La azarosa historia del Manto del Cabildo
Por José Luis Yánez Rodríguez
Se celebra este año la efemérides del centenario de la Ley que creara allá por 1912 los Cabildos Insulares, aunque éstos no tuvieran vida efectiva hasta el siguiente año. Por ello, he elegido este texto para iniciar mi columna radiofónica con la que cada viernes por la mañana intentaré hacer conocer y amar, a todos aquellos a los que lleguen sus ondas, un poco más las tierras, gentes historia y patrimonio de este lugar excepcional del archipiélago canario, del que tengo el honor de ser Cronista, y que he titulado:
LA AZAROSA HISTORIA DEL MANTO DEL CABILDO
(En recuerdo y homenaje a Paco Herrera, bordador, artista, amigo)
Quedó en su taller.
El Manto Azul, llamado del Cabildo, de la Patrona de la Diócesis, iba a ser la obra con que él (artesano por excelencia de la Virgen del Pino) celebrara los 250 años de la primera piedra del templo terorense. La crisis y la necesidad de repartir los cada vez más escasos recursos públicos, retrasaron la obra hasta el próximo año, pero Paco Herrera no alcanzó a verlo.
Titulo azarosa la historia de este manto, no por sensacionalismo sino por un riguroso tratamiento del devenir del mismo que, visto en la distancia puede resultar hasta jocoso.
En 1962 celebraba el Excelentísimo Cabildo Insular de Gran Canaria (también los otros, que no quiero pecar ya de entrada de insularismo innecesario) su medio siglo de existencia. La corporación insular, presidida por entonces por don Federico Díaz Bertrana, decidió encargar como un símbolo de tal efeméride un Manto para la Patrona Insular y Diocesana, para dejar de ello recuerdo perenne. Quizá, visto desde la distancia y cuando el Cabildo ya está cerca de cumplir el siglo completo, aparezca tal decisión un poco simple, pero las cosas, no nos olvidemos, no deben sacarse de sus contextos, y el Cabildo de principios de los sesenta, además de estar empeñados en promocionar los atractivos del Sur, el abastecimiento de leche o la Universidad Internacional de Canarias, tenían en Teror, la Virgen y sus fiestas anuales un empeño muy significativo.
Por ello, el manto de terciopelo azul, encargado a las monjas del Císter de Breña Alta de La Palma, no fue-anacronismos aparte- más que un gesto para simbolizar la unión de la isla con su Patrona.
El Manto estuvo terminado en 1964, precisamente cuando el Cabildo estaba empeñado en inaugurar ya de una vez la Casa Museo dedicada al universal escritor nacido en Las Palmas, Benito Pérez Galdós en su casa natal de la calle Cano (1), y contra la que el obispo de entonces, don Antonio Pildain y Zapiain, esgrimía contundentes razones por el presunto anticlericalismo (y olvido de Gran Canaria) que el prelado entendía como insalvables y no merecedores de homenaje alguno.
Pese a ello, el 19 de mayo de 1964 se inauguraba la Casa-Museo y se iniciaba la ofensiva particular del obispo contra todos los que entendía habían participado en el atentado cabildicio contra la natural religiosidad de los grancanarios. Como consecuencia, ese año, tal como relato en el artículo mencionado, llovieron excomuniones y figuras destacadas de la vida civil y política insular, como la de don Federico Díaz Bertrana o la de don Antonio Avendaño Porrúa, se vieron negativamente implicados en la contienda episcopal. Y el manto, ya acabado, quedó en el arca.
Y así estuvo, hasta que, años más tarde, en el declive de Pildain, , pudieron los grancanarios disfrutar, en las fiestas de 1967 (sin la presencia aún pero sí y con el consentimiento de Infantes Florido), de una de las piezas de artesanía textil religiosa más destacadas de las que posee la basílica terorense. Las flores de oro y plata, las filigranas, los escudos de Gran Canaria y Teror bordados en los mismos y preciosos metales brillaron por poco tiempo; un descuido en las obras de restauración llevadas a cabo en el templo a partir del año siguiente hizo que el Manto del Cabildo se viera afectado, tiempo después, por un vertido de cemento que, si bien no lo dañó irreparablemente y fue nuevamente utilizado, sí lo anuló para ser vestido con la brillantez merecida por la Imagen del Pino.
Pildain, de seguro, vería en ello la mano justiciera de Dios.
El Manto ha permanecido, no abandonado, sí olvidado, desde entonces; y aunque muchas voces solicitaban su restauración no sería hasta hace unos años, cuando, dentro del proceso iniciado por el párroco actual, don Manuel Reyes, y con el absoluto beneplácito del artesano encargado de ello, Paco Herrera; comenzara a hablarse ya en serio de la tarea.
Las monjas cedieron sin ningún tipo de compensación los diseños originales usados para su confección y en el taller del artista permaneció durante mucho tiempo. El fallecimiento de don Francisco Herrera lo devolvió, en ausencia de quien pueda afrontar tal labor, nuevamente a la situación de espera en que se encontraba.
Me imagino que ni Pildain ni Galdós (que ya a estas alturas deben estar amigados) tienen nada que ver con todos estos azares; pero es para pensarlo.
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