Antonia Déniz Torres empezó a los 21 con su tostadero de castañas en la Plaza del Pino y hasta los 81 años, que se tuvo que retirar por problemas de salud, fue uno de los personajes más fotografiados fiestas y finaos.
Mujer de energía desbordante y una gran vitalidad, fue toda una entidad en el Mercadillo de Teror. Además del puesto de castañas tostadas, Antonia tuvo durante muchos años un puesto de loza y objetos de artesanía en el mercadillo dominical. Pero al poco de fallecer su esposo, retiró el negocio.
Sin embargo, lo de las castañas no pudo con ella. Siempre decía: ¡Si me quitan las castañas, me muero!. En la zona de Triana, en Las Palmas de Gran Canaria, o en la Plaza del Pino de Teror, ahí estuvo Antonia durante décadas en la temporada de la castaña, de octubre a enero o febrero, los domingos, festivos y festividades especiales, encendiendo su tostador y poniendo en su mejor punto las castañas.
Le gustaba recordar que empezó con un caldero y una cuchara. «Fue al poco de casarme y había que sacar adelante a la familia. Las castañas las cogía en Osorio y en el Castañero Gordo y se vendían a perra, luego a real y a media peseta, hasta que llegó el euro. He trabajado mucho en la vida, pero es un trabajo que me gusta. Con las castañas me he comprado mi casa y he podido criar a mis 11 hijos”, explicaba.
Antonia venía de una familia de comerciantes arraigados al Mercadillo de Teror. Sin embargo, el puesto de castañas nació con ella y algunos de sus hijos mantuvieron la tradición. “Es una cosa muy bonita – manifiestaba Antonia. Es una tradición que hay que mantener, porque da mucha vida a las calles en invierno y en las ferias. El olor de las castañas en Navidad por las calles es algo maravilloso, que la gente aprecia y siempre te compran un paquetito”.
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