La Diversidad Cultural de Nuestras Islas
Por Gonzalo Ortega
Es frecuente que en trabajos descriptivos que van desde la mera divulgación hasta lo más pretendidamente científico se observe en Canarias, región muy fragmentada, un error que podríamos denominar el “error de la generalización ingenua”. El mismo consiste en atribuirles a todas las islas del archipiélago lo que se registra en una de ellas (a menudo capitalina) y a veces en una sola comarca de una de ellas. Así, muchos de estos trabajos (libros, artículos…) suelen llevar en sus títulos la determinación de “canario”, cuando lo que se debería indicar en el mejor de los casos es “grancanario”, “palmero” o “tinerfeño”. Como es lógico pensar, también se da, aunque menos, el error contrario (“el de la especificación ingenua”, de menores efectos negativos), que estriba en suponer que ciertas cosas son exclusivas de un lugar, siendo así que son mucho más generales. Tales dos clases de errores, claro es, no se verifican solo en nuestra región.
Esta elemental falta de rigor —a menudo ribeteada de etnocentrismo— se aprecia sobre todo en aquellos estudios cuya fuente principal son los datos obtenidos de investigaciones de campo realizadas en un área concreta. De este modo, es corriente que en temas como el folclore, la artesanía, la cocina, la botánica, la medicina tradicional, el mundo esotérico, la agricultura, la ganadería, la pesca, los deportes autóctonos, etc., se generalice erróneamente, en particular cuando el autor es un aficionado a la materia o cuando es un científico novel, urgido por engrosar su currículum. A partir de aquí, los efectos negativos del hecho se agigantarán exponencialmente, puesto que estos trabajos serán luego utilizados como fuentes de otras investigaciones y éstas a su vez de otras… Así, el obrar poco escrupuloso de algunos, junto al siempre operante culto a la letra impresa, convertirá en datos que “van a misa” los que se derivan de esta o aquella incorrecta generalización. Sólo el curtimiento profesional o la apelación al rigor efectuada públicamente por algún “generoso” colega obligarán en el futuro a hilar más fino. Pero el mal ya está hecho.
A veces, todo hay que decirlo, son los propios editores quienes dolosamente cooperan a fomentar esta ceremonia de la confusión, al rechazar todo título que, por demasiado específico o localista, augure un mal negocio. (Por eso, el lector escarmentado sabe que, cuando menos, debe echarle un vistazo al índice del libro que se dispone a comprar para no encontrarse con sorpresas desagradables cuando llegue a su casa.)
Es claro que las dificultades para moverse en un territorio fragmentado como el nuestro son muchas. Salir de la propia isla en la que se vive y se trabaja es complicado: además de la siempre presente resistencia psicológica, hay problemas de disponibilidad de tiempo, problemas económicos para financiar los desplazamientos y estancias, problemas familiares, etc. Todo ello determina a menudo la imposibilidad de acceder a datos que sólo se pueden allegar y contrastar in situ.
Reconozcamos, por otro lado, que el error que nos ocupa es propio sobre todo del investigador indígena o del foráneo aclimatado. La lógica de dicho error sería la siguiente: como hay indiscutiblemente un cierto grado de homogeneidad cultural entre las distintas islas —que un recién llegado, por perspicaz que sea, no está en condiciones de apreciar—, dicha base de coincidencia actúa de espejismo y crea las condiciones para sucumbir a la tentación de generalizar. Al final, la obvia ventaja que representa la cercanía al objeto de análisis se convierte así, por mor de la ligereza, en un insidioso inconveniente.
La diversidad cultural del archipiélago se hace patente a poco que se contrasten determinados aspectos. En efecto, Canarias no es homogénea desde el punto de vista histórico (islas de realengo frente a islas de señorío); no lo es desde la perspectiva geográfica, orográfica y botánica (islas orientales frente a islas occidentales); los cultivos en los que se ha especializado cada isla son, parcialmente al menos, distintos; hay islas donde la ganadería —o cierto subsector de ella— tiene un peso específico considerable, en tanto que en otras ha desaparecido prácticamente; el clima es un condicionante desigual según de qué isla hablemos; las relaciones con otros pueblos y las influencias correspondientes, en virtud sobre todo del fenómeno migratorio, son claramente divergentes; el abandono del sector primario no se ha producido en la misma medida ni al mismo ritmo en los diferentes espacios insulares; el impacto cultural del turismo no ha afectado en idéntica proporción a la provincia oriental y a la occidental; hay islas (Fuerteventura, La Palma) donde la simbiosis mar-campo (un mismo individuo suele practicar faenas agropecuarias y pesqueras) está más marcada que en otras (Gran Canaria); el universo antropológico y simbólico de los canarios no es del todo coincidente (piénsese en el carácter parcial de la cultura del agua, de la cultura del vino, de la cultura del mar, de la cultura agraria y ganadera, etc.).
Así, pues, de lo dicho se desprende que los investigadores canarios que indagan sobre la realidad del archipiélago deben tener casi obsesivamente la precaución de referir sus datos y conclusiones estrictamente al área estudiada y, cuando conste, indicar, observando siempre parejas cautelas, en qué casos esos datos no son de aplicación para otras zonas. Asimismo, debe evitarse el error consistente en negar para una isla lo que como mucho sólo es negable para una comarca de ese territorio acotado por el mar.
En resumen, cabe decir que cada ámbito insular se ha constituido en un marco culturalmente autónomo. Por un lado, porque cada isla tiene condiciones y problemas en parte distintos. Y por otro, porque a los mismos problemas se les suelen dar a menudo soluciones distintas. Por tanto, el investigador honorable no tiene más opción que ser consecuente con este estado de cosas. Que estos errores los cometa el ciudadano de a pie es hasta comprensible, pero que incurramos en ellos los investigadores merece una severa reprobación.
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