Cultura

Gonzalo Ortega: «El hombre tiene dos amigos maravillosos: el perro y el libro»

El profesor terorense Gonzalo Ortega realiza de forma virtual la lectura del Manifiesto con motivo del Día del Libro en Teror.  > ESCUCHAR MANIFIESTO

Teror celebra este jueves  23 de abril el Día Internacional del Libro, con el acto de lectura del Manifiesto por la lectura, que este año realiza el profesor y catedrático de Lengua de la Universidad de La Laguna, el terorense Gonzalo Ortega, quien asevera en sus palabras que el hombre tiene dos amigos maravillosos: el perro y el libro. Ambos, por cierto, perfectamente compatibles».  A través de un vídeo difundido a través de la web y redes sociales del Ayuntamiento, el especialista en el lenguaje y miembro de la Real Academia de la Lengua Canaria hace una defensa contundente de la importancia de leer, y especialmente en estos días de confinamiento.

La lectura del Manifiesto es uno de los actos convocados por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Teror para fomentar la lectura, en esta ocasión a través de distintas acciones online, ya que el estado de alarma no permite eventos presenciales. Desde la Concejalía de Cultura y la Biblioteca Municipal de Teror se realizarán a partir de este 23 de abril y hasta final de mes diversas propuestas para animar a la lectura, desde la difusión de un Manifiesto por la Lectura, a las recomendaciones de libros y lecturas colectivas online con la participación de la ciudadanía

“Queremos contribuir, en tiempos de confinamiento, a la difusión de la lectura como una vía de escape a la rutina que puede darse en circunstancias como las actuales, y qué mejor que hacerlo celebrando en el Día del Libro acciones participativas de forma online”, explicó el concejal de Cultura, Henoc Acosta.

En los próximos días y hasta final de mes, la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Teror junto a la Biblioteca Municipal ira publicando en los medios municipales otras acciones para fomentar la lectura, donde los/as vecinos/as también toman la palabra.

MANIFIESTO DÍA DEL LIBRO TEROR 2020
Por Gonzalo Ortega Ojeda

Hola, mi nombre es Gonzalo Ortega Ojeda y, además de terorense, soy profesor de lengua española.

El área de Cultura del Ayuntamiento de Teror me pidió hace unas semanas que elaborara un manifiesto sobre la lectura como hábito formativo de primer orden. En seguida acepté la encomienda con sumo gusto, pues estoy convencido de que leer constituye la mejor manera que se conoce para cultivar el espíritu.

Así que en lo que sigue compartiré con ustedes unas cuantas reflexiones sobre la enorme trascendencia de este asunto.

Para muchos de nuestros antepasados, leer era un hecho imposible. Por ser “técnicamente” analfabetos, no podían acceder a la lengua escrita. Pero esa condición solía venirles impuesta por razones socioeconómicas y, sobre todo, educativas. Por eso, en una colección de ensayos luminosos sobre el interés de la lectura, titulada El defensor, el poeta Pedro Salinas habla de dos tipos de analfabetos: los tradicionales, que por las razones ya dichas tenemos que disculpar, y los que llama “neoanalfabetos”. Estos últimos son para el poeta madrileño aquellos que, pudiendo leer porque saben “técnicamente” hacerlo y porque tienen acceso a los libros, no lo hacen. De modo que en los tiempos que corren, en que los índices de escolarización son, en países como el nuestro, casi del cien por cien y las librerías y bibliotecas están a nuestro alcance, no hay excusas para no leer.

La pregunta que nos surge es la siguiente: una vez decidimos leer, ¿qué debemos leer? Para empezar, hemos de distinguir los lectores que leen por placer de los que lo hacen por obligación, los lectores “funcionarios”. Solo merecen ser llamados lectores los primeros, los que leen por el deleite espiritual que ello les reporta. Un abogado que lee informes o un estudiante que repasa sus apuntes difícilmente podrían ser llamados lectores en el genuino sentido del término. Entre los lectores “voluntarios”, el propio Salinas establece toda una “jerarquía”, pues los hay que solo leen las páginas deportivas de los diarios y los hay que leen, por ejemplo, “literatura clásica” (supongamos a Cervantes, a Shakespeare o a Dostoievski). Parece claro que estos últimos, en tanto que lo hacen por el placer estético e intelectual que les produce la letra impresa, son los que más se acercan al concepto “ideal” de lector. Conviene recordar, siguiendo al gran Borges, que los periódicos están concebidos para el olvido, mientras que los libros lo están para el recuerdo.

Pero la lectura, como otras muchas cosas de la vida, supone disciplina, frescura y un clima de paz y silencio, todo lo cual está reñido a veces con los modos de vida modernos. Nos referimos a los lectores que han elegido textos que mueven al placer y a la reflexión. Por otro lado, y sentado que entre los libros los hay de muy diverso interés y de muy disímil calidad, hay que resaltar también la conveniencia de releer, porque los buenos libros tienen la capacidad de asombrarnos en cada nueva lectura. Muchos lectores empedernidos, llegados a cierta edad, solo releen.

