1962), Cantar de ciegos (1964), Zona sagrada (1967), Cumpleaños (1969), Terra Nostra (1975), La cabeza de la hidra (1978), Una familia lejana (1980), Agua quemada (1983), Gringo viejo (1985), llevada al cine y protagonizada en la pantalla por Gregory Peck y Jane Fonda, Cristóbal Nonato (1987), La campaña (1990), Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), El naranjo o los círculos del tiempo (1993), Diana o la cazadora solitaria (1994), La frontera de cristal (1995), Los años con Laura Díaz (1999), Instinto de Inez (2001), La silla del águila (2003), Todas las familias felices (2006), La voluntad y la fortuna (2008), La gran novela latinoamericana (2011).
En su dilatada carrera de escritor, el novelista mexicano cuya trayectoria glosamos obtuvo numerosos reconocimientos literarios. Así, entre otros galardones, se hizo acreedor al Premio Cervantes en 1987 y al Premio Príncipe de Asturias en 1994. Fue distinguido también, en 1977, con el Premio Rómulo Gallegos por Terra Nostra. En el año 2001 fue proclamado miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua. Finalmente, son incontables los nombramientos como doctor “honoris causa” por multitud de universidades de todo el mundo, entre ellas, recientemente, la de las Islas Baleares.
El narrador peruano Mario Vargas Llosa, nombrado hace pocas fechas doctor “honoris causa” por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y compañero de generación de Fuentes, declaró, a tenor de la muerte del escritor mexicano, lo siguiente: “En estos 50 años fuimos siempre buenos amigos, una amistad que nunca nada empañó. Era, por una parte, un escritor muy comprometido con su trabajo, incansable en sus proyectos literarios, y, por otra, una persona mundana, gran viajero, muy amigo de sus amigos y gran promotor de la literatura en nuestra lengua”. El autor de La casa verde recuerda a Fuentes como “una persona cosmopolita, que viajaba constantemente, que tenía editores y amigos en todas partes y que, sobre todo, hizo una gran labor para acercar las dos orillas del Atlántico. Empezó esa labor —prosiguió Vargas Llosa— en los años sesenta, cuando España y América Latina estaban desde el punto de vista cultural muy distanciadas la una de la otra. Creo que lo que hizo por acercar, vincular a estos dos mundos fue enorme y también una de las muchas cosas que tenemos que agradecerle”.
Desde su cosmopolitismo, Carlos Fuentes siempre se consideró profundamente mexicano. Fue muy crítico —por lo que era muy temido— con la política de su país, al que llegó a servir como embajador en Francia. Era un fustigador impenitente de la corrupción y el narcotráfico, esa plaga que se está adueñando literalmente de México luego de dejar arrasado Colombia.
¿Qué decir, por último, de la calidad de sus novelas? Es claro que en una novelística tan extensa hay de todo. Él mismo bromeaba acerca de la calidad de algunas de sus obras. Su compatriota Juan Rulfo, muy admirado por Fuentes, llegó a denominar su obra Terra nostra como Terra cota, en alusión a su supuesto carácter plúmbeo y farragoso. En cualquier caso, nadie que juzgue desapasionadamente la novelística y la ensayística (literaria y política) de Carlos Fuentes puede dejar de reconocer su talla. Esa talla es visible en la revolución estilística de sus novelas, que importó sobre todo del ámbito anglosajón (no se olvide que había hecho sus estudios primarios en Estados Unidos), y en el carácter audaz y original de sus propuestas políticas, terreno en el que llegó a proponer la legalización de las drogas como un medio de luchar contra el narcotráfico que desangra su país. Hasta la próxima semana, queridos radioyentes.
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