El cine de Teror y el Patronato de las Fiestas del Pino
Por José Luis Yánez
El cine de Teror fue mucho más que un cine. Quienes hayan nacido después de la variada y un tanto agobiante oferta de los actuales multicines no habrá saboreado jamás lo que era ver una película en el Pabellón Victoria; con qué entusiasmo esperábamos la tarde del domingo: como preparábamos la ida desde El Palmar o como calculábamos el tiempo que teníamos para cuadrarlo con la franquicia que nos daba la preceptiva emisión del No-Do.
El recuerdo de este edificio estará por siempre ligado a la historia del siglo XX, la infancia y juventud de muchos terorenses y el afianzamiento de las fiestas del Pino como uno de los elementos más característicos de la actual identidad grancanaria.
Fue, por ello, uno de los edificios más singulares de la Villa y acompañó su andadura social y cultural durante más de sesenta años, por lo que es de justicia el dedicar un momento de recuerdo a su memoria.
Desde que don Jesús Nicanor Cárdenes Cabrera, natural de Tejeda y casado con doña Trinidad Yánez Matos, perteneciente a una familia que durante décadas había estado relacionada con la política terorense, decidiera construir a fines de la década de 1920 el Pabellón Cinema, su estampa como uno de los primeros edificios instalados en el Paseo González Díaz, fue el pórtico de recepción de todos los que por las carreteras de Arucas o Las Palmas llegaban a la Villa. Además, con su particular sentido de los negocios -fue también arrendatario de la Fuente Agria-, don Nicanor instaló en la planta baja del cine-teatro un molino movido por una planta electrógena que dio luz al pueblo durante algunos años. Años después, el inmueble pasó a la familia Rodríguez, cuyos herederos siguen siendo sus actuales propietarios.
El Pabellón Cinema se convirtió en lo que el Casino había significado para los terorenses de fines del XIX y principios del XX., pero adaptado a los nuevos tiempos y con una mayor amplitud de espacio; el lugar donde acceder a muchas demostraciones culturales y festivas que habrían estado vedadas de no disponer del mismo. Películas, declamaciones poéticas, teatro, actuaciones musicales, zarzuelas,… todo ello lo puso al alcance de los vecinos del pueblo y sus barrios el viejo cine. Obras de los Álvarez Quintero, zarzuelas como La Verbena de la Paloma, recitales de poesía, música de nuestra tierra o sensuales boleros, permitieron a personas como los miembros de la familia Arencibia Suárez, los Guevara, Rafael Treviño, la compositora Herminia Naranjo o el genial cuarteto formado por Francisco Lecuona, Luis del Rosario, Suso Falcón y el recordado periodista Pablo Hernández y tantos otros que dieron al cine, ya rebautizado como Pabellón Victoria, momentos de inigualable recuerdo para la historia de la Villa. Yo mismo, terminando la década de los sesenta y con nueve años de edad, tuve en su escenario esos cinco minutos de gloria a los que, dicen, tenemos derecho todos en algún momento de nuestra vida, con mi infantil representación de “El Cuarto Mandamiento” de la Colección Teatral Salesiana. La felicitación y el beso de doña Pilar Arencibia, esposa del entonces alcalde don Manuel Ortega, fue la culminación de esa mi noche de gloria en el Pabellón Victoria.
Por todos estos valores, cuando en 1952 el Cabildo Insular presidido por don Matías Vega, el Ayuntamiento con su alcalde don José Hernández, la Iglesia con el párroco don Antonio Socorro a la cabeza -y las recomendaciones del obispo Pildain siempre presentes- y por último el asesoramiento de Néstor Álamo, se tomó la decisión de aumentar el esplendor de las fiestas en honor a la Patrona de la Diócesis, muy decaídas en la década anterior, se eligió el Cine como el lugar donde plasmar ese prestigio que se quería dar a las fiestas a partir de aquel año.
Y esta apertura se realizó lo noche del viernes 5 de septiembre de 1952 (este año se cumple el 60 aniversario) con un acto musical que pretendía aglutinar toda la esencia de lo que se quería para el futuro de las Fiestas del Pino. Se inició, fuera de programa, con unas palabras del Vicario de Escaleritas y doctor en Derecho Canónico, don José Rodríguez Rodríguez, que ya había sido pregonero del Pino en 1950 y que glosó en su presentación los aspectos más característicos de la cultura de nuestra tierra. A continuación, un concierto de obras de Mendelsohn a cargo del violinista Gil Parrado; luego, Pedro Espinosa, el excelente pianista canario, interpretando obras de Chopin, Bach y Ravel y por último la actuación de la soprano Maruja Pérez Zerpa finalizaron la primera parte del concierto.
La segunda, con toda intención, se dedicó a las canciones del país: el timplista Jeremías Umpiérrez, el barítono Tomás Pulido y la entrañable Mary Sánchez interpretaron diversas creaciones de Néstor Álamo y otros para dar ese toque de esencial canariedad que se quería para las fiestas de la Patrona. Por supuesto, lo mejor vino al final del acto cuando un coro de muchachos y muchachas terorenses, con la intervención como dúo solista de Carmina Estévez Quintana y José Luis Vallejo Cabrera que cantaron, como destacaron las crónicas, “con acendrado acento de la medianía a las cumbres”, estrenaron “Ay, Teror, que lindo eres”, la primera de las tres canciones que en la década de los cincuenta Néstor Álamo dedicó a la Villa y que con los años ha venido en convertirse en el himno del pueblo.
El patronazgo, patronato o patrocinio del Cabildo Insular (que eso es el Cabildo, un padre dadivoso y subvencionador) se plasmó desde aquel año en otros actos, como la organización de la primera Romería-Ofrenda a Nuestra Señora que cumple este septiembre su sexágesimo aniversario. Pero esos son ya otros cantares.
Otros cantares que terminaron con el incendio que en la noche y la madrugada del 12 al 13 de septiembre de 1985 acabó con la mayor parte de la estructura del edificio, desapareciendo así uno de los vestigios patrimoniales más relevantes de la arquitectura terorense del siglo XX.
Vaya por lo dicho mi recuerdo hacia el viejo Cine de la Villa. A fin de cuentas, no creo que hubiese otro edificio en el Archipiélago que promoviese películas, zarzuelas y cultura canaria en su planta alta y gofio en la baja. Ya sólo por eso es merecedor de esta evocación.
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