Poetas Grancanarios
Por Maribel Naranjo
Hoy voy a hacer un paréntesis en El Apunte, para presentarles a cuatro poetas grancanarios, de los que, tal vez, no hayan oído hablar, pero que merecen ser concocidos por la belleza des sus poemas.
DOMINGO RIVERO, aruquense de nacimiento. Su figura fue recordada como personaje típico de las Palmas de Gran Canaria: traje negro, sombrero ladeado sobre la sien y barba blanca.
No quería publicar sus poemas por miedo a las erratas de las imprentas; pero algunos admiradores de su obra publicaron, divulgaron desde Madrid su poema “Yo, a mi cuerpo” que se hizo famoso y lo dio a conocer.
Se sirve de la palabra, que ha envejecido con él. Su poesía parte de las imantaciones de dos polos temporales: juventud y vejez. El recuerdo de la niñez proyectado más allá del tiempo histórico.
NATALIA SOSA nace en las Palmas de Gran Canaria. Sin posturas académicas, sólo desea reencontarse con la verdadera poesía de siempre: de corazón a corazón; pues a fin de cuentas, la lírica eficaz es aquella que, con el eco de la voz del poeta hecha palabra mágica, nos ayudan a reconocernos, consolarnos o vivificarnos.
En sus poemas nos brinda, generosa, la oportunidad de que miramos y sintamos la intensa sabiduría que encierran todos y cada uno de los gestos de amor y sufrimiento.
Y nosotros, también desnudos y ateridos, le agradecemos humilde y fraternalmente, la hermosa lección.
MANUEL GONZÁLEZ SOSA nace en Guía. Hombre sencillo y cordial expresa en sus poemas sus sentimientos por la vida, la tierra oscura hasta el nivel del sueño, la voz del mar, el aire, el viento.
CHONA MADERA, natural de Las Palmas de Gran Canaria.
No sé a ciencia cierta cómo calificar sus poemas. Es, por una parte, una historia fragmentada de su corazón; y por otra, una lamentación de lo que no fue pero pudo ser.
No encontramos en sus poemas rebuscamiento literario, no intenta sustituir la emoción por brillantes vocablos.
Chona Madera ha ido levantando verso a verso una edificación sobria y sólida. Su propio espíritu recorrerá Las estancias vacías. El tiempo implacable se ha llevado a los seres que allí moraban abriendo, unas tras otras, las alas de par en par: en una, se refugia Esperanza; en otra, el Dolor; en aquella otra, el Amor.
Siente en el alma el melancólico recuerdo. Echa otra vez las llaves a las puertas y vuelve al mundo exterior.
Por eso puede decir: “Lo único vivo es el silencio”
Tuve la suerte de conocerla, pues, en verano, solía visitar a mis suegros. Era una mujer muy peculiar.
DOMINGO RIVERO: “YO, A MI CUERPO”
¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?;
¿por qué con humildad no he de quererte,
si en ti fui niño, y joven, y en ti arribo,
viejo, a las tristes playas de la muerte?
Tu pecho ha sollozado compasivo
por mí, en los rudos golpes de mi suerte;
ha jadeado con mi sed y altivo
con mi ambición latió cuando era fuerte.
Y hoy te rindes al fin, pobre materia,
extenuada de angustia y miseria.
¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día
que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!
Sólo sé que en tus hombros hice mía
mi cruz, mi parte en el dolor humano.
(1915-1920)
NATALIA SOSA: INDOLENTE
No sé por qué motivos me llaman indolente,
a mí, a la apasionada de las cosas más toscas,
a mí, que siempre vi en las tristezas rosas
y cultivo la vida como un bosque creciente.
¡Me llaman de esa forma porque amo la lluvia
o vigilo el retoño incipiente de un árbol
y me he llenado la casa de perros vagabundos,
amigos que se echan del sol del mediodía,
y de insectos libertos que giran dulcemente
entre Dios y el infinito
de mi vida y mi muerte?
¿Indolente por hablarles a las plantas
y no poner carmín sobre mi boca?
¿Por llamar a las flores ardientes camaradas,
compañeras de un tren donde viajamos
bajo el manto de Dios, sobre su mano?
¡Cómo se atreven a llamar indolencia
a la armonía perfecta que guardo con las cosas
que, como yo, surgieron de una misma semilla!
Indolente sería si viera a Dios lejano
o desterrara de mí la pasión por la vida.
MANUEL GONZÁLEZ: A MI ABUELO, DETRÁS DE LA VIDA
Yo a este lado del muro, y tú a la parte
de allá. ¿Cerca, lejano? Tú callado;
yo gritando en silencio y obstinado
negándome a cansarme de llamarte.
Habla. Susurra apenas. Da un vagido,
Un golpe con tu puño, o un ligero
arañazo en la cal. Yo sólo quiero
tenues sospechas de que está tu oído
pegado a la pared, como está el mío
sorbiendo tu callar. No he de pedirte
entero tu secreto: si es desierto
o mar, o senda, o cima, o bosque umbrío,
lo que se ve después. Quiero sentirte
para saber si ahí se está despierto.
CHONA MADERA: CANCIONCILLAS A DOS MIRADAS
A María Rosa Alonso, en su Universidad de Mérida (Venezuela)
I
Con bien poco le dijo
que la quería.
Tan sólo con mirarla:
como sería.
En sus columpios
toda holgaba
-falta no hacían-
soñando las palabras
que se aburrían.
El poder de sus ojos
él no lo sabía:
tan sólo con mirarla
la turbaría.
Toda encarnada.
Un rojo de amapola
la arrebolaba.
II
Ay ojos de ella.
Quién lo diría.
Cuando Amor la miraba
se entristecían.
Como llorosos
-¿por qué sería?-.
Nadie se enteró nunca
qué le ocurría.
Lo que pensaba.
Qué tormento tenía.
Por qué lloraba.
(En lo profundo
-hincada lanza)-
acaso le dolía
honda añoranza).
Casi no hablaba.
Nada decía.
Cuando Amor la miraba
se entristecía.
(Siempre que se encontraban
oscurecía).
Compartir en redes sociales