Nada de lo señalado hasta ahora cuestiona el formato de un libro. Para leer no tiene mayor trascendencia el soporte en el que se lea. Este puede ser convencional (en formato papel) o digital (los e-books, por ejemplo). Aprovecho para recordar que no todo en las nuevas tecnologías es negativo: por ejemplo, en los últimos tiempos ha habido un resurgimiento de la carta, cuya decadencia lamentaba Pedro Salinas en El defensor, cultivada en el correo electrónico y en las demás redes sociales, cuando muchos agoreros habían enterrado el género epistolar. Eso sí, soy de los que piensan que hay que usar más la palabra y menos los emoticonos, que son muy tentadores por su capacidad de síntesis, pero que fomentan la pereza verbal.

Pero nos resta por abordar lo más esencial de la lectura: sus beneficios culturales y sociales.

Para empezar, leer mata el aburrimiento. La prueba meridiana de esto la tenemos en estos días de reclusión forzosa que nos ha tocado vivir por culpa de un virus misterioso y letal. Las personas que poseen el hábito de la lectura, y que se pueden refugiar en él, nunca se van a aburrir ni en esta ni en otras coyunturas parecidas, como puede ser la convalecencia de una enfermedad. Conozco a muchos amigos que viven solos y que llevan muy bien su soledad gracias sobre todo a que son lectores regulares. Tal y como nos recordaba recientemente la articulista Irene Vallejo, el psicólogo austríaco Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz, afirmó que “sobrevivían mejor las personas lectoras porque su imaginación les permitía abstraerse del entorno y construirse un mundo interior rico y protector. Solo así se explica que los más frágiles soportaran mejor la vida del campo de concentración que los de constitución más robusta”.

Pero la lectura también nos ayuda a expresarnos mejor. Además de robustecer la ortografía como sabemos bien los docentes, leer nos provee de un amplio vocabulario y nos permite, por tanto, ser más precisos. De pasada, debo referirme a ese complemento perfecto de la lectura que son los diccionarios, objetos a los que he dedicado una parte considerable de mi tarea profesional. Hoy día, con los diccionarios online, tenemos en nuestro móvil, entre otros, nada menos que el DLE, lo que nos permite resolver cualquier duda léxica en pocos segundos. Y conviene indicar que, siempre que no entendamos un vocablo leído, debemos acudir al diccionario. Deducir el sentido de una palabra “por el contexto” no es una idea acertada, pues conduce a menudo a falsas interpretaciones.   

Leer, por otra parte, como ha dicho de forma apasionada el premio Nobel Mario Vargas Llosa, en particular en su obra La verdad de las mentiras, “nos permite vivir otras vidas y salirnos de la monotonía y a veces de la vulgaridad de la propia”. En un reciente artículo, este mismo autor insiste en esta idea: “Nada me ha dado tanto placer y felicidad como los buenos libros; nada me ha ayudado tanto como ellos a sortear los momentos difíciles”. Y, a propósito de los días aciagos que estamos viviendo, señalaba en ese mismo escrito: “Esa vida alternativa que nos deparan los libros tiene la suerte de estar fuera del alcance de las plagas demoníacas que aterraron a los seres humanos porque en ellas veían a los diablos que, a diferencia de los enemigos de carne y hueso, eran difíciles de derrotar”.

La lectura también nos transforma en ciudadanos ideales de una democracia. Porque los poderes, desde los políticos y económicos hasta los religiosos, mediáticos y cibernéticos, tienden a la mentira y a la demagogia. Solo las personas libres de pensamiento (que, como nos recordaba José Martí, lo son porque son cultas) están en condiciones de contrarrestar los intentos de manipulación de tales poderes. Si esto pasa en las democracias, qué no ocurrirá en las dictaduras de todo signo.   

La lectura también nos permite dialogar con autores y personajes de otros tiempos y concluir que la vida de los seres humanos es siempre la misma, es decir, intemporal. Solo nuestra especie tiene, a través de la escritura y de la lectura, la posibilidad de tomar conciencia de nuestra historia. Todo esto es así al menos entre quienes hemos tenido la suerte de nacer en el seno de una lengua con representación escrita.

Y termino. Dejando sentado que de unos padres lectores no necesariamente saldrán hijos lectores, parece evidente que los progenitores y, por supuesto, también los profesores tienen que inculcarles el gusto por los libros a sus vástagos y a sus pupilos, sobre todo predicando con el ejemplo y recomendándoles con inteligencia las lecturas. Qué otra cosa cabe aconsejar a poco que se compartan las razones anteriormente expuestas y otras muchas que el sentido común aconseja dejar en el tintero.

Acabo con una máxima poco original. Se suele decir que “el mejor amigo del hombre es el perro”. Yo diría que “el hombre tiene dos amigos maravillosos: el perro y el libro”. Ambos, por cierto, perfectamente compatibles.

Muchas gracias y a leer y a cuidarse mucho.

 

 

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