«El Barco y El Castillo»
Por Sebastián Sarmiento
Para los terorenses, para muchas familias de la Villa, desde siempre, la llegada del mes de mayo nos adentra en unas fiestas populares, muy cercanas: las Fiestas de la Cruz y de San José. Tras el mes de abril, con sus irregulares precipitaciones, la primavera se muestra por lo general con su fuerza “salvaje” en toda la comarca, dejando ver tanto a vecinos como a visitantes el colorido de una naturaleza generosa y rica en colores y matices.
Aún recuerdo estas fiestas de mayo en Teror, cuando era niño junto a la familia y demás chiquillos del barrio del Castaño o Barrio Arriba. Lo primero que hacíamos al iniciarse el mes de mayo era ir al arcón y rescatar de su interior las cruces que tras enramarlas con todo tipo de flores y otras ramas, las colocábamos en las fachadas de nuestras casas. Y así permanecían expuestas en las viviendas hasta pasadas las fiestas e incluso hasta finales de mayo. Junto a esta bonita costumbre recordamos otra tradición que se producía-y aun se lleva a cabo- cada Primero de mayo o el propio 3, día de la Cruz: la enramada de la Cruz de la Hoya Alta. La subida a este lugar solía hacerse, en horas de la tarde, muchos a pie, y otros en coche hasta las cercanías de la subida a la montaña.
Era todo un acontecimiento, ya que los mayores y los chiquillos llegábamos al pie de la Cruz, en la Hoya Alta. A nuestra llegada la gente de los barrios del Ovejero y Montaña Verdugo ya había enramado el santo madero a base de hojas de álamo, brezo y palmeras. Esta Cruz se conocía como la “Cruz del siglo”, ya que se había instalado a principios de 1900. Tras un acto religioso- por lo general se celebraba la Eucaristía- la gente se diseminaba por los alrededores a saborear una rica merienda, al ritmo de instrumentos de cuerda, que habían trasportado la gente joven, y de algunas canciones folklóricas o de tipo religioso. Después de unas horas de jolgorio y sana alegría regresábamos al pueblo, dejando atrás aquel pintoresco lugar hasta el año próximo. Andando el tiempo la originaria Cruz sería sustituida por otra de mayores dimensiones, que sobre todo en las Fiestas del Pino se adornaba con bombillas. De noche, desde el pueblo se veía aquella Cruz iluminada, casi en el cielo…
También emocionante era la enramada de la Plaza de Nuestra Señora del Pino y de la Cruz Verde, colocándose gallardetes, banderas y los ya tradicionales festones, realizados con hojas de álamo y flores silvestres. De estas tareas se encargaba la familia del fueguista Benjamín Dávila y en los últimos años también el artista Kike Guerra Lasso, siempre con la ayuda de empleados municipales.
Pero quizás el acto, si no más importante, si más espectacular de las fiestas, y del que tenemos agradables recuerdos, era la Quema del Barco y el Castillo. Este espectáculo pirotécnico-único en toda Canarias- se realizaba en la propia Plaza del Pino, frente a la Basílica y la Casa de los Patronos, si bien más tarde se ha trasladado a la Plaza de Sintes.
En el colegio nos hablaban de lo que representaba este espectáculo: la recreación de los históricos ataques piratas a la isla de Gran Canaria. En efecto, mirando aquellas “evoluciones” pirotécnicas entre el Barco y uno o dos Castillos, nos imaginábamos los asaltos al Real de Las Palmas, protagonizados por los corsarios ingleses John Poole; Francis Drake o John Hawkins o el más temido de todos, como fue el del holandés Pieter van der Does… Tanto los mayores como la gente menuda, sobre todo la chiquillería disfrutábamos con aquella “guerra” entre el Barco y el Castillo, imaginándonos, entre explosiones y los disparos de la pólvora, las incursiones a nuestra isla por aquellos piratas de los Siglos XIV y XV.
Este espectáculo se ha ido transmitiendo de generación en generación gracias al gremio de carpinteros terorenses, de modo particular al Maestro Manuel Rodríguez, gremio que patrocinaba las Fiestas de San José y de la Cruz, encargando a la conocida familia de fueguistas de los Dávila la confección de estos fuegos artificiales sobre estructuras de madera, realizadas por los carpinteros. Año tras año esta familia conserva las piezas de este curioso espectáculo de fuego y color, y a cuyos miembros habría que hacerles un merecido homenaje por parte de nuestro pueblo.. Aún tenemos presente en el recuerdo a Pancho Dávila y a su hijo, Pablo, desaparecidos trágicamente en la explosión y posterior incendio de su taller situado en la Villa…
Las Fiestas concluían en cuanto a lo religioso se refiere, con la celebración de la Eucaristía en la Basílica y la posterior procesión de las imagines de San José y de la Cruz por las calles del casco. Una fiesta que hoy se sigue viviendo con gran intensidad. Después de las Fiestas del Pino, la de San José y de la Cruz era la más importante para un pueblo como Teror, amante de sus tradiciones y de su amplio y rico pasado.
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